Fue un final de marzo muy especial. Los eventos que pusieron a la mujer y su protagonismo -o la falta de él- en la agenda pública, ocurrieron desde una multiplicidad de escenarios. Por ejemplo, la toma de posesión de la nueva directiva de la Asociación Directoras de Panamá y el vigoroso empuje de su nueva presidenta, Mónica de Chapman, que tiene muy claro que sin mujeres no hay desarrollo sostenible posible, o la actividad del Foro de Mujeres de Partidos Políticos, que permitió a la Fundación que presido, a través de la vocería de Olga de Obaldía, exponer el resultado de una investigación que deja al descubierto las barreras que dificultan la participación de las mujeres en la política, tema que también fue expuesto en el conversatorio organizado por Instituto de Estudios Democráticos del Tribunal Electoral.
Otros eventos fueron el conversatorio dirigido por el Centro de Capacitación de la Procuraduría de la Administración, en el que se analizó el duro camino que enfrentan las mujeres en puestos de poder en la administración pública y que contó con el testimonio de María Luisa Romero, exministra de Gobierno; la reunión organizada por la Embajada de Estados Unidos para propiciar el trabajo en redes, o la actividad realizada en el Colegio Nacional de Abogados, gracias al trabajo esforzado de un grupo de abogadas que se empinan sobre el desprestigio de la institución para seguir adelante.
Fue, como digo, un final de marzo emocionante para la lucha por la equidad de género en Panamá. Y de todos esos eventos, uno en particular me robó el corazón: el encuentro de mujeres indígenas que luchan por participar en política y que su voz sea escuchada.
Convocadas por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que lleva más de una década trabajando por el desarrollo sostenible de las comunidades indígenas, las mujeres de todos los grupos originarios del país acudieron a la cita para hablar de sus luchas, de sus éxitos y fracasos y del camino que quieren seguir andando.
Durante el encuentro, se presentó la “Cuartilla sobre Derechos Políticos de las mujeres indígenas”, hecha y pensada -gracias al PNUD y la embajada británica- como una herramienta para el fortalecimiento del liderazgo de las mujeres indígenas.
Escuchar a cada una de las representantes de los diversos grupos fue muy enriquecedor, pero el momento estelar fue sin duda el relato que hiciera Serma Baker, presidenta de la Comisión Electoral Ngäbe, sobre el largo y tortuoso camino que precedió el reciente triunfo de la cacica general de la comarca Ngäbe, Elena Cruz Guerra.
Fue una verdadera delicia escuchar a Serma relatar los inicios del proceso -en momentos en que aún enfrentábamos la pandemia de la Covid-19-, cuando la ministra de Gobierno, Janaina Tewaney, se propuso desatar el nudo legal que tenía empantanado la renovación de las autoridades comarcales desde 2016.
El espacio de discusión que se abrió a partir de la convocaría de la ministra Tewaney en 2021, fue aprovechado por el Foro de Mujeres Ngäbe que, a partir de ese momento, trabajaron sin descanso para participar e incidir en el proceso electoral. Y el papel de Serma, con su conocimiento y determinación, fue clave.
Los obstáculos fueron muchos, especialmente la oposición de los hombres en la comarca o las interpretaciones excluyentes que hacían algunos -hombres, claro- en el Ministerio de Gobierno; muestras todas de ese “patriarcado duro”, como lo llamó Serma con sorna, al que tuvieron que enfrentarse. Aquí, otra vez, la ministra Tewaney fue clave para poner las cosas en su lugar.
A pesar de las grandes distancias y el costo de las movilizaciones, la participación de las mujeres en todas las reuniones preparatorias, en las mesas de discusión, en las giras, los encuentros, en los programas de radio, se mantuvo. Nada las hacía desistir de su empeño.
Finalmente, con el apoyo del Tribunal Electoral, el 13 de febrero de 2022, Elena Cruz Guerra derrotó a otros 15 candidatos, la mayoría hombres. Ese día también se escogieron los delegados del Congreso General, que tenían la labor de ratificar a los caciques. Y aquí, las mujeres ngäbes marcaron el camino que el resto del país debería seguir: lograron que hubiese paridad en la cantidad de candidatos.
Se trata de un ejemplo y un modelo que deberían seguir todas esas mujeres que se involucran -desde el ámbito privado y el público-, en actividades en las que, tradicionalmente, los hombres han acaparado los cargos y el poder. Y en ese camino, es vital el cumplimiento de la Ley 56 de 2017, que establece un proceso gradual de aumento de mujeres en las directivas de empresas privadas y públicas, hasta llegar al 30% en 2020. Algo que se ha incumplido con total impunidad.
¿Y los partidos políticos? A ver si se suben a la ola de paridad, o son barridos por ella.
La autora es presidenta de la Fundación Libertad Ciudadana, capítulo panameño de TI