Tal como lo hemos predicho en meses anteriores, unos de los peligros resultantes de la falta de vacunación es el ambiente propicio para la producción de nuevas variantes del coronavirus.
Entre los meses de mayo y septiembre del año en curso, vimos una impresionante propagación del SARS-CoV-2 en el mundo, en su reciente identidad como la variante Delta. Esta última, ahora pareciera estar en peligro de pasar de moda y ser dejada “tachuela” por nuevas variantes o cepas emergentes.
Esta semana, el 26 de noviembre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reporta la aparición de varias docenas de casos de la nueva variante Ómicron del SARS-CoV-2, inicialmente conocida por su código numérico B.1.1.529. Esta variante Ómicron es considerada “variante de preocupación” por la OMS y podría aumentar el riesgo de las reinfecciones. Llama la atención, en especial, por llevar numerosas mutaciones en las proteínas espiga, que le sirven al virus cual múltiples disfraces, para colarse en forma escurridiza dentro de las células infectadas. Hasta esta fecha, las naciones que han detectado casos de la variante Ómicron incluyen a Sudáfrica, Botswana, Hong Kong, Bélgica e Israel. Y ya Estados Unidos, Inglaterra, Suiza y otros países europeos han anunciado restricciones de entrada a viajeros provenientes de países del sur de África.
Cuando surgen noticias que identifican nuevas cepas o variantes del coronavirus, es importante apoyarse en fuentes científicas confiables y no adelantarse a pronunciamientos oficiales. Una buena noticia en medio de este caos es la rapidez con la que varios países del mundo han respondido, restringiendo sus fronteras para contener la propagación de la Ómicron. Y ya expertos en biología molecular trabajan las secuenciaciones de la variante, y los casos detectados empiezan a proveer información clínica sobre la patogenicidad o potencial de severidad de esta nueva variante.
Providencialmente, esta misma semana, la Administración de Drogas y Alimentos y el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (FDA y CDC, por siglas en ingles, respectivamente), extendieron la aplicación de una dosis de refuerzo con las vacunas Pfizer o Moderna para aquellas personas mayores de 18 años de edad, que hayan completado su ciclo de vacunación primario. Esta medida fue asimismo adoptada en Panamá por el Minsa esta semana.
Y es, precisamente, con un programa bien organizado de vacunación, como el existente en nuestro país, que cubra a nuestra población inmunocomprometida con terceras dosis y ofrezca al resto de la población una dosis de refuerzo, que podremos evitar la producción local de nuevas cepas y su propagación. Hasta el momento, no se ha demostrado que la nueva cepa escape al efecto de las vacunas, pero se esperan más detalles en los días venideros. Así mismo, se espera conocer data mas específica sobre nuevos compuestos anti-virales contra la Covid-19, próximos a ser evaluados por autoridades regulatorias mundiales. Estos nuevos tratamientos aumentarían las herramientas de combate contra el SARS-CoV-2, pero no reemplazarían la necesidad de vacunarse.
Finalmente, es importante entender la necesidad de proteger a nuestra niñez. La autorización reciente de la vacuna Pfizer para las edades de 5 a 11 años le va a ofrecer protección a las edades mas vulnerables y mas afectadas dentro de los grupos pediátricos. Si bien es cierto que la Covid-19 es menos frecuente en niños, son precisamente aquellos en edad escolar los que están bajo el mayor riesgo de sufrir una de las consecuencias más graves de esta infección, el síndrome inflamatorio multi-sistémico (MIS-C o PIMS, por sus siglas en inglés). Este síndrome está ahora bien descrito en niños y jóvenes, sobre todo en la primera década de vida. El cuadro clínico se presenta de 2 a 6 semanas después de la infección por Covid, la cual puede ser seguida por colapso general, falla cardíaca y shock, requiriendo tratamiento de cuidados intensivos, y que raramente puede ser letal.
El coronavirus, al parecer, no nos va a permitir todavía una tregua en la batalla para controlarlo.
Necesitamos preservar las medidas de bioseguridad, el uso de mascarillas y distanciamiento social, al menos, hasta lograr una inmunidad colectiva en el territorio nacional. La vigilancia epidemiológica deberá continuar. Hay que robustecer los programas educativos sobre la importancia de la vacunación, sobre los peligros de la Covid-19, sus secuelas crónicas y el peligro que constituyen las regiones con baja vacunación.
Ojalá y no se necesiten variantes exóticas del otro lado del mundo para solidarizarnos con el apoyo a la vacunación y así bloquear la continua fabricación de nuevas cepas de este virus, enemigo de la salud pública.
La autora es médica pediatra e investigadora científica