Lejos del rol habitual de una candidata a la vicepresidencia, Marta Linares de Martinelli fue ayer, antes que nada, una primera dama.
Se paseaba en su casa como una damita china, leve y delicada. Sus movimientos breves iban sin prisa y su hablar tenía el tono de las reflexiones profundas.
Porque, más allá de llevar el sombrero de candidata a la vicepresidencia de la República por el gobernante Cambio Democrático desde el pasado 29 de enero, la esposa del mandatario Ricardo Martinelli se la jugó ayer por su papel de madre.
Alguna intuición la llevó a preferir acompañar a votar a dos de sus tres hijos, Luis Enrique y Carolina, en vez de estar al lado de José Domingo Arias el día de las elecciones generales.
Marta salió de su casa a las 9:00 a.m., sin banderas, ni arengas, ni copartidarios. Sus dos hijos eran una especie de escoltas y tres de sus amigas hacían el papel de chaperonas.
Hizo una pausa en el garaje de su mansión en Altos del Golf, donde los Martinelli acomodaron un bufet y sillas plegables para entretener a los periodistas mientras la primera dama hacía su aparición triunfal.
Cuando finalmente salió de la mansión, después de desayunar en familia, recordó que el Presidente le había deseado suerte.
Entonces volvió a encarnar a la mujer de las palabras escasas, en nada parecida a la Marta del 1 de mayo que gritaba a todo pulmón en la cinta costera: “Con José Domingo el domingo”, en el cierre de campaña de Cambio Democrático.
Lista para votar, abordó junto a sus dos hijos una camioneta tipo Vans, y minutos más tarde llegó con su reducida comitiva a su centro de votación: escuela Belisario Porras, en San Francisco.
Camisa blanca, jeans ajustados y zapatillas negras marca Coach. Cabello planchado y dos perlas por pendientes, la primera dama se veía y hablaba confiada.
“Que voten por el mejor. Salgan a votar y no olviden su cédula”, repetía con insistencia cada vez que veía a una cámara o una grabadora cerca de su rostro.
Había momentos en que Luis Enrique ponía sus manos sobre los hombros de su madre, y eso daba a entender que no estaba sola, que él era su apoyo.
Carolina, la indescifrable chica de gafas de aviador y zapatos flats con print de leopardo, se difuminó de la escena y en silencio ejerció su derecho al sufragio en la mesa asignada.
Faltaba para aquel momento el voto del mandatario, quien más tarde apareció con la barra de seguidores que debía tener su esposa, la solitaria Marta, que solo visitó tres centros de votación para luego tomar un descanso.
Escoltada por cuatro camionetas del Servicio de Protección Institucional (SPI), rápidamente llegó a Tocumen para que su hijo Luis Enrique –Quique, como le dicen en su círculo cero- votara en el concurrido colegio Ricardo J. Alfaro, donde estaban habilitados para emitir el sufragio 20 mil panameños.
Los Martinelli terminaron en un caluroso zaguán para que el segundo de sus hijos votara por los candidatos del partido fundado y liderado, en rotundo, por su padre. El calor y la humedad empezaron a hacer de las suyas en el impecable peinado de la primera dama. Su maquillaje perdía consistencia.
Al salir de allí se apresuró a visitar la lujosa Q Tower de Punta Pacífica, para buscar a Mareliza Garuz, esposa de Quique desde 2012.
Mareliza debía acudir al colegio La Salle y allí fue el único lugar en el que Marta estuvo cerca de alguien vital en la campaña de José Domingo Arias. Sin estar en su agenda de actividades, se encontró con Aimée, la esposa del candidato oficialista.
Las sonrisas y los gestos de ambas mujeres exhibían la complicidad propia de dos amigas que comparten un gran secreto. Aquellos abrazos fueron el último aliento de optimismo de la candidata en público.
Rauda se dirigió al fortín de Cambio Democrático en el sector de Obarrio. Desde allí monitoreó los comicios electorales; permaneció 25 minutos y luego regresó a su casa. Era medio día y debía descansar para entonces visitar algunas escuelas con Arias en el distrito de San Miguelito. Pero en público solo se encontraron en la noche, para reconocer la derrota. Su última aparición ya mostraba a una Marta en retirada. Sola otra vez.
Llegó al centro de convenciones del hotel Megápolis. Caminó y ya no era la damita china. Desapareció, pero volvió con el Presidente y fue en su compañía que aceptó el triunfo de Juan C. Varela.
En su primera y última faena proselitista hubo un ausente: Ricardo Rica Martinelli, su primogénito.