La historia del club de fútbol cuyo dueño vendía frutas

La historia del club de fútbol cuyo dueño vendía frutas


Un año después de ser campeón de la liga de fútbol nacional por primera vez, Panamá Viejo FC desapareció. No descendió a segunda división ni cambió de nombre o de barrio. Se esfumó. Cual estrella anónima en el firmamento, se extinguió sin despedidas ni homenajes.

No había mucho qué hacer tampoco. Las bancarrotas apenas si dejan el tiempo justo para liquidar. Y así ocurrió con Panamá Viejo FC.

Otro equipo de primera división, Tauro FC, adquirió a los jugadores que le interesaban. Los demás tuvieron el camino libre para buscar nuevos contratos.

Como Blas Pérez, por ejemplo, quien obtuvo su primer título nacional con Panamá Viejo en 2001 y que ante el descalabro se fue al Árabe Unido de Colón.

No se puede decir que la bancarrota llegó por sorpresa. El dueño del equipo panamaviejero era Roberto Mock, un hombre que tenía un puesto de frutas en un solar al comienzo de calle Primera, frente al océano Pacífico. También tenía una empresa de fletes y acarreos, pero en el histórico barrio lo conocían por sus naranjas y guayabas.

La absorción por el Tauro, gestionada por el hijo de Mock –quien fungía como presidente del club– suponía la desaparición definitiva de Panamá Viejo FC. Hasta ahora. Paulino Mitre, un empresario y cantante de reggae en español, decidió revivir el equipo, que hoy juega en segunda división. No es la misma franquicia, pero lleva el nombre del barrio, utilizan los mismos colores y se representan con un logo bastante similar.

La resurrección del Panamá Viejo FC se construyó en familia. Rodney Ramos era el jugador creación en el equipo ya extinto. Llevaba el número 10 en su espalda y fue quien anotó el gol que les dio su primer y único título nacional. 15 años después, su hijo, con el mismo nombre, le tocó marcar el tanto en la copa distritorial que los llevó a segunda división. Es la magia del fútbol.

UN BARRIO DE HISTORIA

Panamá Viejo fue la primera ciudad europea en el Pacífico. Fue fundada en 1519 bajo el nombre de Nuestra Señora de la Asunción. Sirvió como punto estratégico para las riquezas que venían arrebatadas desde Perú. De allí, las montaban en mulas, cruzaban 80 kilómetros en medio de la jungla espesa hasta llegar a Nombre de Dios, en el Atlántico, donde las cargaban a algún barco rumbo a España.

En 1671, la ciudad se incendió como consecuencia del ataque del pirata británico Henry Morgan, quien saqueó lo que pudo y abandonó el lugar un mes después. Dos años más tarde, los españoles fundaron una nueva ciudad a ocho kilómetros al oeste. Amurallada, esta vez. Y del viejo asentamiento solo quedaron las ruinas.

Pasaron los siglos y la ciudad de Panamá se expandió. A mediados del siglo XX, fue repoblada el área de la ciudad abandonada. Esta vez con gente pobre, que construyó unos cuantos caserones al lado del patrimonio histórico mundial.

Con los años vinieron las calles y las avenidas. Y también el fútbol.

El equipo Panamá Viejo FC se fundó alrededor de 1985 de la mano del oncólogo Álvaro Aguilar. El médico volvió aquel año de estudiar en España. Allá, cuenta, participó en cuanta liga de fútbol pudo. Regresó con un cocker spaniel, ese perro de orejas largas y pelo sedoso. Aduana lo envió a hacer cuarentena en Panamá Viejo. Aguilar, que vivía en Betania, fue a buscar un día a su can cuando vio a un grupo de jóvenes jugar fútbol entre las ruinas de la mítica ciudad. Se acercó, le gustó lo que vio y habló con otros dos hombres que observaban el partido. Les comentó que había talento, que había que hacer un equipo. “Hazlo tú, entonces”, recuerda Aguilar que le contestaron aquella tarde.

