A lo lejos se escucha un murmullo. Es difícil distinguir de qué se trata hasta que se acerca la turba. Son un grupo de resbalosos que recorren Calidonia con sus bailes y sus sonidos.
Llevan varios redoblantes, van vestidos de ropa carnavalera, maquillados y con pitos. Bailan, se menean, piden dinero. Alrededor todos les observan. Incluso hasta la muchedumbre que hace fila en una calle oscura y sucia en espera de un bus pirata.
Cae la tarde y las personas van y vienen por la calle principal de Calidonia, por allí por donde hasta hace unos meses las aceras eran ocupadas por mueblería de almacén y que ahora muestra con orgullo sus mosaicos de antaño.
A unos pasos de los resbalosos hay un pequeño callejón que pasa desapercibido para quien no sabe qué hay allí. Es el mercadito de Calidonia, un pequeño zaguán lleno de puestos de alimentos y artículos varios.
Justo en la entrada hay varias frutas y legumbres. Muchas más flores. Además, hay varios letreros que indican que si uno le pregunta a la persona adecuada puede comprar tabaco y otras cuestiones esotéricas.
El pasillo es estrecho, oscuro y huele a orine. Varios puestos están vacíos. Unos hombres cierran su local y toman hacia la derecha, a un costado del zaguán, donde otros cuatro hombres juegan al dominó.
Suenan las fichas sobre la pequeña mesa de madera. Uno de ellos, el más joven, es el que mira para todos lados, y también el que coloca sus fichas con más fuerzas. Hasta que su equipo pierde, y le pregunta al compañero por la ficha que le quedaba. Grita con molestia cuando se da cuenta de que su colega no entendió sus señales y perdieron por ello.
En la parte de atrás del mercadito hay otro ambiente. Una pareja camina al salir de su hotel, la casa Miller, un edificio construido a comienzos del siglo pasado donde vivieron muchos de los antillanos que trabajaron en la construcción del Canal y en su posterior administración.
Un poco más allá, aún sobre la avenida Perú, comienza la diversión nocturna. Todo parece estar bastante calmado, aunque hay varios que ya comenzaron a gozar aun con la luz del sol. Se trata de cantinas con cerveza barata, pornografía en la televisión y, en algunos casos, hasta sexo en vivo. Es donde cientos de panameños gastan sus salarios antes de tomar el transporte que los llevará a casa.
Personajes pintorescos
De esos también hay muchos. Por doquier hay filas de personas que esperan un taxi, un bus pirata o, incluso, alguien que vaya hacia el oeste. Ante la falta de transporte eficiente, muchas personas “recogen” pasajeros para sacar algún dinero extra en su camino hacia el otro lado del puente de las Américas.
Un grupo de viajeros que hacen cola para los buses piratas de repente muestran una sonrisa. Se dieron cuenta de la presencia de los resbalosos, que se les acercan para pedir alguna monedita que sobre.
Un hombre dice que no tiene nada, pero su niña de unos cinco años, embelesada con los movimientos de los resbalosos, saca una moneda de su bolsillo y la deposita en la botella de soda que usan como alcancía. Todos sonríen y siguen su camino. Otro atardecer en Calidonia.