“Nos cortaron el agua [...] vamos a morir de sed o a enfermar”, lamenta Almas, quien se refugió en Afrin, enclave kurdo del norte de Siria atacado por las fuerzas turcas, que ahora intentan asfixiar su capital.
Observadores y oenegés se declaran preocupados ante la eventualidad de un asedio o asalto a esta ciudad, de unos 350 mil habitantes, que carecen de agua y electricidad e invaden los mercados para abastecerse de pan, leche o latas de conserva.
El Ejército turco se apoderó estas últimas semanas del principal embalse de la región de Afrin, cortando el suministro de esta importante fuente de agua para la región.
“Tenemos miedo de que las fuerzas turcas entren” en la ciudad de Afrin, afirma Almas, una joven de 23 años de edad, originaria de Rajo, localidad ubicada en la frontera sirio-turca, y que ahora está en manos del Ejército turco.
Miles de habitantes del enclave de Afrin debieron huir desde enero de sus ciudades y pueblos para refugiarse en la capital, hasta entonces relativamente a salvo de los ataques.
Desde el inicio de la ofensiva turca, un único convoy de ayuda humanitaria ingresó en el enclave, transportando alimentos y material médico para 50 mil personas.
El presidente turco, Recep Tayip Erdogan, esperaba que ayer miércoles en horas de la noche el bastión kurdo de Afrin estuviera “totalmente rodeado” .
Poco antes en un discurso televisado, Erdogan había sido mucho más tajante: “Espero [...] que Afrin haya caído por completo de aquí a esta noche [anoche]”, dijo.
Redur Khalil, portavoz de las YPG (Unidades de Protección Popular), reaccionó señalando que “parece que [...] Erdogan está soñando despierto cuando dice que Afrin caerá esta noche”.
El gobierno de Ankara acusa a este grupo kurdo de tener vínculos con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán que lleva a cabo en el sureste de Turquía una guerra de guerrillas.
Turquía lanzó un operación militar contra este enclave del norte de Siria el 20 de enero para expulsar a las YPG de la frontera entre los dos países.