Nosotros – mi mujer y yo - tenemos una larga vivencia de amor con Venecia, Italia. Allá tenemos queridos amigos y pocas veces “cruzamos el charco” sin hacer una parada de mínimo tres días ahí. Hace poco, una amistad me regaló un libro titulado Venice, de la pluma de Jan Morris. Pensé que era otro libro más (de los cientos o miles que hay sobre Venecia), pero me encontré con una prosa casi mágica, que me permitió físicamente estar allá, casi que saboreando cada página.
Este artículo pretende compartir con mis amigos lectores, en la esperanza que vayan a experimentar o repetir la visita con otra visión y sabor especial.
Venezia (así se dice en italiano), según la autora, no es tanto una ciudad, “sino una experiencia”. Es la más bella ciudad del mundo, pidiendo ser admirada. Es una ciudad irreconciliable con el mundo contemporáneo. Huele a vieja, lo cual es esencial a su carácter. Es un centro de estudios de arte y de las técnicas de conservación.
Tan solo 20 mil de sus residentes pueden decir que son venecianos con padres y abuelos nacidos allí, en la “Sereníssima”.
Venezia fue fundada por refugiados que, huyendo, encontraron refugio en su laguna. Tomó muchísimos años para que la laguna adquiriera vida y vigor, y varios siglos para que éstos refugiados dejaran de guerrear entre ellos, para dedicarse a crear y construir la gran ciudad de Venezia, que luego fue república.
Venezia se fundó el viernes 25 de marzo del año 421, a las 12:00 del mediodía.
Única en el mundo, Venezia es mitad este, mitad oeste; mitad tierra y mitad agua; posicionada entre el cristianismo y el islam; un pie en Europa, otro en Asia. Su sistema de canales (libre de vehículos a motor) es una de las maravillas del mundo.
Al inicio era una especie de democracia patriarcal; luego una oligarquía aristocrática (cerradísima). Después eligieron un Consejo de 10 y luego de 3, elegidos cada mes. Así preservó -infligiendo torturas y muertes horrendas- su independencia, hasta finales del Siglo XVIII. Siguió su accidentada historia (que es muy larga para este artículo), hasta su caída y hoy es esencialmente un fenomenal museo con una población de venecianos comparables solo con ellos mismos.
La gran Piazza San Marcos, en su impresionante enormidad y belleza, nos invita siempre a permanecer ahí sin ningún propósito definido ni para encontrarnos con nadie especial, sino simplemente a estar, observando a la humanidad , a las miles de palomas, a la música de sus orquestas, y a conversar sin tiempo definido. No hay otro lugar en el mundo así.
Comparto dos anécdotas que vivimos en la Piazza San Marcos. Una vez estábamos ahí cerca de la medianoche. La piazza estaba vacía, sólo estábamos los sentados en los cafés cerca de cada orquesta. La más cercana a nosotros tocó un tango y de la nada salió una pareja. Los dos solitos en la inmensidad de la piazza, bailaron un precioso tango que nadie quería que terminara. ¡Un espectáculo único en la vida! Al terminar, un niño con ramos de rosas se acerca a ofrecerlas a la pareja. El bailador declina, pero el niño le responde “se las estoy regalando”. Fue un momento emocionante. ¡Solo en Venecia!
En otra ocasión, en la misma piazza, pos cena tomando un plus café, comenzó a darse el fenómeno (que se repite un par de veces al año) de “aqua alta”: el lugar inundándose con el agua que surgía a borbotones a través de las alcantarillas.
Hubo dos reacciones entre quienes estaban ahí en ese momento: una mesa de italianos, quienes interrumpieron su conversación momentáneamente, se quitaron los zapatos y los amarraron a sus sillas, se arremangaron sus pantalones y continuaron su amena conversación entre tragos, y otra mesa con estadounidenses, quienes - contrario a ésa reacción - se espantaron y la conversación giró hacia la conformación de un comité para arreglar el “horrible” asunto y terminaron por retirarse indignados. Nosotros reaccionamos al estilo italiano y luego caminamos hacia nuestro Hotel Danieli (sobre tablones de madera que son instalados en un instante) y cuando llegamos nos encontramos el precioso lobby bajo dos pies de agua, al pianista tocando como si nada y a los meseros atendiendo a los clientes (con sus calzados amarrados a las sillas ). “¡É Venezia!”… “¡É Italia!”
Por estas y muchas cosas más, cuando piso Italia, cambio de actitud. Me dedico a gozar la vida y por eso tengo ese amor por Venezia, que vive y vivirá con nosotros por siempre.
El autor es fundador del diario La Prensa


