Se habla mucho de sociedad civil, aunque ni el público ni—muchas veces—sus autoproclamados integrantes tienen claro a qué se refiere el término ni cuál es su papel. Por “sociedad civil” entendemos el “denso conjunto” de grupos, comunidades, redes y conexiones que, en un contexto democrático, ocupan el amplio espacio entre el individuo y el Estado.
Forman parte de la sociedad civil las actividades organizadas que tienen lugar fuera del sector público, la sociedad política (partidos políticos), el ámbito mercantil (actividades con fines de lucro) y, para algunos, la esfera religiosa. Ciertos autores incluyen a las iglesias en la sociedad civil, como también a las organizaciones de empresarios, en vista de que su propósito no es producir para el mercado con fines de ganancia particular, sino promover soluciones y propuestas para el mejoramiento colectivo.
De acuerdo con el profesor Michael Kenny (Queen Mary University), quien conceptúa el término como ha sido señalado en el primer párrafo, el logro de una sociedad civil independiente es una condición previa necesaria para una democracia saludable y su relativa ausencia o declive se cita a menudo como causa y efecto de muchos malestares políticos (https://www.britannica.com/topic/civil-society).
Existen muchas asociaciones cívicas, culturales y profesionales en Panamá, pero la coordinación entre ellas no siempre es eficiente y, en general, no gozan de altos niveles de credibilidad. Solo el 40 por ciento de los encuestados por Latinobarómetro (2018) expresó su confianza en las ONGs panameñas.
La credibilidad en los sindicatos es aún menor (22 por ciento). Los medios de comunicación social generan mayor confianza (49 por ciento), aunque más de la mitad de los encuestados no creía en ellos (o no sabía si creerles o no).
A pesar de sus evidentes insuficiencias, la sociedad civil tiene una larga trayectoria en Panamá, que se remonta casi dos siglos. Uno de sus principales hitos fue la fundación de la Sociedad de Amigos del País.
Agrupaciones de este tipo, que tenían como propósito impulsar el desarrollo económico, aparecieron en España a mediados del siglo 18 y fueron extendiéndose sucesivamente desde la península hacia América (http://www.artic.ua.es/biblioteca/u85/documentos/1865.pdf).
La primera fue la Real Sociedad Bascongada [sic] de los Amigos del País (1764), fundada en Guipúzcoa. A partir de entonces, la idea de la “sociedad ilustrada” se esparció por España y el Nuevo Mundo, inicialmente en Cuba y, posteriormente, en casi todos los países americanos (https://bascongada.eus/es/la-sociedad/historia).
Hacia finales de la década de 1830 ya funcionaba en el istmo una de dichas “sociedades ilustradas”. En el capítulo correspondiente a 1839, indica Mariano Arosemena en sus Apuntamientos históricos:
“Existía en la ciudad de Panamá una sociedad patriótica con el nombre de Amigos del País, a la cual pertenecían los sujetos más influyentes del lugar en la política liberal. Por el periódico de esta sociedad, que llevaba el mismo nombre de ella, se defendían los principios de libertad, igualdad y fraternidad.”
A lo largo del siglo XIX aparecieron en Panamá sociedades profesionales y de ayuda. Durante la construcción del ferrocarril (1850-1855) y el canal bajo los franceses (década de 1880), obreros de distintas nacionalidades (sobre todo, antillanos), se unieron para fundar asociaciones de ayuda.
En 1882 se estableció la Sociedad Italiana de Beneficencia y, tres años más tarde, la Sociedad Española de Beneficencia (1885). Hacia finales de siglo, uno de los principales logros de la aún incipiente sociedad civil fue la puesta en marcha del Benemérito Cuerpo de Bomberos (1887), a cargo de Ricardo Arango Remón y Rodolfo Halsted Vallarino. Treinta años más tarde (1917), otra iniciativa de la sociedad civil, liderada por Matilde de Obarrio de Mallet (hermana de Halsted Vallarino), conduciría a la creación de la Cruz Roja Panameña.
Después de la fundación de la república en 1903, el crecimiento económico y la influencia de Estados Unidos contribuyeron a la formación de asociaciones cívicas y profesionales duraderas. Entre ellas, la Cámara de Comercio, Industrias y Agricultura de Panamá (1915), la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos (1919), el Club Rotario (1919), el Sindicato General de Trabajadores (1924), el Colegio Nacional de Abogados (1929), la Asociación Médica Nacional (1929), el Club de Leones (1935), el Magisterio Panameño Unido (1944), la Asociación de Profesores de la República (1945), la Federación Sindical de Trabajadores de Panamá (1945), el Sindicato de Industriales de Panamá (1945), el Club Activo 20-30 (1955), la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresa (1958), la Asociación Bancaria de Panamá (1962) y el Club Kiwanis (1967), entre muchas otras.
En la década de 1980, varios de estos grupos se unieron para impulsar una campaña de promoción de los valores cívicos y, hacia fines de la década, formaron la Cruzada Civilista Nacional (1987-1989), a fin de luchar por el restablecimiento del sistema democrático.
En la actualidad, aunque existen numerosas asociaciones cívicas, muchas se perciben como vehículos de intereses económicos o políticos. Sin reparos, algunos autodenominados “líderes” de la sociedad civil utilizan su presencia mediática para obtener puestos públicos, como fue el caso de dirigentes ambientales que accedieron a cargos municipales y la directora ejecutiva de un grupo anticorrupción, quien obtuvo su nombramiento como directora de Transparencia y Acceso a la Información (ANTAI, 2014-2019).
Estos y otros factores, como la abierta promoción de agendas económicas particulares, desvalorizan a la sociedad civil panameña, restándole independencia, credibilidad y autoridad moral. La sociedad civil está llamada a ejercer una labor de adecentamiento y orientación, sobre todo en momentos como estos, en que el país carece de brújula.
Mal puede hacerlo, sin embargo, adicta a ambiciones personalistas e intereses sectarios.
El autor es politólogo e historiador y dirige la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá.