En el Centro Femenino de Rehabilitación (Cefere) Cecilia Orillac de Chiari, como en el resto de los centros penitenciarios del país, todo el mundo tiene una historia. Con la diferencia de que aquí en los últimos años se introdujeron programas sociales que han causado profundos cambios.
La creación de programas de lectura para personas con discapacidad visual (Mi voz para tus ojos), de alta costura (Integrarte), de teatro (Detrás del muro), de agricultura, de reciclaje, entre otros, marcaron la vida de muchas de ellas, según sus propios testimonios.
“Hay un claro cambio de comportamiento. De personas agresivas adquieren transformaciones positivas apenas participan en estos programas. Hacen cosas que jamás pensaron que harían y eso tiene un tremendo impacto en su conducta”, dice la directora de Cefere, Lisseth Berrocal.
En total son 725 privadas de libertad en este centro, construido con una capacidad máxima de 433. Está a punto de desaparecer, pues el Ministerio de Gobierno ya licita una nueva penitenciaría femenina en Pacora. Mientras eso sucede, los programas sociales penitenciarios albergan a poco más de 200 privadas, que viven experiencias que en sus vidas anteriores fueron inimaginables. Estas son seis de sus historias, contadas a viva voz.
ENTRE COSTURAS
Claudia - 48 años, 30 meses dentro del penal
El proceso de llegar a Cefere es bien difícil. Recién entré, logré ingresar a la universidad que hay acá. Estudiaba turismo. Estuve allí dos años y me iba muy bien, tenía muy buenas notas. Pero padezco una enfermedad progresiva, fibromialgia, que en estos momentos está en su nivel más alto y me da mucho dolor. Me costaba mucho concentrarme y decidí abandonar. Hasta que apareció Integrarte.
Entonces comencé en el programa que había de reciclaje, que después se transformó en Integrarte. Me dijeron que venía una iniciativa de alta costura y me gustó muchísimo. La ropa era más formal de la que yo estaba acostumbrada a hacer en Medellín. Allá cosía prendas más casuales. Pero he aprendido sobre la marcha.
En Colombia yo era diseñadora con empresa propia. Pero allá el trabajo de confección está difícil. La gente prefiere comprar ropa que viene de China, que es más barata pero de menor calidad que la que hacemos nosotros.
Mi esposo entonces consiguió un trabajo en Colón, en el puerto. Me dijo que viniéramos, que había oportunidad para la confección. Vivíamos en Llano Bonito, junto con mis dos hijas y mi niño. Estuvimos 10 meses, cuando un día yo acababa de llegar a mi casa después de buscar a mis hijos de la escuela y llegó la Policía. Me preguntaron por mi esposo, les dije que no estaba. Allanaron la casa y encontraron dos maletas: una con dinero y otra con droga. Por eso estoy acá. El año pasado fui a juicio y me condenaron a 200 meses.
Mi hija pequeña se enfermó del estómago y se fue a Colombia. A mi hijo lo enviamos también a Colombia con la familia de su papá y ahora se lo llevaron a Chile. Mi hija mayor sí está acá.
En Integrarte se ha formado una hermandad. Todas nos conocemos y nos acompañamos en nuestras tristezas y alegrías, conversamos, nos escuchamos, nos ayudamos. Cada una tiene su propia historia. Estamos de 8 a 4 de la tarde, pero con ganas de quedarnos más tiempo acá adentro. Cuando salgo, voy derecho a mi hogar, me ducho y me acuesto. A veces se forma la locura, los gritos, el escándalo. Mientras menos tenga que ver con eso es mejor.
Hay mucho reconocimiento por parte de las compañeras, de la gente. A todo le ponemos amor e intentamos hacerlo lo mejor posible. Diana es el cerebro creativo de todo lo que tiene que ver con manualidades, y Fátima Vargas es la diseñadora de la marca. Nosotras cosemos lo que ella nos da.
Gracias a este programa he visto cosas que nunca pensé ver, gente que nunca imaginé conocer, acercarme a personas que nunca creí. Han venido ministros, gente de organizaciones internacionales. Jamás imaginé conocer a tanta gente importante. Estuvo muy lindo ir a la casa presidencial, conocer a la vicepresidenta. Es muy hermoso e irónico: tener que estar presa para poder ir allá.