Ese día también nació el apodo del equipo. “Recuerdo que jugaban entre las ruinas y de repente aparecían cangrejos, con ese movimiento singular de ellos: salen, se entierran y aparecen por otro lado. Parecido a lo que hacían los muchachos con el balón. Por eso les comenzamos a decir los cangrejeros”, dice el oncólogo.

Pasaron los años y el club jugaba sin pena ni gloria. Hasta que llegó a la primera división de la Asociación Nacional Pro Fútbol (Anaprof) en 1990. Allí se mantuvo por varios años. A veces clasificaba a la segunda ronda de la liga. Pero hasta ahí. El equipo estaba conformado en su mayoría por gente del barrio, como casi todos los equipos del fútbol panameño en esa época.

Y de repente: problemas. Había rebeldía y hasta rumores de narcotráfico. Aguilar primero hizo una purga. Pero siguieron los conflictos. Un día le lanzaron un botín a la cara. Entonces optó por vender el club. En 1995, Roberto Mock lo compró.

Mock era de Panamá Viejo y su esposa también. Tenían la empresa de fletes y acarreos y la frutería frente al mar, con lo que supuso podría hacerse cargo de un equipo de fútbol de primera división. Lo que no tenía era tiempo, por lo que fue su hijo, Roberto Tito Mock, quien asumió la presidencia del club.

Por aquella época, el equipo costaba unos $3 mil mensuales. Casi todo se gastaba en salarios de jugadores: entre $25 y $50 por partido. La mayor parte salía de lo que aportaban los patrocinadores, que por entonces eran $15 mil anuales.

Un año después de asumir Mock, en 1996, hubo otro problema de disciplina, lo que finalmente provocó cambios. El presidente de Panamá Viejo le propuso dirigir el equipo a Gary Stempel, un británico/panameño que había estudiado educación física en Inglaterra y que se había especializado en fútbol comunitario.

Stempel acababa de llegar a Panamá a probar suerte como director técnico, después de varios años de trabajo con jóvenes ingleses. Su proyecto proponía incorporar a la comunidad un equipo e intentar cambiar la mentalidad de los pequeños futbolistas. Y a Mock le encantó la idea. El camino hacia el título comenzaba a tomar forma.

CAMINO A LA GLORIA

Durante el tiempo entre la final y el día que asumió Stempel hubo muchos cambios. Por ejemplo, dejaron de entrenar entre las ruinas de la primera ciudad europea en el Pacífico americano, donde en más de una ocasión un jugador se cayó y se rompió la cabeza con las históricas piedras. Su nuevo lugar para practicar era la cancha de la Universidad Santa María la Antigua.

En los dos escenarios, Stempel siempre se encargó de llevar a jugadores en su automóvil, un Hyundai Accent de segunda mano. “Recuerdo que metía como a seis jugadores y los iba llevando a cada uno a sus casas”, dice.

También comenzaron a contratar jugadores que no fueran del barrio: Ricardo Patón Phillips, Alberto Blanco, Anel Canales, Juan de Dios Pérez, Víctor Herrera Piggot, Óscar McFarlane y Blas Pérez. Este último, quien jugaría después en Colombia, España y Estados Unidos se convertiría en el segundo mayor goleador de la selección de Panamá.

Pero el equipo mantenía la esencia del barrio. El capitán era Juan José Julio, la recuperación en la media era asunto de Gary Ramos; y la creación, de su hermano, Rodney Ramos.

Desde pequeño, Rodney Ramos siempre fue un referente del fútbol en Panamá Viejo. Cuando todavía no estaba marcada la cancha en calle 5ta., justo a un lado de los vestigios de lo que otrora fuera el convento de San Francisco, jugaba con los vecinos en un solar detrás del antiguo convento de la Concepción. Por aquellos días el mejor era Chimbo, quien nunca jugó fútbol profesional y de quien pocos recuerdan su nombre real. Pero Ramos ya daba muestra de su talento: la pisaba, jugaba con la cabeza levantada, sabía leer el fútbol.

