El primero de febrero del año en curso, se cumplieron veinte (20) años de haber sido dictada la primera sentencia que condena al Estado panameño por parte de la Corte interamericana de los Derechos Humanos (CIDH), en el caso conocido como Ricardo Baena y otros –vs- Panamá, por violaciones a los derechos sociales (derechos laborales). Para los juristas y jurisconsultos que valoran el trabajo que cuesta hacer y que se haga justicia; a los que aman la rectitud y no el pillaje ni el servilismo al poder, no podía pasar desapercibida la fecha. A ellos, nuestra gratitud eterna por sus valientes esfuerzos y publicaciones, para que no quede en el olvido la perversidad de algunos seres, quienes abusando del poder en sus gobiernos, han cometido execrables daños a la salud pública y a sus semejantes.
A uno de esos valientes guerreros de la lucha por la libertad, la democracia y los derechos humanos hoy quiero referirme, ya que sin sus conocimientos, habilidad y arrojo, los daños causados por esta ley que desde un inicio se consintió y aprobó para hacer daño, hubiesen quedado como miles de las injusticias que han vivido los ciudadanos de a pie. Me refiero al doctor Vicente Archibold Blake, catedrático de la Universidad de Panamá y de la USMA, consultor, escritor y humanista. Sin él, quienes buscan justicia hoy día en dicho organismo supranacional, teniendo como base al precitado caso, no tendrían referente.
Conocí a Vicente cuando regresaba de Venezuela del exilio que me impusieron los militares y luego del multitudinario recibimiento de los trabajadores del extinto Instituto de Recursos Hidráulicos y Electrificación (IRHE), los fieros combatientes del gremio sindical (SITIRHE), se reunieron a media noche de ese 03 de enero de 1990 y me solicitaron entre algunos aspectos, que querían que cambiara del gremio al asesor legal, por un joven profesional del derecho, quien jamás les había abandonado en lo difícil y cruento de la lucha por la democracia y la justicia en el país, cuando estuvieron dos años destituidos y perseguidos. Sobradas razones testimoniaron uno a uno y esa misma madrugada de 04, sin dudar, autoricé de inmediato lo solicitado.
Nos equivocamos quienes pensamos que la situación mejoraría para los trabajadores en la supuesta “democracia”. Los planes y programas económicos que se aplicaron desde un inicio post invasión, fueron crueles y canallas para los sectores no privilegiados del nuevo poder. Despidos injustificados, persecución, suspensión del XIII mes, cesación de las evaluaciones en la empresas; fue el año más infausto para los gremios y organizaciones, pero sentíamos seguridad con nuestro asesor legal.
Nos reeligieron para un tercer periodo en el sindicato en abril y al regresar a medio año de USA de acompañar a mi exesposa de una operación de extracción de un tumor en el cerebro, las luchas con el nuevo gobierno arreciaron. Protestas, piquetes, movilizaciones y largas e inútiles reuniones con quienes no pretendían cambiar sus planes.
Se produjeron las multitudinarias movilizaciones de octubre y diciembre, ampliamente difundidas y conocidas; con ellas, devino la perversa ley 25 del 14 de diciembre de 1990, y en cada acción de lucha en las calles, contábamos además, con un gran militante combativo, nuestro respetado y querido abogado. Desde allí en adelante y por cuatro años, considero que el doctor Blake, no tuvo vida propia ni familiar. Desde las Juntas de Conciliación, cuyas juezas se negaban a recibirnos las demandas por instrucciones políticas, pasando por los juzgados de Trabajo, el Tribunal Superior y luego la Sala Tercera de lo Contencioso Administrativo de la Corte, se planearon, redactaron, corrigieron e interpusieron miles y miles de demandas, recursos, amparos y otros, entendiendo que éramos 270 los destituidos mayormente del IRHE, INTEL, IDAAN, MOP, Cemento Bayano, Puertos y otros.
Dijo un abogado exministro: “Todas las Cortes, han sido cortesanas” y ninguno de los imputados lo ha refutado. Antes de la sentencia amañada de marras en lo contencioso, Vicente me confió su opinión: Vamos a tener que acudir a las instancias internacionales, aquí no hay justicia. Con su hábil conducción, orientación, y contactos internacionales, siempre asistido y apoyado por su estudiosa compañera la doctora Anayansi Turner, así lo hicimos.
Gloria inmarcesible a los que no vendieron sus almas en esta gran lección, en la que desgraciadamente terminó pagando el bodrio político el Estado.
El autor es electricista, politólogo y escritor