Según la obra literaria Cien Años de Historia: La Salud Pública en Panamá y sus Antecedentes, escrita por la Dra. María Arosemena y el Dr. Egberto Stanziola, Panamá desde sus inicios como República, había tenido un sinnúmero de retos en salud. El dengue, la malaria y la fiebre amarilla diezmaron a una parte de la población panameña que sucumbió a raíz de la insalubridad y la falta de concienciación de la época.
El crecimiento demográfico se empezó a dar de una forma desordenada, trayendo como consecuencia que insignes médicos, tanto panameños como norteamericanos, consideraran un reordenamiento del engranaje médico y administrativo de los servicios de salud y así hacer frente a la gran demanda de personas que habitaban una porción tanto de la franja canalera como zonas dispersas del interior del país. A pesar de algunas limitaciones técnicas, éramos el ejemplo de algunos países del mundo, de tal forma que personal de otras latitudes convergían en nuestro país con el objetivo de recibir capacitación técnica y médica a fin de lograr mejorar sus estándares de atención al individuo y salud pública a sus conciudadanos.
Para mediados de los años 70, se inicia la integración de los servicios de salud a través del Ministerio y la Caja de Seguro Social con el propósito de racionalizar los gastos y evitar la duplicidad de servicios, modelo que en algunas regiones del país ha imperado, pero que en general fracasó por falta de coordinación administrativa, protagonismo individual y falta de un sincero compromiso gubernamental en el sistema relacionado con la compensación de costos.
A partir de esa época a la fecha, la duplicidad de servicios ha prevalecido hasta nuestros tiempos encareciendo nuestro escaso presupuesto estatal y diluyendo la calidad de atención que se le brinda a la población. Paradójicamente, la historia parece repetirse en espiral, con una epidemia de dengue hemorrágico al acecho y un sinnúmero de panameños fallecidos intoxicados por dietilenglicol, en lo que parece ser el peor desastre en la salud pública del país, un sistema de salud pública que ha colapsado y que pide a viva voz un ordenamiento efectivo en pro de garantizar una atención de salud de calidad.
Vislumbro un mejor futuro de la salud pública a través de la unificación del sistema que promueva un espíritu de equidad tanto del que brinda como del que recibe la atención, del empoderamiento de los individuos en llevar salud a sus comunidades y que de una vez se entienda que la salud es un bien compartido y no solo responsabilidad del Estado. En invertir la pirámide de atención hacia la prevención de enfermedades a través del fomento de estilos de vida saludable y la inclusión de vacunas como la del neumococo, polio intramuscular, tos ferina y, sin duda, la del Virus del Papiloma Humano, sujeta a una promesa del presidente de la República para su introducción.
A la promulgación de la ley anti-tabaco, en el cobro de impuestos a todo aquel que atente contra su vida al comer "comida chatarra", en el fortalecimiento de la estrategia de cero transmisión vertical del VIH; en el aseguramiento de promoción, prevención y atención de salud en regiones apartadas y postergadas de la República con el objetivo secundario de mejorar nuestros indicadores de salud. Bernard Shaw consideraba que el futuro feliz estaba a la vuelta de la esquina si se hacía con las piezas de sus utopías "científicas".
Hoy en pleno siglo XXI la salud pública deberá dejar de ser un modelo utópico y ser convertido en realidad en beneficio de las poblaciones venideras.