“Era un jugador honesto, un zurdo educado. Tenía mucha visión, mucha calidad. Siempre cumplió en la cancha, nunca llegó tarde, nunca faltó a un entrenamiento, siempre siguió instrucciones. He tenido la suerte de trabajar con miles de jugadores en Panamá. El más serio y profesional fue Rodney”, dice Stempel, quien ha sido director de todas las categorías juveniles panameñas, además de entrenar al San Francisco FC.

Por eso Ramos se convirtió en el 10 de Panamá Viejo FC; el 10 cangrejero. Era un especialista en los balones parados: anotó tres goles olímpicos en la Anaprof. Por eso le tocó cobrar el penal que le dio el único título a su club.

Aunque dicen, Mock y Stempel, que ese no fue el primero ni el único. En 1999, los cangrejeros ganaron un título extraño: ese año, la liga panameña quiso dividir el torneo anual en dos. Un apertura y un clausura. Panamá Viejo ganó el apertura, pero el clausura nunca se jugó. La liga prefirió volver a instalar el torneo largo, por lo que en las estadísticas oficiales aparece el Tauro como el campeón de la temporada 1999-2000.

La final de aquel extraño apertura fue casualmente contra el Tauro, que ganó Panamá Viejo por 2 a 0. Aquel día, recuerda Stempel, fueron a celebrar a las oficinas de Romosa, la empresa de fletes de los Mock, que estaba frente a Costa del Este, muy cerca del barrio Puente del Rey. “De repente se escucha una balacera muy cerca de allí. Todo el mundo se echó al piso. Después llegó la Dirección de Investigación Judicial. Fue mi primera balacera en Panamá. Mi bienvenida”, asegura.

Gracias a ese título, Panamá Viejo jugó la liga de campeones centroamericana. Le ganó al Saprissa de Costa Rica y avanzó hasta segunda ronda.El torneo siguiente lo ganó el Tauro. Y entonces, la hazaña.

PROEZA CANGREJERA

Aquel 4 de febrero de 2001, el primer tiempo terminó a favor de Panamá Viejo 3 a 1. Dos goles de Erick Martínez y uno de Phillips para los cangrejeros; Luis Parra, el campeón goleador del torneo, para Tauro.

El estadio lucía verde y amarillo, los colores de Panamá Viejo. Casi tres cuartos de los fanáticos que fueron ese día eran cangrejeros. “Recuerdo ese partido por la emoción y la expectativa del barrio. Hubo un señor que pintó su casa de verde y amarillo con un cangrejo en la parte de adelante”, recuerda Stempel. El éxtasis era tanto, que habían opacado a los seguidores del Tauro, de Pedregal, un barrio mucho más grande que Panamá Viejo, y cuyo equipo ya poseía cinco títulos. En ese momento era el club más ganador del fútbol panameño. La clásica historia de David contra Goliat.

En el segundo tiempo, el gigante despertó, y con otro gol de penal de Parra y un tanto de Mario Méndez, el Tauro empató el encuentro y obligó a jugar tiempos complementarios. Aquel año, la liga introdujo otro cambio en el formato y estaba a prueba el llamado gol de oro. Una especie de muerte súbita: en el momento que un equipo anotara, allí mismo acababa el partido.

Y Panamá Viejo salió a la carga. Phillips remató desde fuera del área chica con una volea que rozó el poste derecho; Ramos cobró un tiro de esquina que pegó en el travesaño. “Mira este gol olímpico”, cuenta Ramos que le advirtió al juez de línea. Panamá Viejo avisaba.

Cuando faltaban apenas unos minutos para que terminara el primer tiempo extra, Ramos le puso un pase por arriba de la defensa a Blas Pérez, quien dominó el balón dentro del área rival y luego fue derribado. Penal. Enseguida, Ramos tomó el balón. El tiro era suyo y de nadie más.

“Todo el mundo quería patearlo. Yo tomé la bola y les dije que yo lo iba a patear. El día anterior habíamos hecho un torneo de penales, en el que eliminábamos al que fallaba, y yo lo gané. Por eso tomé la responsabilidad. [Óscar] McFarlane (arquero del equipo) quería patearlo. Estaba como desesperado. Y para ese momento se necesitaba calma. Yo no estaba nervioso. Todos los años que jugué Anaprof (12 años), solamente fallé un penal”, narra Ramos sobre ese momento.

