La fiesta duraba hasta entrada la madrugada. Aunque no era fiesta propiamente dicha. No había música moderna estridente, mucho menos bailoteo. Era gente recitando poesía, con una copa de vino en la mano, mientras el resto escuchaba; o una peña de canciones de cantautor, guitarra y voz, con mensajes revolucionarios.
Así eran las noches en la Casa Azul, un chalet pintado de celeste en la esquina de la calle 76A este con la avenida 31 sur, o calle Las Camelias, como recientemente fue bautizada por la Junta Comunal de San Francisco.
La casa azul fue tantas cosas, según dicen quienes asistían a aquellas juntas. Era un lugar de reuniones políticas, de peñas culturales, de conversaciones, de arte, de cocina. Un día se podía escuchar a algunos conversando sobre la poesía latinoamericana, y al día siguiente -como le ocurrió a una vecina- el venezolano Hugo Chávez podía estar en el portal de la casa y saludarte con un “buenos días”.
El lugar pertenecía a la poetisa chiricana Esther María Osses, quien residía allí cuando no estaba en Venezuela, donde fue maestra y profesora.
El también poeta Carlos Wong, compañero de vida y de luchas de Osses, se hacía cargo de la vivienda durante sus ausencias. Juntos la bautizaron como la Casa Azul, quizás en honor a la casa que compartieron Frida Kahlo y Diego Rivera en Coyoacán, la cual, al igual que esta, sirvió como epicentro intelectual de su ciudad.
Por la casa de San Francisco, entonces, pasaron las mentes más brillantes de las artes panameñas. Se reunían a conversar, a reflexionar, a celebrar, a divertirse. La ideología política también era un fuerte componente de quienes allí se reunían, y la mayoría se identificaba como de izquierda. O progresista. O de avanzada.
El lugar no solo fue refugio para panameños. Por allí pasaron, además de Chávez a mediados de la década de 1990, el colombiano Gabriel García Márquez, el nicaragüense Daniel Ortega, la guatemalteca Rigoberta Menchú, y tantos otros.
El escritor panameño Pedro Rivera fue uno de los que merodeó por aquel hogar. Dice que era un lugar de conversaciones de altura, del tema que fuese. Lo recuerda con mucho cariño. Más porque allí también, además de buenas conversaciones, había buena mesa. Wong era el encargado de deleitar a sus invitados con los más exquisitos platos de la cocina china.
La periodista Bárbara Bloise también tuvo su dosis de Casa Azul. Aunque, explica, solo pudo ir una o dos veces. Dice que era un ambiente de alegría. Allí la gente leía, conversaba, recitaba poesía, cantaba. Un lugar como ningún otro.
De aquellas celebraciones queda muy poco. Desde 1990, cuando murió Osses, Wong quedó como el único responsable de la casa, y con su muerte, en 2015, el lugar quedó casi que en un completo abandono. En la parte de adelante, el cartel que anuncia Casa Azul, ya casi no se ve. En la terraza, llena de polvo, hay varios sacos de cemento y material de limpieza. En el patio trasero el monte crece descontrolado.
Afuera de la casa hay un automóvil estacionado,de una mujer que no quiso dar su nombre y que, según vecinos, supuestamente es la hermana de Wong. Desde detrás de la cortina, que apenas dejaba ver sus ojos, afirmó que ya ahí no ocurre nada. Que ahora es solo una casa. O en otras palabras, que ya no es un hogar de la cultura panameña.