Las censuras a la televisión panameña son frecuentes y muy puntuales. Aunque las principales quejas están dirigidas al amarillismo que se ha apoderado de los diversos canales, no podemos soslayar la triste destrucción del idioma español por parte de los comunicadores.
Reportar para la televisión no es simplemente estar en ella frente a una cámara. El documental, que se emite en directo y a veces sin editar, debe llegar al público con lenguaje impecable y sin inclinaciones o gestos que comprometan su objetividad. En adición a lo que comentamos, nuestros reporteros dan vueltas interminables a sus narraciones repitiendo una y mil veces la misma relación con las mismas palabras. ¿Será que no conocen bien el rol que juegan en este medio masivo de comunicación? ¿Es que sus jefes no les han dado el tratamiento de sobresalto que es verse y escucharse ellos mismos en la pantalla? Esto último no es castigo, sino apoyo formal para corregir deficiencias y desarrollar capacidad de síntesis. Para la empresa es un gran ejercicio de control de calidad. Etimología, sintaxis y combinaciones lingüísticas elegantes son conocimientos y destrezas imprescindibles para los que pretenden analizar, reportar o editar noticias para el público. Es más, su dominio total debiera ser una exigencia legal.
Los comunicadores del patio se caracterizan por emplear palabras y construcciones rebuscadas, acabando con las noticias por perderse en marañas de las cuales no logran desenredarse nunca. Durante el paro antinacional de los transportistas en días pasados, los narradores de noticias se dieron gusto con los televidentes. Una reportera incluso llegó a asegurarnos que en un sector de la capital el “fluido” de los buses fue casi normal. Eso nos trajo gran tranquilidad, porque lo menos que podían cargar era, suponemos, fluido. En otra ocasión reciente, nos pusieron a escuchar “la declaración que hizo en su declaración” un funcionario del Gobierno. Por otro lado, es de admirar la solidaridad que existe entre ellos: compañero aquí, compañera allá… y encima nos deleitan con reforzamientos como “precisamente”, “específicamente” y “exactamente”, y con la repetición constante de los nombres de unos y otros involucrados en la información.
Estos comentarios no son burla; es un llamado de atención para que pongan al público por delante del comunicador del medio televisivo. El pecado no está en la preparación académica o en los conocimientos empíricos de estas esforzadas personas, sino en sus empresas que, aparentemente, no les brindan ayuda para salir del limbo de la mediocridad a que hemos hecho referencia.
Perfeccionarnos y desarrollar nuestras individualidades debe ser el objetivo de todos; pero para ello se hace imperativo entender que el éxito no es ubicarse delante de los demás, sino delante de sí mismo. Hay que saber qué decir y cómo decirlo mejor; los televidentes nos merecemos mejores formas y estilos… y cintillos sin errores ortográficos.
No existen, que sepamos, estándares rígidos para presentaciones ante las cámaras de televisión: cada presentador tiene su personalidad y estilo. Sin embargo, sí hay asuntos básicos que deben ser comunes a todos como, por ejemplo, buena voz. Adicionalmente, se requiere destreza en la comunicación verbal y escrita, en la investigación, en el arte de entrevistar y en el llamado “lenguaje corporal”.
Debemos tener presente que el medio televisivo es de consumo inmediato y transmite emociones; lo que se da mal no se puede recoger.