¿El mundo pertenece a los juegavivos? Me gustaría decir que no, pero los hechos demuestran lo contrario. A Riccardo Francolini y Jaime Ford hay que felicitarlos. Ambos son investigados por corrupción, pero utilizan la ley para blindarse de las investigaciones judiciales. Se autopostularon como candidatos para la Alcaldía de Panamá, cargo en el que no tendrían ninguna oportunidad, y que también disputará Ricardo Martinelli. No recogieron una sola firma, pero recibieron el soñado fuero electoral.
Todo es parte de las reglas del juego; tienen el derecho a postularse, lo hicieron, y lograron lo que querían. Seguramente serán candidatos por su partido a otros cargos en los que siguen sin posibilidad alguna de ganar, pero lo que buscan no es ganar, sino obtener el trofeo de la carrera: fuero electoral. Ambos son la mejor expresión del juegavivo. Y el mundo es de ellos. La ley que los investiga, también los pone a salvo de la justicia. Es la ley, al mejor estilo panameño.
Pero, ¿qué podemos esperar si la ley que debe investigar a políticos y a jueces y magistrados la aprueban los diputados? Eso es como dejar la leche sin refrigerar y esperar que no se agrie. Ford y Francolini celebran, y eso me hace pensar en su ¿inocencia? Dice la ley que nadie es culpable hasta que se pruebe lo contrario. Si nos apegamos a esto, debo concluir que Odebrecht no pagó un centavo de coima en Panamá, porque ellos –los santos panameños– lo niegan con vehemencia.
La historia, según ellos, es la siguiente: Había una vez un rico empresario brasileño que se llamaba Marcelo Odebrecht. Él y sus cómplices un buen día se levantaron de la cama y, de los más de 4 millones de panameños, ellos los eligieron para salpicarlos en un escándalo de coimas, sabiendo que eran unos santos inocentes. Y para lograr manchar sus inmaculadas reputaciones, obligaron a mentir a testigos, banqueros, abogados, fiscales y jueces en Brasil, y hasta los testaferros en Panamá. Odebrecht y sus cómplices planearon un elaboradísimo complot para condenar a dos santos que deberían comulgar de las manos del papa.
El plan de los brasileños para comprometerlos termina con un complot internacional, en el que Brasil, Suiza, Andorra y Panamá se pusieron de acuerdo en cada detalle para calumniar a estos honestos funcionarios panameños. La mala fe, el deseo de dañar y arruinar reputaciones fueron las motivaciones de esa perversa gente para que vayan a la cárcel. Por eso, Ford y Francolini buscan desesperadamente el fuero electoral. Se bañan en él y así nadie los puede tocar. Tampoco nadie puede demostrar ni su inocencia o culpabilidad. Limbo total. Esperan que manos amigas terminen con su escarmiento y ellos gocen del dinero que se ganaron con el sudor de su frente. Fin... ¡del cuento!