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Releer para ser feliz

Durante los años duros de la pandemia, quiero decir, los primeros momentos cuando la incertidumbre y la muerte gobernaban muestras vidas, no escribí casi nada y la lectura pasó a ser una especie de anestesia o de bálsamo de resistencia. Tampoco, debo ser sincero, leí como si el fin del mundo estuviera en la esquina; es decir, no leí muchos libros. De hecho, no leí casi nada. Lo que hice fue buscar un par de libros para releer.

En los días de confinamiento, debo confesar, pensé, como seguramente se les pasó a muchos por la cabeza, que iba a contagiarme y que no iba a resistir por padecer de una enfermedad crónica. De hecho, sufrí una neuropatía diabética en medio de la pandemia que no me dejaba ni siquiera subir un pie para treparme en una báscula; me caí dos veces sin posibilidad de poder levantarme sin ayuda. Así que la idea de morir estuvo conmigo como una compañera de día y de noche, y los libros, esos amigos incondicionales, llegaron para animarme.

Pensé que si me iba a despedir de este mundo, los últimos libros que debía releer eran esos que me han dicho algo siempre para mejorar mi personalidad y ser feliz. No opté por lecturas nuevas porque una lectura nueva es un descubrimiento que puede ser conflictivo, es decir, tal vez no iba a ponerme de acuerdo con el escritor, aunque fuera una ficción, por lo que decidí que no era el momento para nuevas lecturas, sino para un reencuentro con esas voces que ya conocía.

No voy aquí a citar una lista de libros, ni siquiera de autores, bastaría con algunos apellidos como Hesse, Kafka, Borges, Emerson, Yourcenar, Sábato, en fin. También me ayudó mucho releer a algunos autores que han escrito sobre la lectura y la historia del libro, como Alberto Manguel, Michel Petit y Harald Bloom. Necesitaba estar seguro de que mi vida ha trabajado y dedicado sus energías a algo que ha valido la pena. Incluso, aunque parezca ridículo, releí documentos institucionales de promoción de lectura, como el plan de lectura de Panamá, y soñé con un país con mejores escuelas y bibliotecas, porque la educación y la lectura serán importantes para construir el futuro.

Durante estos años de encierro releí de muchas formas. Descubrí que se puede releer un libro, un tema, un autor, pero también se puede releer la memoria, la belleza, la realidad, la crisis y la existencia misma desde la magia de la lectura. Algunos poemas que releí de Borges y Whitman me hicieron sentir la grandeza de la vida; con algunos cuentos, también de Borges y Cortázar, redescubrí lo importante que es la imaginación y la memoria y cómo te ayudan a comprender el deterioro de la realidad.

Creo que estamos releyendo constantemente la vida. Releer a nuestros autores favoritos y sus obras nos permite reflexionar con más profundidad. Dentro de poco voy a cumplir 55 años. Ya tengo más de medio siglo de vida y dificulto que viva otro medio siglo. Otra cosa ridícula que he hecho es hacer una breve matemática de los libros que logre leer antes de morir, si Dios me permite vivir al menos 25 años más (no sé si pido demasiado). No serán muchos libros, en tal caso, porque mi ritmo de lectura es lento; soy de los que manosea un libro durante semanas o meses.

Emerson dijo que “muchas veces la lectura de un libro ha definido el destino del lector”. Mi vida ha sido, de muchas formas, definida por lo que he leído. Mi personalidad ha sido esculpida por las lecturas. En algún momento de mi juventud padecí una crisis espiritual que me llevó a decidir entre ser un delincuente o bueno para nada, o apostar por la vida de la cultura. El poder de asimilación de las cosas que leí entonces me ayudaron a tomar mejores decisiones. Nadie sabe el poder de las palabras hasta que algún libro te marca para toda la vida.

Hay libros, decía Emerson, que no han terminado su tarea de educar. Si tan solo pudiéramos tener la habilidad de enseñar a los demás, sobre todo a los niños y jóvenes, que la lectura es un placer en la medida en que se convierte en una apropiación de nuestro propio estado, en una relación de afecto que no tiene mucho que ver con lo que somos, pero que nos revela lo que podemos ser o al menos, esa ilusión de poder tener un destino. Releemos un libro porque de alguna forma es pertinente por su relación con otros conocimientos que tenemos. Por eso Emerson decía que un libro no tiene valor en sí mismo, sino por el peso en su relación con otras lecturas.

Todo apunta a que seguiré leyendo, de vez en cuando, alguna obra que me sugiere que no perderé mi tiempo y que será un encuentro con algo de mucho valor existencial. Pero, sin embargo, pienso seguir releyendo porque todavía hay autores y obras que no han terminado de enseñarme su naturaleza y su relación con esta realidad y la vida. Lo más seguro es que cuando llegue mi hora de partir de este mundo, encentren en mi cabecera el mismo libro de toda la vida. El mismo que me cambió un día y me dijo que este mundo no es perfecto, pero es en el que me tocó ser feliz.

El autor es escritor


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