El abogado Janio Lescure fue objeto de una operación encubierta en España, donde –ante detectives de una agencia de inteligencia privada– confesó que un juez en Panamá puede cobrar desde cientos de miles de dólares hasta millones por un fallo. Todo depende de la importancia del caso.
Los detectives –exagentes de inteligencia del ejército israelí que trabajan para la empresa Black Cube, contratada, a su vez, por un empresario panameño que se siente burlado por la justicia local– lograron que Lescure describiera cómo se le paga a los jueces que cobran sobornos.
El abogado habló de cuentas bancarias en Suiza o en territorios offshore; del uso de testaferros para que los nombres de los jueces no aparezcan en las cuentas, ya que se trata de personas políticamente expuestas (PEP).
También reveló que tiene un negocio “muy bueno” –y legítimo–, que consiste en abrir cajillas de seguridad para gente que no puede ir a los bancos locales para depositar dinero en efectivo.
Una vez que el cliente tiene una cajilla de seguridad, se convierte en miembro de un club muy exclusivo, en una “vaca sagrada”, es decir, en gente de poder, inalcanzable.
La Prensa trató de hablar con Lescure sobre este y otros temas de sus conversaciones, pero se negó a hacerlo. En su lugar, su abogada Ana Belfon amenazó con una querella criminal si los audios de sus conversaciones eran divulgados.
Confesiones de Janio Lescure: ‘Amigos, yo juego al fútbol’
Janio Lescure es un abogado que utiliza el derecho en Panamá para tener entrada a algunos jueces del Órgano Judicial. Con ellos mantiene una relación íntima y, a la vez, comercial, según se desprende de sus propias palabras. Lescure y sus amigos del Órgano Judicial hablan de asuntos prohibidos.
El abogado panameño presumía de corrupto ante quienes él creía eran potenciales clientes: deshonestos empresarios rusos. Para que Lescure se sintiera confiado, estos últimos le hablaron de supuestas actividades comerciales; de cómo hacían negocios en Rusia; de cuál era su supuesta relación con funcionarios y jueces de su país.
Pero en vez de empresarios, Lescure se confesaba con agentes de inteligencia encubiertos. Se trata de ex militares de Israel, entrenados por el ejército de ese país –hoy retirados– y contratados por una agencia privada de investigaciones llamada Black Cube, con oficinas en Tel Aviv, Londres y París.
Black Cube, a su vez, había sido contratada por un empresario panameño que sospechaba que sus casos en los tribunales de justicia locales no prosperaban porque de por medio había corrupción. Y Lescure era su contraparte en varios de esos procesos judiciales.
El abogado panameño estaba lejos de sospechar que era blanco de una operación encubierta en Madrid y Barcelona (España) en la que sus interlocutores grababan cada conversación que sostenían con él, abordando asuntos “delicados”.
En confianza, en la intimidad de una conversación franca, Lescure les habló en el idioma que esperaban escuchar los investigadores, quienes lo interrogaban sobre sus influencias en instancias del Estado panameño.
El ‘seleccionado’
¿Y cuál es la fórmula si hoy quisiera pagar a un juez para estar seguro de que todo estará bien?, preguntó el detective. “Siempre se arregla de esa manera”, respondió Lescure.
– ¿Has tenido algún caso en el que realmente hayas podido influenciar al juez y el veredicto?
– Sí –dijo Lescure– sí, sí, muchos casos.
– Entonces, ¿me estás diciendo que en algunos casos es posible pagar a los jueces para que den ciertos fallos?
– Lo siento por esto, pero en mi caso, yo le pago a los jueces en Panamá todos los días. ¿Por qué razón? Amigos, yo juego al fútbol […], en la primera división” – dijo el orgulloso ‘seleccionado’–. Conozco mucha gente, [...] de abajo, de en medio y los jugadores: los abogados. Obviamente, en la selección todo el tiempo, y los otros jueces [...] y esto entonces es una mafia”, concluyó.
A pesar de que Lescure usó la palabra “mafia” para describir aquello con lo que debe lidiar todos los días en el ejercicio de su profesión como abogado, eso no era cosa que le molestaba en lo absoluto, por lo contrario: “Soy un muy buen amigo de la mafia”, afirmó.
El detective lo alentó a seguir confesándose: “Lo cual es muy inteligente”, le dijo. “Like… ¡Es necesario!”, respondió con entusiasmo el letrado panameño.
‘Jueces amistosos’
Janio Lescure tiene su propia receta para obtener lo que desea: “Obviamente –le dijo a sus interlocutores– veríamos la posibilidad de que los jueces amigos nos puedan colaborar y ayudar en cada uno de los casos. Sin embargo […] yo no me puedo comprometer con una fórmula matemática, [en la] que siempre vamos a tener la razón...”.
Entendido el mensaje, los espías abordaron asuntos más específicos. Querían saber cómo se iba a poner en práctica lo que prometía Lescure.
¿Cómo es el asunto con los jueces? “Asumo que el juez no puede ir a su oficina”, le preguntó el supuesto ruso.
“No –respondió Lescure–, pero podemos visitarlo donde quiera que esté […]. Nosotros sabemos […] cómo contactarlos, y cómo resolver con ellos. Pero [… deben] recordar, precisamente, [… que] la idea de esto no es entrar en temas de orden penal, que son […] mucho más delicados”.
Contactar a “jueces amistosos” no es problema para Lescure. Su relación con ellos se basa en la confianza, imprescindible para poder llegar al siguiente estadio: la negociación de fallos.