Idalsia - 30 años, 46 meses dentro del penal
Quedé en el negocio de la droga junto con el papá de mis hijas. Vivíamos en Chepo. Él era de allá. Empezamos con ese juego de vender porque era plata fácil. Muchos meses no nos alcanzaba para mantener a nuestras hijas, que ahora tienen 12 y 9 años. Pensé que ese dinero me serviría para darles todo lo que ellas necesitaban. Fue un error del cual estoy muy arrepentida.
Yo soy de Ustupu (Guna Yala). Mi mamá era de allá y mi papá era un costeño colombiano. A los cinco años se murió mi mamá y me fui a vivir con mi tío en Tataré, antes de Pacora. Él me crió. Pero en la adolescencia me puse rebelde, me fui de la casa y me enamoré del papá de mis hijas.
Al llegar a Cefere comencé a participar del taller de molas, que era un grupo de indígenas que cosían debajo de un árbol. Después llegaron colombianas, peruanas y panameñas. Les enseñábamos cómo coser molas. Al poco tiempo llegó la iniciativa de Integrarte y me pidieron que me encargara de las molas en los vestidos.
Al principio estaba enojada y no quería hacer nada. Pero me convencieron y cuando empezó el modelaje de mis molas fue una alegría muy grande ver mis diseños en una pasarela. Después, la vicepresidenta de la República le pidió a la directora del centro para hacer un vestido con molas. Nunca pensé que mi arte llegaría tan lejos. Eso me hace muy feliz. Estar en Integrarte me ha cambiado mucho. Me emociona tanto que me pregunten si yo fui la que le hizo el traje a la vicepresidenta.
Ahora estoy en la escuela. Me metí también en el curso de control de emociones, así que cuando salga le podré enseñar a mis hijas todo lo que aprendí en este lugar.
Doris - 43 años, 18 meses dentro del penal
Integrarte ha cambiado mi vida. Si me decían algo antes, yo protestaba. Ahora soy mucho más tranquila. A causa de mi conducta, un día me llamó la directora a su oficina. Me dijo que me había escogido para ser modelo de los vestidos de mi compañera. Yo le contesté que nunca había sido modelo, que ni me maquillaba.
Cuando me maquillaron, me vi diferente. Nunca había usado un lipstick o un lápiz, lo que fuese. Lo que nunca pensé hacer en la calle lo hice aquí. Diana me enseñó a caminar con los tacones, que fue lo más difícil. No estaba acostumbrada a caminar con ese tipo de zapatos.
Soy de Parque Real, pero vivía en San Miguel. Un día tuve un problema con una vecina, que le molestaba que yo tuviera dos apartamentos. Ella me agredió con un pico de botella de malta y me lo clavó en la nuca. Yo se lo quité y le di también. Nunca puse la denuncia ni fui al forense. Pensaba que eso quedaría así. Pero ella sí puso la denuncia y me condenaron a cinco años.
No sé qué hubiera pasado si no hubiera escuchado a la directora. Hubo una noticia muy fuerte cuando yo estaba acá. Habían asesinado a mi hija. Por suerte, lo superé. Fue muy duro. Yo misma no lo creo.
Me siento muy orgullosa de mi cambio. Mis padres están contentos de verme modelando, mi nieta me dice “mi modelo”. Me siento contenta conmigo misma, ayudo a mis amistades que son como yo era antes. No todo es agresividad. Ahora me piden consejos de paz a mí.
Me escogieron también para hacer protocolo. Yo, que criticaba a las mujeres que usaban tacones, y ahora tendré que comprar un par cuando salga para seguir practicando.
EL PODER DEL TEATRO
Mayuli - 36 años, 52 meses dentro del penal
Era una mujer trabajadora. Tengo tres hijos que tenían 3, 9 y 12 años cuando caí presa. Estuve en muchas empresas, pero en mi último embarazo decidí no trabajar. Desde niña me dediqué al manicure y decidí hacerlo en mi casa. Me iba muy bien. Por día me hacía mínimo $30 y hasta $60. Después compré un horno y vendía pollo asado. Con eso ayudaba a mi hogar y me quedaba en casa cuidando a mis hijos. Soy una buena mujer.
