El vuelo fue tranquilo hasta Puerto Obaldía y acompañados de nuestro anfitrión, Ignacio Nacho Crespo, salimos en un viaje en bote hasta Armila.
Seguido del almuerzo, nos instalamos en rudimentarias pero acogedoras cabañas. El clima estaba nublado mientras seguimos a un grupo de niños a liberar neonatos de tortuga baula al mar.
Después de la cena y las presentaciones protocolares ante el sahila en la Casa del Congreso, salimos a la playa en busca de la prehistórica tortuga baula. No habíamos empezado a caminar cuando vimos la primera; a unos pasos, la segunda. En 15 minutos el conteo iba por cuatro.
Fue triste ver cómo los visitantes rompían las reglas de observación de tortugas marinas, como no usar luz blanca, no alumbrar hacia el mar ni a la tortuga directamente y no usar flash.
A la mañana siguiente, encontraron una baula despistada. Aparentemente, las luces del pueblo la desorientaron hacia las viviendas. Un grupo de la comunidad la condujo de vuelta al mar.
El almuerzo trajo una sopa fusión guna colombiana y luego de un “repello” de cangrejo guisado, arroz con coco y porotos, empezó la tarde de deportes de playa.
Esa noche la cena fue con las autoridades de la comunidad, la Fundación Yauk Galu y Francisco Arosemena, el último sobreviviente del primer pueblo de Armila, arrasado por un maremoto.
“Gracias mi Dios por haber dejado estas especies tan vulnerables y apreciadas. Gracias a nuestras preciosas tortugas, nos encontramos unidos aquí”, contó Francisco Arosemena.