Tomó carrera e hizo una pausa antes de patearlo. Vio que el arquero rival dio un paso hacia su derecha, así que remató hacia su izquierda. O a la derecha, si el lector prefiere visualizarlo desde atrás del arquero. Intentó llegar, pero aquel paso no le permitió alcanzar la pelota. El estadio estalló con el gol: Panamá Viejo, un barrio ínfimo, un equipo sin recursos, conseguía el máximo título del fútbol nacional.

El final no podía ser de otra manera. “Si alguien hubiera escrito una novela del equipo, de cómo un equipo de un pueblo chico ganó un campeonato, el triunfo tendría que ser con gol de Rodney. Y así sucedió. Se cumplió el romance. No había más nadie para anotar ese gol. Su papá tenía todos los recortes de periódicos del equipo guardados. Sabía cada evento, cada historia. La familia Ramos era y es Panamá Viejo”, asegura Stempel.

Afuera del estadio apareció entonces una especie de camión de Romosa. Allí subieron jugadores y fanáticos y fueron en caravana hacia Panamá Viejo, donde los pocos que no fueron al estadio los recibieron como héroes.

La euforia no duró mucho. Al comienzo de la siguiente temporada ya había rumores de la crisis económica del equipo, que luego se evidenció con algunas quincenas que se pagaron tarde. El equipo no asimiló el ambiente en lo futbolístico y no jugó bien. Hasta que llegó la noticia: al final de la temporada, serían absorbidos por el Tauro, que contrataría a los jugadores que le gustaban, y el resto tenía que resolver por su cuenta. Del cielo al infierno.

“He tenido muchos dolores en el fútbol panameño, pero ese ha sido el más grande. Ese equipo estaba para muchas más cosas, para cosas grandes”, afirma Stempel.

Mock explica el descalabro de la siguiente forma: “primero le cayó una demanda laboral a la empresa y luego una demanda civil a mí. No había ni dinero ni tiempo para esos problemas”.

Mock era amigo de varios de los accionistas del Tauro, quienes le propusieron asumir parte de la deuda del equipo a cambio de su absorción. Mock, incluso, se convirtió en el quinto accionista del Tauro. “Al final de la primera temporada después de la fusión, faltó dinero y los socios tenían que poner su cuota: $3 mil cada uno. Yo puse lo mío y les avisé que me saldría”, narra Mock.

LA RESURRECCIÓN

Panamá Viejo FC no desapareció en espíritu después del desastre. Eduardo Ponce, un panamaviejero fanático de fútbol que manejaba un taxi, organizó un equipo de futsal. Se llamaba Ambar FC, pero representaba al barrio. Usaba sus colores y era alentado por la misma fanaticada.

Pasaron varios años así hasta que Paulino Mitre –conocido en el mundo artístico como Linopau– decidió armar un equipo que jugara en la liga distritorial. Para ello llamó a los Ramos: Rodney Ramos (padre) sería el técnico, y el hijo sería el 10, el jugador insignia.

Mitre, un cantante de reggae, se asoció con su disquera, un diputado de gobierno y otro de oposición y financiaron al equipo.

El nuevo Panamá Viejo FC logró su clasificación a segunda división en un partido que le ganó por 2 a 0 a River Plate. El primer gol fue tras un pase de Rodney Ramos, hijo. El segundo, el propio Ramos remató con fuerza un balón que despejó la defensa y lo clavó en la escuadra.

Por requisitos de la segunda división, Ramos padre dejó de ser el técnico. El equipo se ubica hoy en la mitad de la tabla.

En la liga satelital, una especie de torneo alterno en el que participan juntos la primera y la segunda división, Panamá Viejo está en semifinales. Para ello eliminó al Tauro en penales. El último lo cobró Rodney Ramos, hijo. En este fútbol hay cosas que no cambian.

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