Vivo en Concepción, Juan Díaz, desde que nací. Tenía un vecino llamado Carlos*, que era casi parte de la familia. Él vivía solo allí después que su papá había muerto. Un día veo que de su casa salen dos hombres que yo conocía, que eran de lo peor del barrio, tenían el área bien caliente con muertos y demás.
Los dos tipos habían secuestrado a una muchacha. Cuando vi a Carlos, tenía el rostro raro. Le pregunté qué pasaba y me contó que él venía de la tienda cuando ellos lo pararon y lo obligaron a que les guardara algo en su casa. Ese algo era una muchacha. Le dijeron que la tendrían allí hasta las 6:00 de la tarde. Le dije que llamáramos a la Policía y me dijo que no. Que esperáramos hasta las 6:00 para que todo terminara. Yo me acosté y me olvidé de eso. El día siguiente fue un 7 de enero, del año 2013. Era un día libre y mi esposo se fue a casa de su mamá a celebrar su cumpleaños, pero yo no quise ir porque era mucho enredo con las chivas. Me quedé en la casa con mis hijos.
Volví a ver a Carlos y le pregunté si ya se habían llevado a la muchacha. Me dijo que no. Era de noche ya cuando yo me bañaba y escuché que rompían una pared. Y me acordé de Carlos. Resulta que los dos maleantes discutieron entre ellos y uno “sapeó” al otro con la Policía. Cuando salí de la casa, mis hijos estaban afuera viendo todo con sus tazas de crema de maíz que les había preparado. Yo estaba asustada. De repente se me acercan dos policías y me dicen que me ponga las manos en la nuca y que me tirara al piso. Yo no hice caso porque no entendía muy bien lo que estaba pasando. Me siguieron gritando y me tiré al piso. Me pusieron el pie en la espalda. Mis hijos se tiraron al piso conmigo, me jalaban la ropa.
Los policías me dijeron que la muchacha me había acusado de cómplice. Les dije que no sabía nada. Preguntaron por mi marido, les dije que no estaba, les di su nombre y hasta su cédula. Me preguntaron si conocía a Carlos y dije que no. Estaba muy nerviosa. De repente pasó otro vecino y la muchacha también lo señaló como cómplice. Lo esposaron al lado mío.
A las 2:00 de la mañana allanaron mi casa. Revisaron mi celular y se dieron cuenta de que sí conocía a Carlos. Me llevaron a Ancón. Mis hijos se quedaron en casa de una tía que vivía cerca.
La muchacha nos acusó a mí y a mi esposo de pegarle con un saco de arena y de hacerle electrochoques. Unos días después detuvieron a mi esposo. Nos condenaron a 144 meses por cómplices de secuestro. Mi vida cambió en un abrir y cerrar de ojos.
Dos años después hablé con la muchacha secuestrada. Resulta que ella también estaba prófuga y estaba molesta de que la secuestraran, porque así fue como la agarró la Policía. Me dijo que sabía que yo no tenía nada que ver, que me vio hablando con Carlos desde mi casa y que le dijera los nombres de quienes la habían capturado. Yo le dije que no sabía. Tenía miedo de que le hicieran algo a mis hijos.
Mi mamá no se pudo quedar con mis hijos porque está enferma y los tuve que separar. Mi hija mayor ahora tiene 15 y una hija de tres meses. Son cosas que golpean mi vida. Por eso decidí audicionar, para que la obra de teatro Detrás del Muro contara mi historia.
Yo no podía entrar a la obra porque tenía que tener mis papeles para poder salir y yo no los tenía, porque mi caso estaba bajo apelación. Mi insistencia me ayudó. Así ha sido siempre mi vida: luchar por las cosas que quiero.
Por eso me quedé hasta el final de las entrevistas. Cuando terminé, la persona que me entrevistó quedó muy interesada en mi caso.
Me dijeron para practicar. Eran 100 personas en la audición. Quedamos 38. Al final escogieron tres historias como las protagonistas de la obra, que consiste en contar tu caso y los actores la interpretan.
