La sociedad tailandesa está acostumbrada a la violencia, pero la escala y la dureza del atentado del lunes en Bangkok no tiene precedentes, y los analistas se muestran perplejos sobre su origen.
El país ha sido escenario de sangrientos enfrentamientos políticos en la última década, con violentas protestas callejeras y atentados con bomba, y se enfrenta a una insurgencia musulmana en el sur. Pero la capital nunca había sufrido un atentado como el que dejó al menos 20 muertos en un santuario hindú el lunes, y los extranjeros habían permanecido al margen de la violencia. Las autoridades continuaban buscando ayer al principal sospechoso del ataque -un joven que vestía una camiseta amarilla y que dejó una mochila en el lugar de la matanza justo antes de la explosión.
Las sospechas recaen principalmente sobre dos grupos: los insurgentes musulmanes del sur y el poderoso movimiento de los Camisas Rojas, que respalda al antiguo gobierno tailandés, derrocado por un golpe de Estado en mayo de 2014, tras meses de protestas de sus opositores. Según Prayut Chan-O-Cha, líder de la junta militar que gobierna ahora el país, la policía investiga unos mensajes de la red social Facebook que alertaban de un peligro inminente antes de la matanza. Esas publicaciones, precisó, provienen de “un grupo antijunta” instalado en el norte de Tailandia, el bastión de los Camisas Rojas.

