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PANAMÁ Y SU GENTE

Parque de la Amistad, refugio de la ciudad de cemento

 

Dos leones custodian la entrada del Parque de la Amistad chino panameño. Uno tiene una pata sobre una especie de cofre, mientras que el otro protege a un cachorro. Pareciera que las fieras también protegen la paz del lugar, porque apenas uno deja atrás las esculturas, la vibra cambia, y el ambiente de meditación envuelve al visitante.

Parque de la Amistad, refugio de la ciudad de cemento
Parque de la Amistad, refugio de la ciudad de cemento

Es un lugar con historia. El año pasado cumplió 20 años desde su fundación, cuando el entonces presidente de la República de China -o Taiwán-, Lee Teng-Hui, vino hasta Panamá a inaugurarlo.

Al final del pasillo, en la entrada del parque, después de pasar la fuente de la fortuna, aparece el kiosco de la amistad, que no es más que un sitio con dos bustos: el de Manuel Amador Guerrero, por Panamá, y el de Sun Yat Sen, padre de la identidad china y que da nombre al colegio al que pertenece el parque.

Y entonces, silencio. El parque está sobre una pequeña calle que nace de la avenida La amistad y que desemboca en el corredor Norte y la parte trasera de Villa de las Fuentes. Una vía congestionada la mayor parte del día, pero que desde el parque, atrás de los árboles, no suena como el corredor endemoniado que realmente es.

Huele a tierra mojada y se escuchan los pájaros que juegan entre los árboles. Hay zorro, panamá, guásimo, colorada, balsa, guachapalí, mamoncillo, espavé, ficus y varios más. De repente una ardilla corre desaforada por un tronco. Se escuchan las hojas que caen y las que se mueven por la carrera de los merachos. Desde el estanque en el medio del parque, una estatua de una diosa budista (Kwan Yin) parece vigilar todo, mientras a su alrededor colibríes vuelan sobre las flores del puente de larga vida.

No hay mucha gente, si acaso una pareja que saca fotos. “Todos los días vienen entre 30 y 40 personas”, aclara Teo Sanjur, uno de los encargados de cuidar el parque. “Vienen a caminar, a almorzar, a pensar. También vienen estudiantes del colegio, pero solo cuando tienen biología u otra materia, ya que tienen prohibido venir acá después que termina el horario de clases”, añade.

En uno de los extremos del parque de tres hectáreas hay unas escaleras que suben hacia un lugar que se esconde detrás de los árboles. Se trata del kiosco de la meditación, un pequeño espacio circular cuyo techo contiene una escultura de un dragón que parece querer salir del cemento. Allá arriba se siente mucho más la humedad del parque metropolitano, apenas a unos pasos más allá y separados únicamente por una cerca de alambre. Detrás del kiosco hay un sendero de piedras que comunica a todo el parque desde una visión más verde, pues siempre va pegado al Metropolitano.

De repente suenan las cigarras. Sinfonía estridente que se apodera del parque mientras llega otra pareja joven a disfrutar de la tranquilidad del lugar. O de disfrutar los pequeños detalles orientales escondidos entre el jardín del parque.

Y entonces, las bocinas de los autos. Son casi las 3:00 p.m. y afuera del parque hay una fila de autos que se extiende casi hasta la rotonda en la entrada de Clayton. El calor que emana de los motores contrasta con la brisa dentro del parque y ya no se escucha ni uno solo de los pájaros que revolotean alrededor. Es la ciudad de cemento que vuelve a atacar.


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