Cada año cambian las historias, pero esta es mi segunda gala ya. Nunca imaginé hacer teatro. Esta obra ha sido de gran ayuda. Contar tu historia ayuda mucho a sanar, a perdonarte, a entender. Antes lloraba mucho, andaba siempre sola porque así me sentía. Creía que le había fallado a mis hijos. Ahora no. No porque estemos acá nos tienen que apartar, necesitamos de la resocialización.
Mi mayor anhelo es regresar a mi casa, ver a mis hijos, llevarlos a la escuela.
MI VOZ PARA TUS OJOS
Jaginska - 35 años, 37 meses dentro del penal
Soy contadora. Trabajaba en una empresa en la que era la encargada del registro contable y de los depósitos. Hubo un depósito que hice un fin de semana y un mes y medio después me dijeron que el dinero no estaba. Me llené de coraje, ya que todo el mundo sabe que tres días después de cualquier transacción eso se puede revisar por banca en línea y sabes que la plata está ahí. Tenía comprobantes de la persona que retiró, que firmó y que depositó. Pero igual ellos me acusaron. Me dijeron que tenía que irme y con la rabia del momento encendí el basurero. Me dieron sentencia de 100 meses por incendiarismo. El caso está bajo apelación y creo que la condena será un poquito menos.
Acá me encontré con una persona a la que conocía, ya que éramos vecinas en La Chorrera. Ella trabajaba en el programa de Mi voz para tus ojos y me trajo para acá. Sabía que me gustaba leer y los espacios tranquilos. Yo estaba en la escuela, porque desde que entré aquí me dije a mí misma que tenía que hacer algo, que no podía quedarme tirada en la cama sin hacer nada. Pese a que ya tengo un título universitario, me inscribí en la escuela. Estuve un año completo hasta que me inscribí en este programa.
Al principio se trabajan las emociones, porque no se puede grabar un libro para una persona discapacitada visualmente si no estás bien contigo mismo. El sentimiento que tengas se va a reflejar en lo que vas a grabar y esa persona puede percibirlo. Primero tienes que sanarte tú para ayudar a los demás.
Aprendí mucho en ese proceso. Siempre he sido una persona callada, no demuestro emociones. Estar aquí me ha ayudado a abrirme y a expresar lo que siento.
El significado de los libros también tomó otro rumbo para mí cuando vi que no era solamente sentarme y leer. Me gustan las novelas negras, de misterio, policíacas.
El programa también incluye apreciación cinematográfica. Nunca pensé que tomaría algo relacionado a la producción audiovisual. Antes solo compraba un boleto e iba a una sala de cine como dos veces por semana. Era un momento de tranquilidad en medio de mi trabajo.
Tenemos la dicha de que cineastas y escritores vengan y nos cuenten su experiencia. Es muy bueno saber que después de aquí podremos utilizar todo eso como herramientas de trabajo para salir adelante.
En el centro muchas veces nos dicen locas, porque siempre vamos echando cuentos y hablando solas. Pero es muy contagioso para el resto de las muchachas. Nos buscan y se sientan al lado de nosotras para que les leamos libros. La gran satisfacción que me deja esto es saber que puedo llegar a más personas. A todo lo malo que pasa en la vida hay que verle algo bueno. Si te caes, hay que levantarse. Leer para una persona que no puede ver es muy gratificante. Ver la expresión de ellos al escuchar tu voz es algo muy lindo.
Lucía* - 28 años, 14 meses fuera del penal
En la cárcel son como etapas. Lo primero que hay que conseguir es un teléfono para estar en contacto con la familia. Siempre hay alguien quien lo introduce. Por meterlo son entre $100 y $150. Después, con los teléfonos conoces gente. Necesitas siempre el afecto de alguien, de un hombre en mi caso. Otras privadas te presentan amigos, que es darles tu número de teléfono. Primero funcionaba así, pero después comenzamos a contactarlos a través de Facebook o Badoo.
Cada una tiene su perfil y hacen sus contactos. Lo enamoras con tu perfil. Es como en la radio: no ves nada pero lo imaginas. Hay mujeres que se enamoran y mantienen relaciones que duran, y hay otras que solo lo hacen para ver qué sacan.
