Hoy escribo con alto grado de convicción sobre la idea de que la ciencia y la teología caminan mano a mano en su objetivo común de curar enfermedades. A este respecto, les comento mi posición sobre la vacunación usando un lente binocular que contemple ambas disciplinas, salud y religión.
Actualmente, nos encontramos en medio de una tormenta de confusión y desinformación sobre el tema de las vacunas. Quiero compaginar el legado de la ciencia médica con la tradición bíblica judeo-cristiana, para reconciliar el debate y las ideas descabelladas que pretenden hacer creer que las vacunas van en contra de la religión o de los designios superiores de Dios o del universo. Independientemente de nuestras creencias, es casi obvio que hay una inteligencia creadora que abarca todos los confines de su creación. La inteligencia creadora, el Dios de los creyentes o universo de los científicos, conoce al detalle la constitución anatómica y fisiológica de los seres humanos. Por ende, hay una fuente original de conocimiento que es puesta a nuestra disposición en la crónica bíblica del Génesis, libro que compartimos los seguidores tanto de la religión judía como la cristiana, con propósitos constructivos en pos de la vida y la salud.
En el primer libro de la Biblia, el “Creador” le otorga a la humanidad dos grandes misiones: nombrar a todas las criaturas del mundo sub-humano y dominarlas (Génesis 1-2). Estas serían las primeras capacitaciones y permisos para curar enfermedades. Solo sabemos curar lo que podemos nombrar y dominar. Esto es particularmente certero en lo que se refiere a las enfermedades infecciosas y en el tema que nos ocupa a diario, la pandemia de la Covid-19.
La historia de la ciencia ha sido 100% fiel a este mandato superior. Toda enfermedad, para curarla, hay que nombrarla; toda infección que nos azota requiere que identifiquemos y nombremos al microbio causante. De ahí nace la ciencia de la infectología, madre de la bacteriología, parasitología, micología y virología, las cuales estudian las bacterias, parásitos, hongos y virus causantes de las enfermedades infecciosas.
A medida que las infecciones se identifican y se nombra al agente que las causa, se nos abre la puerta para dominar a esos microbios y comenzar el trabajo preventivo y curativo de las afecciones que causan. Y se puede decir que la práctica de la medicina preventiva tiene sus orígenes en la era precristiana. Testimonio bíblico es el uso de la sal de mesa como preservativo y preventivo, para enterrar y prevenir la propagación de microbios propios de los desechos fisiológicos de animales y humanos.
La ciencia y la medicina no se improvisan. La cura de las enfermedades no se logra por medio de la magia. El milagro de la sanación de enfermedades esta íntimamente ligado a ese mandato original ilustrado para los creyentes en la historia bíblica de la creación. La ciencia ha demostrado a cabalidad ese proceso de la prevención y el tratamiento de las enfermedades, y ese trabajo no contradice las doctrinas bíblicas.
Jesús, el fundador y figura central del cristianismo, asigna a sus seguidores, en el evangelio de San Mateo (10:8), dos mandatos indiscutibles cuyo significado la ciencia no ha dejado de tener como estandarte: limpiar la lepra y curar las enfermedades. La lepra, que pudo haber sido el Covid de esa época, es una enfermedad causada por una micobacteria, microbio de la familia de la tuberculosis, la cual fue finalmente controlada gracias a la creación de la vacuna BCG en el año 1921 y el uso de los antibióticos. Entonces, el negar el papel de las vacunas en la prevención y control de enfermedades transmisibles va en contra de este claro mandato bíblico.
Prueba de la aceptación de las vacunas como estrategia permisible y “moralmente aceptable” por la iglesia católica romana, para salvar vidas, no se ha hecho esperar. Su santidad el papa Francisco y el papa Benedicto XVI ya se han vacunado. La Comisión de la Doctrina de la Fe del Vaticano ya ha declarado que el uso de la vacuna no implica complicidad moral en el origen de las líneas celulares que han servido a la ciencia para apoyar el desarrollo de los virus. Finalmente, aclaramos que las vacunas anti Covid autorizadas hoy día no contienen material biológico de ningún humano.
Que nos quede claro, entonces, que curar enfermedades, prevenir infecciones y utilizar vacunas son todas prácticas y mandatos bíblicos indiscutibles. Cierro este escrito con una invitación a continuar este diálogo en mi próximo artículo sobre el origen y constitución de las vacunas.
La autora es médica, investigadora científica y teóloga


