El secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, se dirige a Rusia con una tarea inusual e ingrata: mostrar una postura firme contra la potencia rival, aunque su jefe, el presidente Donald Trump, elija un tono conciliador.
Pompeo se reunirá mañana con Vladimir Putin en la ciudad de Sochi, sobre el mar Negro, en el encuentro del representante estadounidense de más alto nivel con el mandatario ruso desde la cumbre de julio en Helsinki, después de la cual Trump enfrentó cuestionamientos en su país por su excesiva confianza con Putin.
El pasado 3 de mayo, el mandatario republicano conversó por teléfono durante más de una hora con Putin en lo que calificó como una conversación “muy positiva”.
Trump dijo que Putin le había asegurado que Rusia no estaba involucrada en Venezuela, lo que contradijo directamente a Pompeo y a otros altos funcionarios que durante semanas habían exigido que Moscú dejara de respaldar a Nicolás Maduro, a quien Washington intenta derribar.
Venezuela es solo uno de los muchos temas que enfrentan a Estados Unidos y Rusia.
Otros son la guerra en Siria, los compromisos de control de armas y el conflicto en Ucrania, donde las potencias occidentales han intentado en vano durante cinco años poner fin al apoyo de Moscú a los separatistas armados.

