Hace 12 años, el 16 de noviembre de 1995, la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) aprobó en París la Declaración de Principios sobre la Tolerancia y estableció esta fecha como el Día Internacional para la Tolerancia; ambas decisiones fueron refrendadas luego por la ONU.
Si bien la iniciativa es loable y digna de destacar, ya que promueve "el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos", el uso de la palabra tolerancia presenta una ambigüedad que puede confundir e incluso llevar a una mala interpretación del espíritu de la declaración.
Si lo que se pretende es luchar contra la discriminación y fomentar el desarrollo de acciones de integración, posiblemente tolerancia no sea la palabra indicada para utilizar.
Si se la usa como antónimo de intolerancia es posible que cumpla su función y en ese sentido se la utiliza como sinónimo de respeto, de aceptar al otro. Pero la primera acepción que trae el Diccionario de la Real Academia Española del verbo tolerar nos dice: "Sufrir, llevar con paciencia.". Y ese es precisamente su significado etimológico que viene del latín tolerare que significa "soportar, cargar".
Desde esta perspectiva la tolerancia deja de estar asociada al respeto y a la equidad, pues involucra dos categorías sustancialmente diferentes de sujetos: el que tolera y el que es tolerado. Para el primero, la tolerancia se convierte en un esfuerzo por soportar y aceptar a regañadientes al que piensa, actúa o simplemente es diferente.
Y del otro lado está el tolerado. A quien no se lo acepta, sino que se lo aguanta, se lo sufre. La tolerancia deja de ser un principio basado en el reconocimiento del otro para transformarse en una gracia, en un don.
El tolerante, en un gesto de caridad que lo coloca en una situación de superioridad, soporta al tolerado, que no es otro que un ser inoportuno y molesto que atenta contra lo establecido. En esta desigualdad visceral entre tolerante y tolerado radica la contradicción del término.
Por eso, más que tolerantes debemos ser respetuosos.
El mandato de Amar a tu prójimo como a ti mismo (Lev. 19:18), central en el pensamiento judeo–cristiano, parte de la premisa de que todos los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, tal como lo afirma el Génesis. (1:27). Y ese hecho sería suficiente para reconocer la hermandad humana y establecer el principio de diálogo respetuoso entre todas las personas, sin distingos de ninguna clase.
De acuerdo al judaísmo, el hecho de que la Biblia nos dice que todos descendemos de Adán, más que una verdad científica encierra una verdad moral muy poderosa: La igualdad de los seres humanos. Así enseñaron los rabinos: "Por eso fue creado un solo hombre (Adán), para la paz entre los seres humanos, para que nadie pueda decir mi antepasado es más importante que el tuyo." (Mishná Sanedrín 4:5).
Sin tolerantes y sin tolerados, celebremos este día de respeto a la diversidad humana. Busquemos en el diálogo sincero y en la conveniencia fraterna enriquecernos con nuestras diferencias y crecer en el encuentro con el otro para poder construir una cultura de paz, justicia y solidaridad.