La Virgen María

Tenemos una madre: ¡Y qué Madre!

Es una expresión que decía muy frecuentemente el arzobispo de Guatemala, Mons. Oscar Julio Vián (R.I.P.). Ello denota que nuestro pueblo no es huérfano, no está abandonado, sino que está acogido bajo el manto protector de María Santísima.

Nuestra tierra panameña se caracteriza por ser un pueblo muy mariano, que invoca a la madre de Dios siempre. El 8 de diciembre es el día de la Madre y día de La Inmaculada Concepción de María, y esto nos llena de grande júbilo el corazón, porque no tenemos solo una madre, ¡sino dos!, para mayor bendición nuestra.

La comparación entre nuestra madre terrenal y la celestial es hermosa, pero podemos interiorizar: Si el amor que nuestra madre nos tiene es inmenso (que nos atiende, nos espera, nos corrige, nos perdona, nos abraza y besa) porque ha dado su vida por nosotros… ¿cómo no será el amor de mamá María? Aquella sencilla y humilde jovencita que vivió hace dos mil años que y a su corta edad, nos dio la lección más grande que podamos imaginar: la fe y el seguimiento al Señor.

En efecto, ella nos enseña que debemos ser hombres y mujeres de fe, a poner nuestra vida y confianza insistente en manos de Dios. Ella es ejemplo en mantener la palabra dada, y decirle Sí al Señor en nuestros compromisos. También podemos aprender una actitud cristiana esencial: ser buena discípula de Jesús.

Si bien ella no es Dios, tampoco como los ángeles o los santos, tiene un puesto singular en la corte celestial, para interceder por nosotros.

Los panameños les regalamos rosas a nuestra madre. Hay varios regalos y alegrías que podemos darle a nuestras dos madres: un cambio de vida, obediencia y escucha, retomar la vida cristiana, la reconciliación. Una vida según Cristo, es el mayor orgullo que podemos ofrecerles. Obras son amores y no buenas razones.

La frase tan clásica “familia que reza unida permanece unida”, es muy cierta. En la mayoría de nuestros hogares se debe a la mujer, a la madre, el sostener la educación humana, moral y espiritual de la familia, pues ella se toma en serio su rol de madre, esposa y educadora.

Por supuesto que la Virgen María se entristece y derrama sus lágrimas cuando ve a sus hijos descarrilados, en malos pasos, trasnochando, con malos amigos, pero no pierde la esperanza (mientras haya tiempo) de vernos renovados, siendo hombres nuevos. Estos son los dolores del corazón que pasan muchas madrecitas y, quizás la nuestra también.

La Virgen, como nuestra mamá, no es una idea, es una persona que no deja de llamarnos a dejarnos encontrar por Dios en este tiempo de preparación a la Navidad. Bendigamos al Señor porque por medio de la Inmaculada, nos ha sido dado a este suelo un Rey Salvador, para romper nuestras cadenas y hacernos verdaderos hijos de Dios.

En María, la mujer queda exaltada, pues ella es el medio por el cual Dios manifiesta su amor y cercanía.

El autor es sacerdote católico


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