En 2017, el sociólogo y académico Luis Pulido Ritter escribió en La Estrella de Panamá un artículo denominado “Entre el reto global y una presencia olvidada”, en el que reflexionaba sobre la evolución de la Universidad de Panamá al cumplir 82 años de existencia. Y en su análisis, pedía “un minuto de silencio, un minuto de reflexión, donde todos nos preguntemos seriamente qué estamos haciendo por la primera casa de estudios del país, por la casa de Octavio Méndez Pereira. Y al mencionar su nombre pienso en su legado para el país, el esfuerzo de toda una generación de panameños, para que tengamos una institución como la Universidad de Panamá”.
La presencia olvidada a la que alude el título del artículo citado, tuvo un breve renacimiento hace unos meses cuando el doctor Alfredo Figueroa Navarro diera su discurso de aceptación del merecido Premio Universidad 2021. Y es que, tras 44 de dedicación a la docencia y la investigación, el destacado sociólogo recordó en su discurso al grupo de docentes alemanes y austríacos que, escapando de una Europa convulsionada por el ascenso del nazismo, ayudó a Octavio Méndez Pereira a crear la Universidad de Panamá en 1935.
Los doctores Erich Graetz, profesor de biología que llegó a ser decano de la Facultad de Ciencias; Lawrence Malowan, profesor de farmacia y jefe del Departamento de Química; Richard Behrendt, profesor de ciencias sociales y economía y decano de esa facultad; Werner Bohnstedt, profesor de estadística y geografía, entre muchos otros, permitieron que Méndez Pereira avanzara con bases firmes en la creación del sueño universitario.
Panamá fue muy afortunada de contar con las mentes ilustradas de estos profesores, herederos todos de una sólida formación académica y orientados fuertemente a la investigación aplicada, quienes guiaron a Méndez Pereira en el proceso de creación de las diversas facultades, consagrándose con rigor a estructurar los primeros programas de estudio de las carreras iniciales.
El profesor Figueroa Navarro hizo especial mención del doctor Behrendt, creador de programa de la Licenciatura de Ciencias Sociales y Económicas, así como del Centro de Investigación Sociales y Económicas de la Universidad de Panamá en 1936, imponiéndose la tarea de investigar la realidad económica y social del país, algo que era imperativo en esas primeras décadas del siglo veinte.
El doctor Behrendt es citado también por Pulido Ritter en su artículo, quien lo describe como “un sabio amante de la literatura, investigador y profesor judío-alemán de sociología y economía… y quien llegó a ser uno de los fundadores del Instituto Latinoamericano de la Universidad Libre de Berlín”, donde impulsó -años después de su experiencia panameña- que los estudiantes hicieran sus tesis doctorales sobre América Latina y pasaran un año en algún país de la región.
No hay que olvidar, por supuesto, el gran aporte de los profesores españoles que llegaron a Panamá tras el naufragio del sueño republicano, apuntalando con su sólida formación académica los primeros pasos de la Universidad de Panamá. Entre otros estuvieron el historiador Juan María Aguilar, quien fundara el Departamento de Historia en 1943; el geógrafo Ángel Rubio, quien realizó una obra notable en Panamá; los juristas Demófilo de Buen, Juan Vázquez Gayoso, Manuel Cano Llopis, Concha Peña o Antonio Moles Caubet; los médicos José Garreta Sabadell, Juan Miguel Herrera, Santiago Pi Suñer, Mariano Górriz, entre otros.
¿A qué viene este recuento nostálgico de aquellos tiempos en que lo importante era la excelencia y no la nacionalidad? Muy sencillo: porque urgue que la sociedad panameña, su élite económica, social e intelectual, su juventud, reaccione ante lo que sucede en la Universidad de Panamá y cómo ello repercute negativamente en el desarrollo del país.
Hoy, tristemente la casa de Méndez Pereira -a pesar de los esfuerzos para dar un giro de timón por parte del rector Eduardo Flores- se ha convertido en un institución tomada por el clientelimo y la exclusión, a pesar de la batalla que siguen dando aquellos que luchan contra capillas, mediocridades y corrupción, tratando de mantener a flote el legado de Méndez Pereira. A esos valientes les pido disculpas por las generalizaciones.
“En verdad, ¿qué hace de la Universidad de Panamá la Primera Casa de Estudios? ¿La cantidad de egresados? ¿La cantidad de carreras? ¿Qué? ¿La cantidad de extensiones? ¿La cantidad de estudiantes? ¿Por la cantidad de investigaciones? No se trata de poner en duda los logros, pero de lo que se trat es pensar sobre la calidad de la institución”, se preguntaba Pulido Ritter en 2017.
Esas preguntas recogen la angustia de quienes vemos el resultado de años de retroceso, de dañino enroscamiento, de barreras que imposibilitan que graduados de prestigiosas universidades extranjeras se convirtan en docentes -aún siendo panameños-, de defender lo indefendible. Y ahora llega la ley de historiadores, mientras el país descubre la infamia que ocurren en la Universidad de Chiriquí. Triste.
La autora es presidenta de la Fundación Libertad Ciudadana, TI Panamá