La confianza con esos jueces es lo que se necesita para resolver los casos de sus clientes, así como una relación comercial en la que el producto a la venta son sentencias. “Lógicamente, él [el juez] va a sacar un beneficio”, subrayó Lescure.
Es, gracias a esa confianza, que Lescure tendría entrada con la que él mismo llamó la “mafia” judicial.
Y había tenido éxito, porque, según dijo, “mis clientes han requerido una cara [...], una cara que vele por ellos, y muchas veces, que yo sea la cara [...]. Y gracias a Dios, hasta este momento [...] todas las cosas han salido bien”.
Sí, hasta ese día...
“A mis clientes –se jactó Lescure– les gusta mucho mi fórmula” [...]. Es lo mejor, [...] esto para el juez [...] no hay problema cuando pagas, ¿Ok?...”.
Una cuenta en Suiza
Ahora, otro asunto delicado. “¿Cuánto cobra el juez por resolver el problema?”, preguntó el supuesto empresario ruso.
“Bueno, va a depender de cuál es la importancia que tenga el tema, porque, por lo general, ellos no son baratos”.
Ellos pueden cobrar millones o cientos de miles: $250 mil o $300 mil, calculó rápidamente Lescure.
Hay que considerar que en Panamá hay varias instancias judiciales, les aclaró el abogado, recordando sus clases de derecho.
Les explicó que en un juzgado de circuito solo hay un juez, pero en un tribunal superior son cinco magistrados, y de esos, para emitir un fallo, se necesitan, al menos, tres votos a favor.
Ah… pero en la Corte Suprema de Justicia la cosa es más complicada. Allá son nueve y se necesitan de cinco votos favorables para un fallo.
¡Oh shit!, se asombró el investigador. Tenía razón este Lescure. Los jueces en Panamá no eran para nada baratos.
El proceso de compra
Pero el dinero no sería un problema, le prometieron. Entonces, los supuestos rusos le preguntaron: Bueno, pagaste, y al final, ¿el fallo fue contra ti o fue a tu favor o es algo que nunca ha pasado?
Lescure pasó a describir cuáles eran los pasos a seguir: Primero, hay que hablar con el juez. Luego “pago al juez para ver la resolución […]. Veo la resolución; muy buena resolución, me gusta todo […]. Es Panamá... es un buen país”, dijo, orgulloso de lo fácil que es corromper la justicia en Panamá.
¿Y cómo se paga? ¿En efectivo?, preguntó el “empresario”.
“Por lo general –respondió el abogado– lo que se hace en casos grandes es que [...] se le pone [el dinero] a nombre de una sociedad en otro país [...]. y él [el sobornado…] pone a una persona que me instruye...”.
En otras palabras, el asunto sería así: si se trata de cantidades respetables de dinero, se depositaría en una cuenta bancaria en una jurisdicción extranjera, a nombre de una compañía offshore, cuyo beneficiario final estará oculto tras la identidad de alguien de su absoluta confianza –un testaferro–, a fin de evadir los requisitos extras que exigen los bancos cuando el dueño del dinero es una PEP (Persona Expuesta Políticamente).
Lescure explicó que recibiría las instrucciones del sobornado para hacer los depósitos correspondientes. Si ese fuera el caso, las islas del Caribe estarían bien, pero sería preferible “una cuenta en Suiza”, aconsejó Lescure.
El sobornado, entonces, tendría que darle el nombre del testaferro, porque es a este a quien le enviaría el dinero y sería quien haría el retiro en Suiza, “porque ellos [los jueces vendidos] no van a aparecer”.
Servicio exclusivo
Ese es el método convencional y no deja de tener sus riesgos frente a una investigación criminal. Por ello, el procedimiento de pago no es el único.
Lescure tiene una alternativa más segura y discreta cuando se trata de pagos en efectivo. Su solución exime a sus clientes de responder preguntas que no quieren ni que se las formulen. Tampoco tienen que presentar los requisitos que exige una entidad financiera convencional.
No es un banco –explicó– pero sí es un negocio lucrativo para él.
“… Yo tengo […] un negocio muy bueno […], donde yo guardo dinero […] en el mismo edificio […]; entonces es muy bueno porque […] todos los que están ahí se convierten en vacas sagradas […]. No toques a esta gente, porque es un poder, gente poderosa”, le explicó al supuesto ruso.
Se trata de un negocio de cajas de seguridad, pero no es para todo el mundo.
“Es muy bueno poner esto... y cualquier persona habla de cualquier cosa en este lugar, pero es un... Es como un club exclusivo. No te dejan entrar ahí porque tú […] no eres [miembro de ese club]… Todos los que están allí participan de ese tema [el de las cajas de seguridad]”, reveló el abogado.
“…Y me parece que tal vez pudiera ser algo muy bueno, muy efectivo para nosotros, pensar en arrancar con la gran cara [sic], porque hay espacio suficiente para poner no solo el concepto, sino varios conceptos de negocios”.
Así, Lescure le proponía a los supuestos rusos introducirlos en ese “club exclusivo”, en el que quizás podrían encontrar a alguien interesado en ser socio de ellos.
Ese negocio, explicó el abogado, lo tiene en una “institución muy legal en Panamá, de cajas de seguridad. Y él puede ocuparse de eso: “Si tú vas, yo te abro una cajilla”.
¿Y dónde es esto?, preguntó el espía. “Es en un lugar equis”, desconfió Lescure. Lo que sí –prometió– “es un servicio muy particular”.