Conocido también como “el pulgarcito de América”, El Salvador ha vivido en los últimos 30 años entre el bipartidismo de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Las políticas implementadas por estos partidos no han cumplido con las expectativas de los salvadoreños, que el domingo dieron un espaldarazo a la política criolla y llevaron a la Presidencia al joven empresario de ascendencia palestina y exalcalde de San Salvador, Nayib Bukele.
Postulado por el partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), Bukele, de 37 años de edad, fue expulsado en 2017 del hoy día oficialista FMLN, y en menos de un año se inscribió en tres partidos políticos.
Esto, según dijo, para burlar lo que consideraba una estrategia de las fuerzas políticas tradicionales para impedir que se postulara como candidato a la Presidencia y, con ello, pudiera poner fin a tres décadas de hegemonía política en El Salvador.
“Los resultados de las elecciones son un rechazo a todo el sistema político, a toda la institucionalidad. Por esa pérdida de credibilidad, la gente no votó por los partidos tradicionales”, dijo el sacerdote Rodolfo Cardenal, de la jesuita Universidad Centroamericana.
Norman Quijano, del partido Arena.
El resultado de las elecciones del domingo es una señal de que el electorado “castigó fuerte y claro” a Arena y al FMLN, que se han repartido el poder, señaló por su parte el analista y profesor universitario Juan Ramón Medrano.
Corrupción
Bukele apenas empieza a dibujar el futuro que en él han depositado sus compatriotas.
Acabar con la corrupción, un mal aparentemente endémico en esa nación centroamericana, fue una de sus promesas más notables de campaña, pese a que él es investigado por supuesto lavado de dinero, fraude y evasión fiscal durante sus períodos como alcalde.
En su momento, el ahora nuevo presidente propuso la creación de una Comisión Internacional contra la Impunidad.
Manifestó que en los últimos años en El Salvador se han robado del erario unos mil 500 millones de dólares.
Otras de sus promesas son construir cuatro nuevos hospitales, un aeropuerto en el oriente del país y un ferrocarril que recorrerá toda la zona costera.
Igualmente, el nuevo mandatario pretende ampliar un gravamen a las tierras agrícolas ociosas y aplicar un impuesto al valor agregado diferenciado, que sea mayor para los bienes de lujo y menor o exceptuado para la canasta básica y las medicinas.
Gobernabilidad
“Este gobierno nuevo va a ser débil. Es que institucionalmente no tiene apoyo legislativo”, aseguró Álvaro Artiga, profesor de sociología y ciencias políticas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, quien parece tener razón.
Bukele, quien asumirá en junio, llega al poder con un Legislativo dominado por la oposición, lo que lo obliga a establecer puentes para mantener la gobernabilidad.
La nueva administración “estará en una situación todavía más complicada” que el actual gobierno del izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional , que tiene 23 diputados, afirmó Artiga.
Si Bukele continúa su alianza con GANA solo contará con 10 diputados, más uno del partido Cambio Democrático.
Para aprobar una ley necesita 43 de los 84 votos de los diputados de la Asamblea Legislativa.
La derechista Arena cuenta con 37 diputados, sus aliados del Partido de Concertación Nacional tienen 9 y el Partido Democracia Cristiana, 3, suficientes para controlar cualquier decisión en el Parlamento.
Artiga adujo que Bukele va a tener que demostrar que es diferente “a los mismos de siempre” y construir un gabinete “que no son los amigos, los familiares, todo de lo que se ha acusado a los mismos de siempre y que él no lo puede repetir, porque la gente votó en términos de rechazo”.
(Con información de Reuters, AP, AFP, diarios salvadoreños).