Muchos dejan de hablar contigo apenas les dices que estás detenida. Otros la siguen. Te preguntan mucho sobre cómo haces para estar sin relaciones. Ese aislamiento produce mucho morbo. Hay de todo: jóvenes, maduros, solteros, casados, divorciados. Hay casos de presas que le roban el marido a una mujer de afuera.
De esa manera he conocido a todo tipo de hombres. Boxeadores, cantantes, un fiscal, un seguridad de restaurante. Hasta diputados.
La visita conyugal es solo para los casados oficialmente. No la permiten con cualquiera. Durante la visita se pueden dar un besito o algún manoseo. Aunque hay chicas que han salido embarazadas en una visita. Se rompen el pantalón y se sientan arriba del tipo. Antes se podía, pero ahora está muy lleno. La mayoría de los hombres se enamora. Si visitan es porque están enamorados.
Hay reclusas que pueden tener tres o cuatro novios. Les piden tarjetas de teléfono, ropa, supermercados. Si la persona te gusta, hablas mucho con él. Si no, es una media hora al día. Le dices cosas sexis por teléfono.
Yo tenía un novio y estaba enamorada de él. Cuando salí lo conocí y era un caballero. Pronto se va a casar. Tuve otros novios, también me visitaban. Hubo uno que me quería mucho, pero yo no tanto. Al principio hablaba con varios hombres para resolver, pero comencé a meter supermercados, a vender postres y generé mi propio ingreso. Entonces hablaba con alguno solo si me gustaba.
En 2009 me detuvieron por tráfico internacional. Soy de Guadalajara, México. Allá trabajaba en una línea de transporte y tenía una buena vida. Puse un negocio familiar, pero no me llevaba bien con mi padrastro y la fonda fracasó. Él me corrió de la casa. El dinero dejó de alcanzarme.
Un amigo me invitaba a mover droga, me decía que a él todo le salía bien. Por cada viaje le tocaban $5 mil. Un día lo llamé. Pensaba que no tenía mucho que perder. Me dijo que viajaríamos a Ecuador en una semana.
Allá nos dieron una caja de zapatos con los comprimidos. Cada uno debía introducirse 60. Yo solo pude con 15. Mi amigo me tuvo que ayudar. La garganta me quedó resentida. Todavía me dan reflujos.
Me sentía muy mal. Estaba pálida. Él me dijo que no viajara, pero ya yo quería salir de eso. El viaje a México hacía escala en Panamá. Al llegar nos pidieron pasaportes y a los tres mexicanos que veníamos en ese vuelo nos llevaron a la parte de abajo. Nos revisaron el equipaje y luego vinieron los rayos x. Apenas encendieron la máquina me preguntaron que cuánto traía. De ahí me llevaron al Santo Tomás. Estuve allí tres días hasta que los boté todos yendo al baño.
De ahí fuimos a Ancón. Allí estuve como una semana y media. En agosto de 2009 llegué al penal. Tenía 20 años. Vino mi mamá y le pagó $4 mil a unos abogados que nos estafaron. Me dieron 80 meses, pero el fiscal apeló y me subieron la condena a 100 meses.
Para aplicar una reducción de pena hay que entrar en actividades. Estuve en la escuela, en la iglesia, en protocolo, en la universidad, en Mi voz para tus ojos y en Detrás del muro.
Participé también en un libro con nuestros relatos y en otro libro con el Instituto Nacional de Cultura. Son nuestras experiencias. El proyecto que más me gustó fue Mi voz para tus ojos, ya que ayudas a la sociedad y aprendes. Estuve un año allí y después me fui a la universidad a estudiar desarrollo comunitario.
Soy una de las pocas extranjeras que se quedó después de salir del penal. Quiero terminar mi carrera universitaria. Ahora es que estoy conociendo Panamá y me encanta. El panameño es muy solidario. Mi mamá está por un lado triste porque pensó que me volvería a México al salir, pero feliz porque estoy a punto de graduarme. Mi sueño es traerla para mi ceremonia de graduación.
*Los nombres verdaderos fueron cambiados.