A orillas del punto más ancho del poderoso río Chucunaque suenan los tambores afrodescendientes.
Suenan en una población de la selva, donde acaba la carretera que, desde Canadá, recorre las curvas americanas.
Esta es Yaviza, la que fuera cabecera de provincia, una villa que es tan interoceánica como el Canal.
Un lugar en el que grupos folclóricos de varios pueblos se dan cita para demostrar que la raíz sigue viva.
Los ritmos del Darién guardan la memoria histórica de un tiempo de colonia, de esclavitud y cimarronaje.
Sobreviven los cantos de un tiempo pasado del que poco ha cambiado.
Yaviza se debate entre la pobreza moderna y la riqueza ancestral: entre el olvido de las políticas públicas y el resguardo de la naturaleza.
Es aquel lugar, que parece lejano, pero que al conocerlo se siente cercano. Mucho más por su profunda conexión a nuestras raíces.
Se convive y se sobrevive. Los yavizanos no olvidan, los niños aprenden. Yaviza es la flor del tambor.