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PANAMÁ Y SU GENTE

Pesca artesanal a orillas del Canal

Pesca artesanal a orillas del Canal
Pesca artesanal a orillas del Canal

Un hombre filetea pescado donde se quiebra el continente americano. En el puerto de La Boca casi nadie repara en la majestuosidad del puente de Las Américas y su conexión continental. Las miradas van solamente hacia los pargos, meros, corvinas, langostas, cojinúas. Hacia la pesca del día.

Debajo del puente augusto, el hombre sigue en su faena. Lleva una camiseta sin mangas celeste, gorra, pantalón corto y tiene la piel tostada del sol que lo encuentra diariamente en alta mar. Permite apreciar su pericia con el cuchillo, mas, prefiere no dar su nombre ni que le saquen fotos.

Detrás de él, una mujer y un hombre ven televisión hasta que llega un cliente y le cumplen su pedido: dos libras de pargo. Es época de Cuaresma y hay alta demanda de pescado.

Malos tiempos

“La cosa no está tan buena en el mar”, dice José Concepción, de 67 años, y quien zarpa desde los 12 años todos los días desde La Boca. “La gente viene a comprar, pero no hay”, añade. Y explica que en una buena semana puede hacer $300. En una mala, que son muchas más, aduce, si acaso le da para la gasolina.

Concepción llegó a aquel puerto casi desde que comenzó a trabajar. Antes de 1962 servía como punto de embarque -o desembarque- en los ferris que cruzaban a quienes viajaban hacia o desde el interior. En 1962, con la inauguración del puente de Las Américas, las estructuras se convirtieron en el cuartel de unos cuantos pescadores.

Aquella fue la época dorada del puerto. “Antes era mejor, los clientes eran gringos. Se vendía más barato, pero había más compradores y más pescados en el mar”, dice Concepción, recostado contra una pared en cuyo otro extremo hay un nicho en el que habita la virgen del Carmen, la de los pescadores.

Pesca artesanal a orillas del Canal
Pesca artesanal a orillas del Canal

Alcibiades Martínez, con 25 años de pescar en este puerto, coincidió con Concepción: la cosa está dura. Por eso él también dejó de pescar. Ahora ayuda a cargar y descargar las embarcaciones. “En el mar la vida es dura. El sol es muy cruel”, dice sentado desde el suelo. Es de Penonomé, por lo que vive en el puerto. Varios de ellos viven en el puerto. Algunos, incluso, mueren. Cuenta Concepción que él llegó al puerto de Justo. No sabe su apellido, pero todos lo conocían como Jacques Cousteau. Él también vivía allí, en su sitio de trabajo, hasta que un día, simplemente, no despertó.

Cooperativistas

El puerto no es acogedor, pero tiene su encanto. Lo más llamativo, el puente de Las Américas, imponente. Hay decenas -¿cientos?- de pelícanos y gallinazos que esperan cuando el hombre que filetea los pescados los arroje a la orilla. Huele a pescado, a mango, a sal. Suenan los cantos de las aves, las olas contra las piedras, la madera de los botes que cruje.

En la entrada hay un logo de la Asociación de Pescadores de La Boca. Gumersindo Díaz, uno de los que vende, explica que funcionan como cooperativa y que todo lo manejan ellos mismos. Que venden más barato o igual precio que el Mercado del Marisco, nunca más caro. Que llega gente, pero no como antes. Y quién sabe cómo será mañana, pues la construcción del cuarto puente sobre el Canal se ha convertido en la última amenaza para su desplazamiento. Así es la llamada del progreso.


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