Subirse a una piragua desde Yaviza para surcar las caudalosas aguas del Chucunaque, el río más extenso del país, es como abrir una puerta mágica que permite admirar paisajes únicos de la bella selva panameña y cálida gente que vive a sus orillas.
Alrededor de sus 231 kilómetros, el afluente del Tuira, que nace en la serranía de Darién, provincia al este de Panamá; se esconden las tradiciones y vida de los indígenas de las etnias Emberá y Wounaan, campesinos y afrodescendientes.
Este río, cuyo nombre significa “lodo o río sucio” es para los darienitas mucho más que eso. Su serpenteada silueta es el único método de conexión entre las comunidades durante la estación lluviosa.
Simboliza horas de diversión y juego para sus niños, la única fuente de agua -aunque no potable- que tienen para beber, cocinar y suplir sus necesidades básicas, así como también su fuente de alimentos.
Una alimentación basada en la pesca y cultivos de subsistencia, en la que el plátano lidera la dieta, aunque también el ñame, yuca, maíz y arroz entretienen el paladar con otros sabores.
Sentimientos de protección, respeto y temor afloran de los indígenas y colonos por el Chucunaque, su crecida ha arrasado sus cultivos y derribado sus humildes viviendas de madera sobre pilotes. Sus aguas, a su vez, dan fe de la fortaleza de su gente cuando a diario las piraguas con sus cosechas se voltean y sus navegantes luchan, como día a día, por salir a flote.
















