El viento trae consigo la risa de los niños. En el nuevo parque de la calzada de Amador, juegan como si no hubiera mañana, corren entre los chorros de agua que salen disparados desde el suelo, gritan. Son felices.
Los espacios públicos en la ciudad de Panamá han sido una urgencia en las últimas décadas. En los últimos años, sin embargo, han aparecido cada vez más, incluyendo el de la calzada de Amador, que obtiene un mayor valor por la exuberancia del lugar. El reflejo de los modernos rascacielos sobre la costa es cubierto por el naranja del sol que cae, adornado todo con el reflejo, cada vez más tenue, del mar azul.
La belleza romántica de la tarde, sin embargo, poco le interesa a los niños, que aprovechan los chorros de agua sin parar. Un poco más allá, otros niños, los que no trajeron vestidos de baño, juegan en un castillo violeta con el mar detrás.
El parque se inauguró hace poco más de un año y desde entonces ha sido un éxito para las familias que buscan espacios más allá de los centros comerciales y parques de diversiones bajo techo. Beneficiados por las rutas del Metro Bus que incluyen este recorrido.
Además de la refrescante fuente y el castillo violeta, hay también varias bancas, jardines y máquinas para ejercitarse. Un poco más allá, restaurantes, heladerías, cafeterías. Y al frente, un local que alquila bicicletas, actividad que hasta hace algunos años era la única que se realizaba en la calzada de Amador.
La revitalización de esta área le ha dado una nueva cara. No solo ostenta en su comienzo el imponente Biomuseo, obra arquitectónica del prestigioso Frank Gehry, y que engalana las vistas con su armoniosa combinación de colores y elementos arquitectónicos. Sigue entonces la nueva carretera de la calzada, con sus rotondas, sus lámparas, sus escasos estacionamientos. Si bien debe ser recorrido a una velocidad modesta, los tramos rectos de este lugar dan pie para que los dueños de autos y motos modificados pongan a rugir sus motores sin tomar en cuenta los incontables niños que cruzan estos paños.
Viene entonces el Centro Natural de Punta Culebra, lo que queda de la playita y la isla Flamenco, donde hay una especie de duty free rodeado de restaurantes y que hace ya varios años intentó ser un nuevo concepto para la noche panameña, que al final fracasó.
Detrás de todas estas modernidades y lujos, no obstante, Amador tiene un rostro poco conocido. Se trata del que está justo antes del nuevo centro de convenciones. Allí abundan las casas abandonadas de cuando perteneció a la Zona del Canal.
Se trata de residencias modestas, pero cómodas, de dos pisos, con amplios espacios y una insuperable vista al mar. Están en medio de áreas verdes, con árboles cuyas raíces no fueron controladas y rompen todo lo que esté a su paso. El escenario contrasta con las aspiraciones comerciales de los empresarios durante esta administración y la pasada. Planean construir lujosas marinas, con costosas residencias y, obviamente, accesos restringidos.
Pareciera que una vez más se impondrá destruir y borrar nuestra historia para construir algo más nuevo y más brillante.