“Voy a contar cómo fue al quemadero el inhumano que tantas vidas infelices consumió en llamas; que a unos les traspasó los hígados con un hierro candente; a otros les puso en cazuela bien mechados, y a los demás les achicharró por partes; a fuego lento, con rebuscada y metódica saña.” Benito Pérez Galdós. Torquemada en la hoguera.
¿Sobrevivimos después de la muerte? Los que enfrentan la cuestión exclusivamente desde una cierta perspectiva religiosa han resuelto el asunto: después de la muerte, una parte no material y consciente sobrevive y va a parar al cielo, al lado del Omnipotente; o al infierno, junto al Maligno.
Los sitios donde se deleita o sufre han cambiado con el paso del tiempo y el desarrollo de la ciencia. La idea de un infierno, por ejemplo, ha evolucionado desde una hoguera, hasta un difuso lugar en que se castiga al pecador inhibiendo su presencia a la mirada de El Padre. En la Edad Media, el presentimiento de arder eternamente sin consumirse causaba pavor. Todavía hoy causa inmenso quebranto.
Una idea que intriga aún es el problema de la extinción al morir. Decía que el problema no es relevante para los creyentes. Por otra parte, se puede asociar a la discusión sobre el llamado problema de la mente y el cuerpo. El filósofo francés René Descartes (1596-1650), justamente considerado el padre de la filosofía moderna, lo expuso en términos que fijaron el derrotero de uno de los problemas fundamentales de la filosofía.
Según Descartes, la mente y el cuerpo tenían propiedades diferentes. La mente era una cosa que piensa, duda, afirma, niega; no ocupa espacio. El cuerpo era una cosa extensa, que ocupa espacio, posee volumen y es temporal. Así, los pensamientos no se pueden medir ni partir; una mesa en cambio sí...etc. Si reconocemos que dos cosas son idénticas si y solo si comparten todas sus propiedades, debemos aceptar que si hubiese tan solo una propiedad que no compartieran, entonces no serían la misma cosa. No puede por ejemplo, afirmarse sin contradicción que A es A y no A al mismo tiempo. De paso, puede notarse el aprieto en que este principio lógico coloca a ciertos dogmas teológicos, v.gr. el que afirma que tres personas distintas son una y la misma simultáneamente. En síntesis, podría concluirse que si las propiedades del cuerpo y de la mente son distintas, entonces tendremos que aceptar que la mente es una cosa y el cuerpo otra.
Algunas discusiones contemporáneas sobre este problema intentan responder a ciertas preguntas:¿ la mente es algo diferente del cerebro o es el cerebro mismo? Los sentimientos, creencias y deseos, ¿son cosas diferentes de los procesos físicos cerebrales o son idénticos a esos procesos? ¿Cómo explicar en términos puramente físicos ciertas experiencias v.gr. la emoción que siente uno cuando expresa su amor a otra persona? Algunos opinan que estamos compuestos de dos clases de entidades diferentes: una física o material y otra mental o no material. Les han denominado dualistas. Otros piensan que somos únicamente materia y que los estados mentales, las emociones, creencias, etc., son estados físico-químicos. Los han denominado fisicalistas. Aún otra teoría sostiene que aunque el cerebro es la sede de los estados mentales, éstos no son físicos o materiales . Por ejemplo: una quemadura en la mano tiene un aspecto físico que abarca reacciones eléctricas y químicas en el cuerpo y también un aspecto mental: una experiencia desagradable, distinta a la sensación de dolor.
Como se podrá notar, el problema de la mente y el cuerpo puede relacionarse con otros problemas, entre ellos, el mencionado de la sobrevivencia después de la muerte. Si uno acepta el dualismo, entonces es probable que tienda a creer que la parte mental continuará existiendo en forma autónoma después de la muerte. Pero si se acepta que la mente (y la consciencia) dependen totalmente de la parte biológica, es decir del cerebro, entonces la sobrevivencia será imposible.
La evidencia científica nos dice que sin actividad cerebral no es posible pensar. No es posible que después de la muerte la consciencia subsista. Naturalmente cada cual puede rechazar esta idea. Tal vez a muchos resulte desagradable y reclamen la consoladora idea de una vida en el más allá. Otros reconocemos la prioridad de la ciencia sobre el dogma. Parece que al morir nos extinguimos.
El autor es abogado y doctor en filosofía