Alvin Tofler, prospectivamente habló en su obra la Tercera Ola acerca de lo que sería la humanidad una vez superada la era industrial y su influencia en la sociedad, la economía y las comunicaciones, entre otras cosas. Las dos olas que le antecedieron, fueron mostrando rupturas paradigmáticas y superando la disonancia cognitiva en los sistemas de creencias de cada época, lo que permitió avanzar hacia las nuevas sociedades globalizadas. Ahora caben las preguntas ¿por qué nos cuesta tanto adaptarnos a la velocidad de los cambios? O ¿Cuál es el precio que requiere ser pagado por la humanidad antes de entender que estamos ante una declarada revolución biotecnológica provocada no por curiosidad científica, más bien, para estar a la altura de la demanda social que clamaba una respuesta vertiginosa de la ciencia en materia de vacunación?
Como Tomas Kuhn en la estructura de las revoluciones científicas, hubo que repensar viejos algoritmos, acelerar los ralentizados protocolos que no se movían a la nano velocidad del desafío propuesto por la pandemia, llámese este, sentido de urgencia, vida o muerte, parálisis por análisis o la ortodoxia amenazada por lo incierto. Pero el salto cualitativo no estuvo exento de críticas, ante lo nuevo, no faltan aquellos grupos que difunden lo opuesto en relación directa al mensaje positivo del acto de vacunar o a los estados del ser y estar inoculado, porque tal parece que la copia en versión negativa no es más que un duplicado que nos da la oportunidad de migrar la conciencia social, de la evidencia, a la pseudociencia y por qué no, con dosis especiales de alienismo, sellos y mensajes ocultos que le son revelados solo a iluminados y difundidas a Homo Videns en sociedades teledirigidas como lo dicho en la obra de Sartori.
El movimiento antivacunas puede tener razones de índole moral o religioso u otras, pero ¿qué sucede cuando su acto pedagógico en un país libre como Panamá, produce una pesada carga de la enfermedad o la muerte que presiona los sistemas sanitarios, las comunidades, familias y personas, alguien podría endosarles la pérdida, el luto, o la discapacidad?
Seguro que no, hasta aquí llegan sus líderes quienes se esfuerzan en alfabetizar la ignorancia que surge por la repetición de información poco cimentada en algunos segmentos de la población, que convierten a la gente en sus propios enemigos y en factores de riesgo ambulantes, lo que es un mal no solo de la clase media aspiracional como lo llamaba Ton en el Síndrome de Doña Florinda, sino también, un fenómeno de los más cultos, cuando son atrapados por las denominadas trampas de la inteligencia, sino pregúntense como un personaje como Steve Jobs, le detectan oportunamente una enfermedad tratable en sus fases iniciales y renunció a la ciencia, por terapias alternativas y murió seis años más tarde, lo que concluye que gente muy inteligente, estudiada o sobre informada, toma malas decisiones, lo que en nuestro país, en cualquiera de los casos mencionados, pueden haber entre un 20% o 25% que han sido desinformados o se sientes demasiado brillantes para vacunarse; y desafortunadamente me ha tocado escuchar personas cuando dicen que el virus es un invento conspirativo y hoy dos metros bajo tierra, creyeron tener la razón, a pesar de su propia vida. Qué precio tan alto pagaron.
¿Pero que nos hace como país competitivamente hablando, estar surfeando la tercera ola? A pesar del riesgo inminente, mantenerse sobre la ola requiere conocimiento del hecho sanitario y estrategia, saber llevarlo, deslizarse sobre ella sin dejar que te envuelva, te atrape o te tire contra el fondo arenoso o rocoso, y aunque la vacuna te ayude a mantener el balance aun en medio de la bravura del océano, esta no actúa como única respuesta, es un conjunto de movimientos que articuladamente han producido un impacto sinérgico acumulativo, que en un sentido menos metafórico materializan un modelo de gestión que renuncia a solo contar muertos y enfermos, saca el problema de los hospitales, dejando se centrase en la enfermedad, para ir a las comunidades a trazar el virus, acorralarlo, rompiendo cadenas de transmisibilidad, estableciendo alianzas ciudadanas, apoyándose en la inteligencia artificial y más allá de las dudas razonables y la crítica política, el valor de la solidaridad ha estado siempre presente.
Pienso cada día en que este cambio de modelo ha sido más evolucionado que el biopatocentrismo que lo precedió, porque la razón social de su abordaje nos lleva de vuelta a las raíces de la endoepidemiología, con un enfoque de salud pública glocal, (global y local) y de un modelo medicalizado, a una construcción social de la respuesta para un nuevo contrato basado en la prevención y la disciplina colectiva. El surf, como la gestión sanitaria, requieren enfrentar riesgos y cuando el número de casos parece hacernos perder el balance, la clave como sistema es mantenernos sobre la tabla, hasta que la ola pierda toda su fuerza y bajo un principio precautorio estemos como sociedad atentos a la variabilidad del mar.
El autor es médico con maestría en salud pública