Todo cambia apenas uno dobla por la calle que lleva a Mi pueblito. Una escultura con rostros panameños da la bienvenida a aquel centro, construido hace 25 años con propósitos educativos y turísticos, y que hoy se debate entre su remodelación y la poca promoción.
El primer sector es el área santeña. Una pequeña plaza cuyos costados están denominados calle arriba y calle abajo. En el medio, una fuente en la que se baña un gallinazo. Es alrededor del mediodía y el lugar está casi vacío. Apenas unos tres turistas que caminan una y otra vez entre los cuartos de la exhibición. “El movimiento no es tan malo. Algunos días vienen varios turistas”, dice la mujer que vende los boletos en la entrada.
En calle arriba, el sector de la derecha para quien mira de frente el complejo, hay muy poco que ver. Al comienzo hay una tienda de souvenirs y después varios salones cerrados. El único abierto es el que funciona como baño. Las estructuras son de techo de zinc, están pintadas de blanco, con otro color que contrasta, como azul o verde caña, y tienen amplios ventanales y entradas.
Después sigue la iglesia, cuyo interior es de madera y en donde hay varias imágenes de santos, incluyendo la del Cristo negro de Portobelo y la del Divino Niño. Hay una especie de confesionario y un pasillo que da hacia la casa cural, donde se puede ver una habitación con una pequeña cama y otra en la que hay una pequeña mesa con un jarrón arriba. En el medio de ambos cuartos, una fuente.
Le siguen salones de exhibición, como la barbería, la casa municipal, el correo y una casa rústica con horno de barro y vacas de plástico para que los visitantes se sientan en la campiña panameña. Hay también un pequeño salón de clases y el museo de la pollera Dora P. de Zárate.
Lo que no hay, sin embargo, son explicaciones. La sección santeña es la única que está abierta, pues Mi Pueblito afroantillano e indígena está en remodelación. Y allí no había un solo cuadro de texto en el que explicaran por qué las casas tenían esa forma, o por qué se vierte el agua en una tinaja, o quién es ese Cristo negro con cara de angustia máxima.
Si acaso en el museo de la pollera había una que otra tarjeta con alguna brevísima explicación de una u otra falda. El lugar, no obstante, está en óptimas condiciones. Todo está limpio, brillante, recién pintado y en orden.
Una pareja con aspecto de turistas deambuló en la plaza y le hicieron algunas preguntas a una mujer que llevaba una camiseta del Municipio de Panamá y que parecía resolver sus inquietudes. La mayor parte del tiempo, sin embargo, lo invirtieron en la tienda de calle abajo, donde había varios souvenirs, entre ellos recuerdos genéricos de Panamá.
Otro episodio más en el que el comercio se impone a la cultura.
Entre el bosque Vía a Quarry Heights
Alrededor de Mi Pueblito el paisaje es precioso. Son las faldas del cerro Ancón, con su flora y su fauna, con su relevancia histórica nacional.
El camino que lleva a Mi Pueblito afroantillano e indígena sigue de largo hasta un retén que prohíbe el paso. Se trata de uno de los accesos a Quarry Heights, sede del Consejo de Seguridad.