La idea de que Londres podría tener un futuro post-brexit como una suerte de “Singapur sobre el Támesis”, es uno de los conceptos más curiosos que hayan surgido en los tres años y medio transcurridos desde que los ciudadanos del Reino Unido votaron por un margen ajustado a favor de abandonar la Unión Europea (UE) en el fatídico referendo de junio de 2016. De hecho, al menos en lo que concierne al sector financiero, una mayor amenaza para la armonía regulatoria europea podría venir de Francia.
La frase “Singapur sobre el Támesis” hace referencia a que Gran Bretaña se convierta en una economía de bajos impuestos y ligeramente regulada, que pueda desplazar a la esclerótica y excesivamente regulada eurozona desde una posición estratégica a sólo unos 32 kilómetros de la costa. La idea general fue sugerida por primera vez hace un par de años por Philip Hammond, entonces ministro de Hacienda de Gran Bretaña, como una manera de alentar a la UE a firmar un acuerdo brexit amistoso con el Reino Unido.
Quienes conocen bien a Singapur rápidamente reconocerán que la analogía dista de ser perfecta. Es verdad, Singapur tiene tasas impositivas bajas (a menos que uno quiera importar un auto extranjero caro) y niveles bajos de gasto público, aunque esto último no parece ser parte del plan para los defensores del Singapur sobre el Támesis.
Pero la idea de que Singapur sea un paraíso desregulado no está anclada en la realidad, como sabrá cualquiera que haya intentado deshacerse de una goma de mascar usada. Como ha observado Guy de Jonquières, el éxito de Singapur le debe más al hecho de que es una “economía meticulosamente planificada”, con “ayuda y mimos” a los inversores extranjeros por parte de “burócratas poderosos y ansiosos por complacer”.
Las propuestas políticas de los dos partidos principales en la elección general del 12 de diciembre del Reino Unido, con sus ideas nostálgicas de revivir la industria británica, parecerían sugerir que Gran Bretaña debería renacer como una Stoke-on-Trent de los últimos días, más que como una Singapur europea del siglo XXI. De todos modos, la noción de que el Reino Unido pudiera buscar una ventaja competitiva post-brexit a través de la desregulación –particularmente en relación a los servicios financieros- ha prendido en el continente, donde se ha vuelto una especie de ogro, utilizado para asustar a otros estados miembro de la UE.
El comisionado de la UE responsable por el sector financiero, Valdis Dombrovskis, ha advertido que el Reino Unido no puede aspirar a conservar el acceso a los mercados de la UE si se despega de las reglas del bloque. “Cuanto más sistémicamente importante sea el mercado”, sostiene, “mayor el alineamiento regulatorio que se espera”. El Reino Unido, dice Dombrovskis, debe pensar muy cuidadosamente antes de alejarse de las reglas que sigue el resto de la UE. Si efectivamente se aparta, el acceso de las empresas financieras radicadas en el Reino Unido a los mercados de la UE podría verse restringido.
Desde la perspectiva de un banco radicado en Londres, este argumento parece extraño. No puedo identificar ningún grupo destacado en la política británica que favorezca una importante desregulación bancaria. El Banco de Inglaterra sostiene que los ratios de capital hoy son adecuados, y quienes no están de acuerdo tienden a defender cargas aún más pesadas para los bancos. La cuestión de la regulación financiera no ha aparecido de manera prominente en los debates de las elecciones generales, lo que no resulta sorpresivo. Y no hemos visto ninguna señal de que el péndulo vuelva a oscilar hacia la desregulación, como ha comenzado a pasar en Estados Unidos.
Los bancos del Reino Unido tienen un ratio de capital Tier 1 promedio -la medida central de su fortaleza- de más del 15%, por encima del promedio de la eurozona, y la perspectiva de una reducción material de esa cifra parece remota. Las pruebas de estrés del Banco de Inglaterra, que son la limitación más ajustada para la mayoría de los bancos, son por naturaleza “bíblicas”: los bancos deben mostrar que pueden sobrevivir a una contracción anual del 5% del PIB, una duplicación del desempleo y caídas precipitadas de los precios de la vivienda y de las acciones. De modo que el argumento de que el Reino Unido está por desregular su sistema bancario parece extraño. Y parece aún más extraño cuando uno compara la retórica política a ambos lados del Canal de la Mancha.
Mientras que los políticos británicos recientemente no han ofrecido ninguna palabra de consuelo a los bancos del Reino Unido, el ministro de Finanzas de Francia, Bruno Le Maire, se ha declarado a favor de aliviar la carga de capital sobre los bancos franceses en aras de la competitividad. “Hemos ido demasiado lejos al fijar estos requerimientos”, dijo Le Maire recientemente. Basilea III, las tablas de piedra que contienen los estándares globales para la regulación bancaria, “debe simplificarse y aligerarse”, declaró, y agregó que “los bancos norteamericanos no son objeto de reglas tan estrictas como las que se aplican a los bancos europeos”.
Le Maire, por ende, parece estar en una trayectoria de colisión con Dombrovskis, el encargado de fijar las reglas financieras de la UE, quien dice que “la UE está comprometida a llevar a cabo fielmente las reformas finales de Basilea III”.
Ésta también es la postura del Reino Unido, pero parece que ya no es la visión francesa. De manera que, en el mundo de la regulación financiera, un “frexit” del marco de Basilea parece una amenaza mayor para la igualdad de oportunidades europea que el brexit. Considerando que el presidente francés Emmanuel Macron ha dicho recientemente que la OTAN está en un estado de “muerte cerebral”, parece que hoy se está preparando un veredicto similar sobre el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea.
Es verdad que algunos aspectos del acuerdo global sobre Basilea III, alcanzado –a regañadientes en el caso de Francia y Alemania- a fines de 2017, pesan más en los bancos europeos que en sus pares estadounidenses. Esto se debe, en parte, a que rara vez se titularizan y se venden hipotecas en Europa, mientras que, en Estados Unidos, dos empresas con garantías del Estado, Fannie Mae y Freddie Mac, están detrás del mercado hipotecario y los préstamos en depósitos originados por los bancos. También, los bancos europeos prestan más a clientes corporativos grandes y muy bien calificados, que en Estados Unidos normalmente se financian en los mercados de capital. Los llamados “pisos de producción” en el acuerdo de Basilea, por lo tanto, afectan más seriamente a los bancos europeos.
Estos son puntos válidos. Pero, en lugar de lanzar otra disputa política transatlántica, sería preferible que los reguladores que dan consentimiento pudieran negociar en privado una manera de suavizar los bordes duros en el acuerdo de Basilea. Un frexit podría ser tan perjudicial para el sistema financiero de Europa como el brexit.
El autor es presidente del Banco Real de Escocia