Quiero comenzar con el tercer carril, porque lo tengo más fresco en la memoria después del largo retorno de Semana Santa. La infraestructura vial del país es insuficiente para albergar a la flota vehicular de más de un millón de automóviles, autobuses y toda la gama de amarillos del transporte selectivo.
El tercer carril desde el interior hasta La Chorrera es lo que se llama en Estados Unidos el express way, o vía rápida, que no es para detenerse a hacer compras, necesidades físicas ni para reparar averías mecánicas. Lo que observé durante el retorno fue el temor de muchos conductores de tomar el tercer carril, lo que se reflejó en el tránsito lento; la búsqueda de salidas para retornar al primer o segundo carril; vueltas en U, y toda clase de maniobras que ponían al tercer carril tan congestionado como los otros dos.
Muchos conductores querían movilizarse en los tres carriles, incluso improvisando un cuarto carril, pero difícilmente podían hacerlo porque los cruces estaban cerrados. Quizás falta comunicar que el tercer carril es una vía rápida para autos en buenas condiciones mecánicas y que no se deben detener. Además, los ciudadanos deben aprender a conducir con orden, sin cambiarse de carril, con el agravante de los accidentes que causan con esas maniobras inesperadas.
En el caso del transporte colectivo, observo el retorno de los “diablos”, pintados de verde, blanco o azul, pero con el mismo comportamiento habitual: troneras, bocinazos, alta velocidad, “regatas” y circulación por áreas residenciales. ¿Qué pasó con el “sistema de transporte ágil, moderno y eficiente”? ¿Por qué hemos vuelto a las viejas prácticas ineficientes?
Veo menos unidades del Metro Bus y más de estos vacíos, pero lo que ha aumentado exponencialmente son los “buses piratas” que castigan el exiguo presupuesto de los usuarios. Todo esto ocurre ante la indiferencia de los responsables de ofrecer un transporte público adecuado a las necesidades de la población.
Los taxistas siguen con su “no voy” y frenan a mitad de las calles, con el argumento de que así se ganan la vida, aunque lo pueden hacer estacionándose a un lado de la vía, sin interrumpir el tránsito. El transporte público se ha vuelto un problema crónico de esta sociedad, como la basura, el agua, la salud y la educación. ¿Seguiremos culpando a los demás por los problemas que nosotros ocasionamos o empezaremos a tomar conciencia de nuestras acciones para cambiar de comportamiento? Las respuestas no son mágicas, están en nuestras decisiones y acciones. La vida en ciudadanía requiere que cada uno de nosotros contribuya. Pedir a los demás y no contribuir es negarnos a asumir nuestra responsabilidad ciudadana. Los problemas de la sociedad son nuestros y dependemos de la contribución de todos para solucionarlos. Es hora de actuar y hacer una sociedad amigable, segura y tolerante para mejorar la convivencia ciudadana.