Luego de la caída de la dictadura militar en 1989, criterios políticos propios de otras épocas mediatizaron el proceso de instauración de un nuevo ordenamiento político en Panamá. En efecto, y a pesar de un número de opiniones de peso, nuestro recién instalado gobierno se tornó en custodio del statu quo institucional, en vez de esculpir el acuerdo social que ansiaba la ciudadanía. Tal vez fue con el propósito de reclamar la imagen de legalidad del poderoso triunfo electoral de la Alianza de Oposición Civilista o por la necesidad de recurrir a un sustento al cual enlazar sus actos de gobierno, pero perdimos un momento histórico y hoy seguimos pagando las consecuencias.
Como certeramente planteó el filósofo y autor liberal Isaías Berlin, una nación se constituye a sí misma a partir de las heridas que ha sufrido; y siendo profuso y sangrante el desgarro que dejó la dictadura militar en el organismo social y político del país, lo ideal habría sido que nuestro Gobierno de Reconstrucción Nacional lo hubiera percibido en toda su dimensión introduciendo los cambios institucionales que requería la Nación. Lamentablemente, perseveraron los cimientos de la dictadura, salvándose apenas---y por breve tiempo---la Corte Suprema de Justicia. Hasta la nueva Fuerza Pública continuó inicialmente en manos de oficiales de las Fuerzas de Defensa --- y no cumplidos ocho meses del gobierno democrático, se rebelaron contra las autoridades constituidas. Hoy los militares son 30,000 con potencia de fuego, cartera en el Órgano Ejecutivo, en control del país bajo un solo mando real, y luciendo poder, fueros, privilegios y charreteras.
Es difícil aventurar una justificación satisfactoria para estas cosas, pero un buen intento es asumir que importantes organizaciones políticas, económicas y sociales vienen sumidas en personalismos, sin contacto con las realidades que nos agobian y sin considerar formar parte de un proyecto nacional envolvente. Lo que se ha venido dando es un acomodo de esas fuerzas con las reglas establecidas por la dictadura, alimentando la deslegitimación del sistema político y el distanciamiento entre sociedad e instituciones del Estado de Derecho. En paralelo, nuestra sociedad civil se ha colmado de críticos que, reflexionando con un café sobre la mesa, parecieran interesados en disminuir la fuerza de los pilares de la democracia en vez de reconstruirlos.
Porque las etiquetas ideológicas ya no tienen significado en los partidos políticos, la ciudadanía ha desarrollado otros intereses para vincularse con ellos, no todos dignos de alabanza. Como agravante, la mayoría de los protagonistas políticos actuales son propios de otras épocas; se aferran a antiguas prácticas porque son las únicas que conocen y les proporcionan bienestar y sensación de seguridad. Muchos no tienen vocación de servicio, están ávidos de poder personal y --- como señaló alguien una vez --- miran la pobreza y la ignorancia como cruces que hay que soportar --- o, peor, explotar --- y no como injusticias por remediar.
Los partidos políticos que no se transmuten en programas y prácticas definidas llegarán a ser irrelevantes o desaparecerán. Quienes los rigen deberán entender que su clientelismo político es mudable, fácilmente reversible: no da continuidad al respaldo recibido en primera instancia, tiene comienzo y final. Esta perniciosa costumbre que recurre a necesidades básicas de individuos pobres es indigna de un dirigente político, y tiene el efecto concreto de obstaculizar políticas públicas tendentes --- precisamente --- a eliminar la pobreza.
Es alentador que la juventud esté dejando de ser indiferente ante la gravísima descomposición de nuestro ordenamiento institucional. Ya no hay tiempo para morar en los escándalos públicos, para aislarse de la realidad política de la Patria y desentenderse de las obligaciones ciudadanas: pandemia o no, estos jóvenes han estado en punto crítico desde hace tiempo y su futuro es cada vez más intrincado. Su movimiento constituyente es el acto de mayor envergadura que ha brotado de sus filas en tiempos recientes; merecen el respaldo de toda la ciudadanía, y que tomemos medidas para evitar que lo contaminen con discusiones a priori sobre el futuro contenido de la Ley Fundamental: ello solo serviría para desconcentrar a la población. Ahora la pregunta: ¿Cómo manejarán los partidos políticos --- y especialmente este gobierno --- las iniciativas que, por incapacidad y ausencia total de liderazgo, están surgiendo fuera de sus recintos?
Con alegría sentimos el renacer de ciudadanos jóvenes comprometidos con la Nación, que saben que la incursión en la política producirá heridas y dejará cicatrices, pero que también las ocasiona la inacción. Winston Churchill dijo con mucho sentido que “la política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra solo se muere una vez”; pero siendo cierto, al menos entendemos que la política nos da la oportunidad de resucitar varias veces.
El autor es ex–Representante Permanente ante las Naciones Unidas