Desde la colina en la que ahora hay un hotel se puede ver la majestuosidad del Chagres, que se pierde en el horizonte, tranquilo, manso, magnificente. Hacia el otro lado avanza parsimonioso un barco postpanamax. Es el recodo en el que se junta la imponencia natural del trópico con la ingeniería avanzada. Donde se junta río y Canal de Panamá. Es la esquina de Gamboa.
La comunidad es pequeña, apenas unas cuantas calles y unas cuantas casas. No viven más de 400 personas, distribuidas en las casas de madera que pertenecían a los zoneítas blancos, y en las de cemento que pertenecían a los no tan blancos. De aquel vecindario queda poco, si acaso las residencias. La mayoría de los centros de recreación se deterioraron o fueron demolidos, y quienes viven allí ya poco tienen que ver con la ruta interoceánica. Ahora, la mayoría de los residentes son personas de ciencia, relacionadas con el Instituto Smithsonian u otra organización, y que consiguen en Gamboa un lugar para estudiar la fauna y flora ístmica.
Gamboa no siempre estuvo allí. Hasta mediados de la década de 1930, el pueblo quedaba alrededor de lo que hoy es la cárcel El Renacer, y que después mudaron hacia su lugar actual como parte de la mudanza del departamento de dragado del Canal, que antes quedaba en Paraíso, pero que necesitaba estar del otro lado del corte Culebra por cuestión de seguridad y estrategia.
Así se fundó el Gamboa actual, en el que todavía está Dragado. Precisamente, este departamento es el que adorna la vista hacia el lago Gatún, pues la imponente grúa Titán se observa casi desde cualquier punto del pueblo.
Es un lunes al mediodía y no hay nadie en la calle. Tampoco es que haya mucho movimiento durante el fin de semana, pero es posible ver a una señora que busca a sus perros desde su balcón, o una joven que pasea a su mascota, o un tipo que regresa con su bote. Las calles tienen baches por doquier y un “diablo rojo” pintado de blanco recoge pasajeros. Pareciera un lugar estancado en el tiempo.
El hotel fue durante años la estructura más nueva, aunque desde hace dos años el centro de investigaciones del Smithsonian se queda con ese honor. Antes de diciembre próximo habrá un puente nuevo, terminando de una vez por todas con el puente de tren que solo permitía avanzar autos en un solo sentido.
Jorge Ventocilla, biólogo, llegó hace varias décadas a Gamboa. Como tantos otros colegas, fue a aquel pueblo porque estaba enamorado de la fauna y la flora. Dice que la comunidad no solo es perfecta para los científicos, sino para cualquiera que busque paz y silencio, que no son pocos. “Una de las cosas que más satisfacción me da es ver a gente que no es de aquí venir a disfrutar de estas áreas, a hacer pícnic, a pasear, a hacer ejercicio”.
Es un pueblo que enamora, añade Ventocilla. No es el único que piensa así. Alcibiades Rodríguez, un botero que trabaja en el muelle público de Gamboa, prefiere quedarse la mayor parte del tiempo antes que irse a su casa, en La Chorrera. Asegura que está muy lejos, que con el tráfico de la ciudad demora hasta tres horas en llegar. Que, incluso, le conviene cruzar en bote el Gatún hasta llegar a un lugar cerca de El Trapichito, en La Chorrera. Es la otra vida en el Canal de Panamá.