Todos murmuran cuando aparece el diablo. A lo lejos se ve minúsculo, inofensivo, apenas si despierta cierta angustia cuando uno nota que en su mano derecha cuelga un látigo.
Cuando se acerca, luce monumental y desafiante. Poderoso. Los cascabeles sujetos a sus pantorrillas producen una sensación irreconocible, como un temor generacional.
Por fin llega al palenque –el palacio– de Curundú, en cuya entrada lo espera la reina Marcia Rodríguez. El diablo, como dicta la tradición, se arrodilla ante su alteza y recibe una especie de bendición. Entonces comienza el juego.
Es una noche como cualquier otra, durante la temporada congo, que comienza desde finales de enero y se prolonga hasta el Miércoles de Ceniza. Los rituales en este periodo intentan hacer una remembranza de las vivencias de los pueblos esclavos de siglos atrás. Los congos representan siempre al pueblo, a la humanidad, mientras que los diablos son el reflejo de la oposición, del enemigo. De la maldad.
Se levanta entonces el diablo, erguido en toda su imponencia. Los niños, desde adentro del palenque, lo miran con temor y admiración. Saben que representa el mal, pero la mayoría sueña con llevar ese ropaje negro y rojo, con el látigo, con los cascabeles en las pantorrillas, con las máscaras enormes.
Y empieza el ritual: el diablo camina desafiante alrededor del palenque, látigo en mano, mientras que dentro del palenque –un rancho con un reflector de luz blanca– los congos bailan.
Una mujer vestida con jeans y blusa violeta baila sin cesar. Varios son los hombres que intentar girar con ella, pero después de un rato, la dejan sola. Y de repente, aparece una niña que sí lleva pollera. Junto a ella baila otro niño con camiseta de rayas y casco de construcción. Los tambores llevan semanas dañados –la reparación es muy cara– y la música sale de una bocina colocada justo detrás del reflector.
A un costado del palenque, unos hombres llevan trabajando un rato ya. Tienen martillos, serruchos y coas. Abren un hoyo para clavar un palo larguísimo de madera que servirá de asta para la bandera congo.
Sigue la música, sigue el baile, sigue el diablo merodeando. Repentinamente, uno de los niños menos niño sale del palenque y reta al diablo. Se le pone por delante y lo busca. El diablo mantiene su camino de un lado al otro, hasta que, por fin, sale a la caza del congo y lo sacude con un latigazo en el interior de sus piernas. Desde el palenque, todo el mundo observa la escena con detenimiento. También desde fuera, pues, desde que llegó el diablo, los troncos en el piso que hacen de butacas se llenaron.
Son las 9:00 de la noche y llega más gente. Caminan entre los edificios construidos hace unos años y se sientan en la oscuridad sobre los troncos. La mayoría aparenta ser menor de edad. Las calles alrededor del palenque están de fiesta. A lo lejos, cerca de una de las rotondas del nuevo proyecto habitacional, unos adolescentes le terminan de amarrar la máscara a otro diablo, con todo el resto de su vestimenta, lista para entrar en acción. En el palenque de Curundú, la noche apenas comienza.