Mientras presenciamos el descalabro institucional y social local, así como el proceso de demolición paulatino pero constante de la democracia, por quienes llegaron a las instituciones de representación popular gracias a un sistema electoral que hace aguas hace tiempo, las noticias sobre la situación del planeta que nos cobija a todos son cada vez más graves.
Hace unos días, por ejemplo, regresaba a un puerto del norte de Alemania la expedición científica que estuvo en el Ártico por un año, trayendo un mensaje devastador para la humanidad: el invierno actual es 10 grados más cálido que hace 125 años, y la capa de hielo es la mitad de gruesa que hace 40 años. El calentamiento global avanza sin freno alguno.
La expedición, en la que participaron 20 países y 80 instituciones científicas -financiada principalmente por Alemania-, enfrentó como todos en el planeta la crisis provocada por la pandemia. Sin embargo, el compromiso de los participantes y la cooperación internacional, hizo posible resolver los problemas de abastecimiento de comida y materiales necesarios, permitiendo que la expedición pudiera completar el ciclo del deshielo en el Ártico. Con ello, los investigadores obtuvieron una información de inmenso valor para entender en detalle lo que está sucediendo, aunque las causas están claras hace tiempo.
Estos días también se supo que la gran barrera de Coral que se extiende a lo largo de dos mil 300 kilómetros frente a las costas del noreste de Australia, perdió más de la mitad de sus corales desde 1995, debido al calentamiento de las aguas provocado por el cambio climático.
Impactante es igualmente el documental A life on our Planet que puede verse en la plataforma Netflix, en el que el curtido divulgador naturalista inglés, David Attenborough, muestra y explica con gran elocuencia y sentimiento, lo que le hemos hecho al planeta, y las consecuencias que eso tiene y tendrá para los seres humanos.
Son noticias que producen desaliento y angustia en cualquiera con algo de sentido común, pero que, por lo visto, dejan indiferente a una buena parte de los panameños. Aquí seguimos destruyendo, devastando, contaminando.
Miremos el tema de la basura, por ejemplo, que provoca una gran contaminación en ríos y mares. Una publicación reciente que identifica los mil ríos que más plástico vierten en el mar en todo el planeta, determinó que siete de esos mil ríos están en este pequeño istmo de solo 75 mil kilómetros cuadrados. Otra lista deshonrosa en la que destacamos.
También están como ejemplo de nuestra estúpida indiferencia, esas leyes que proponen los señores diputados -mandados por otros que seguramente pagan la gestión-, y que ponen en peligro desde la cuenca hidrográfica del canal y la consecuente producción de agua, hasta la biodiversidad aún existente en el país, al impulsar -con todo tipo de beneficios- los monocultivos como la palma aceitera, una producción que ha sido vetada en muchos lugares por su efecto destructor.
No puede faltar en este recuento la notable indiferencia de constructores, promotores y arquitectos, que han convertido en una selva de cemento a la verde Panamá, con la complicidad de funcionarios locales. Es una vieja historia con muchos desalentadores ejemplos.
Pero así como el documental de Attenborough termina con un toque de esperanza al mostrarnos ejemplos de ciudadanos y gobiernos que trabajan para contrarrestar la destrucción, aquí también se brega, no sin dificultad, para salvar lo que aún nos queda.
Por todo el país hay ciudadanos, organizaciones ambientalistas, comunidades y incluso algún que otro funcionario, empeñados en trabajar por un desarrollo verdaderamente sostenible, ese que estos días analizan especialistas en el Tercer Encuentro Nacional de Desarrollo Sostenible (ENADES 2020), organizado por el Centro Internacional para el Desarrollo Sostenible de la Ciudad del Saber.
En el cierre del evento del año pasado, celebrado en Chiriquí, el empresario Felipe Rodríguez hacía pública su esperanza de que sus colegas empezaran a entender el concepto de desarrollo sostenible. “Nosotros podemos hacer negocios teniendo conciencia de que hay elementos que cuidar, respetar la propia sociedad y el ambiente en un equilibrio. Si no pensamos de esa manera, no estamos contribuyendo al futuro de las generaciones que nos van a suceder”.
Tal cual. El desarrollo ha de ser sostenible o solo será un camino a la destrucción. La de todos; incluso la de los depredadores que andan por doquier, pero que estos días destacan en la Asamblea Nacional.
La autora es periodista, abogada y activista de derechos humanos