El Carnaval como fenómeno sociológico (colectivo) y antropológico (cultural) no es novel. Se remonta, históricamente hablando, a la antigüedad grecorromana, cuando se realizaban magnánimos festines orgiásticos para brindarle culto a su mitológica divinidad pagana Baco. Con posterioridad se matiza eliminando algunas de sus premisas mágico-religiosas y adopta el espíritu folclórico e idiosincrático de otros contextos humanos.
Aunque algo alejado del pintoresco Carnaval veneciano, caracterizado por la privacidad de las máscaras y disfraces, o de la algarabía y la majestuosidad alegórica carnestolendas de Brasil, en donde la conciencia colectiva se manifiesta por medio de todo un mosaico de expresiones y representaciones socioculturales, en Panamá, desde 1910, los carnavales adoptan el mismo espíritu festivo y alegre, pero matizado con otras costumbres y tradiciones. Así, cada año, miles de turistas y nacionales visitan lo largo y ancho de la geografía istmeña, en busca de experimentar esa alegría particular de nuestros carnavales. Los principales lugares para alcanzar esa suerte de éxtasis colectivo son la ciudad de Panamá, Penonomé, en Coclé; Las Tablas y Chitré, en Los Santos y Herrera, respectivamente.
En estas fiestas del rey Momo sus devotos pueden experimentar las tres estaciones del ritual carnestolendo: pre-Carnaval, Carnaval y carnavalitos. Por otra parte, la celebración tiene su propio orden temporal. Por la mañana, mojaderas y culecos; por la tarde, desfiles y tunas, y en la noche, el paseo de las carrozas temáticas y bailes en los populares toldos y discotecas (verdaderos templos de la diversión y el placer).
Ahora bien, cronológicamente hablando, los carnavales se estructuran con racionalidad, lo que demuestra que no son solo cuatro días de anarquía moral y desenfreno existencial. El viernes es la coronación de la reina, el sábado es un día de pleno desarrollo festivo, el domingo la reina se viste con la pollera (traje típico) y salen carrozas adornadas de imaginarios nacionales, el lunes es el día de las comparsas, y el martes es el de gala.
Estas festividades de la carne y la hiperdiversión, además de significar un momento de descanso frente a la estresante vida del mundo moderno, son el escenario propicio para el surgimiento de problemas de salud pública como el alcoholismo, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, epidemias, etc. También, la irresponsabilidad de algunos transeúntes y conductores, por la ingesta excesiva de bebidas espirituosas, deja un rastro de mortandad impresionante.
Por otra parte, los carnavales tienen graves consecuencias económicas, porque una vez se acaba la ilusión de los cuatro días, muchos de los peregrinos regresan a sus hogares sin un céntimo, con deudas financieras y algunos de sus bienes empeñados. Disfrutemos del Carnaval, pero con mensura y de forma racional, teniendo en cuenta siempre sus posibles consecuencias.