Jaqué: el paraíso donde mandan el olvido y la pobreza

Jaqué: el paraíso donde mandan el olvido y la pobreza
La comunidad de Guayabito es un caserío de unas 30 viviendas en medio del Parque Nacional Darién y forma parte del corregimiento de Jaqué. Sus pobladores son de la etnia emberá y su principal actividad es la pesca. La mayoría de sus productos son comercializados en Colombia. LP/Alexander Arosemena


Tres imponentes islotes sobre un bravío océano Pacífico son la puerta de entrada a Jaqué, un corregimiento escondido en el sur de la extensa provincia de Darién y muy cerca del vecino país de Colombia.

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El edén, tocado por el narcotráfico, la guerra y el mando del Senafront

Antes de desembarcar hay que atravesar un punto conocido La Boca, donde se encuentra el mar con la desembocadura del río Jaqué. Allí las fuertes olas suponen un desafío no sólo para visitantes, sino también para pobladores y experimentados navegantes, quienes tienen que apelar a toda su experiencia para no naufragar.

En La Boca, cuentan los lugareños, han muerto más de 70 personas y han encallado cinco embarcaciones luego de no poder maniobrar la agresiva corriente. De hecho, esa es la primera petición de quienes tienen décadas de vivir en Jaqué: un muelle que permita desembarcar sin riesgo de morir.

Es la 1:10 p.m., y en puerto improvisado donde arriban las embarcaciones que visitan Jaqué hay una gran humedad, mientras los rayos del sol se filtran entre un frondoso árbol de mango. “Bienvenidos a Jaqué”, dice Macario Morales, representante de corregimiento, un hombre delgado, de constante sonrisa, de paso rápido y ojos saltones.

Un mes antes, Morales estaba en sede de la Defensoría del Pueblo en Darién con un mar de notas dirigidas a entidades como el Ministerio de Salud, Ministerio de Educación, Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales, así como a empresas telefónicas y eléctricas cuyos servicios presentan deficiencias en la zona.

Jaqué: el paraíso donde mandan el olvido y la pobreza
El represenntante de corregimiento, Macario Morales define al poblador de Jaque como una persona valiente, por que pese a las adversidades mantiene su sonrisa. Además, indica que los residentes son muy trabajadores. Alexander Arosemena

“Solo le bastará un par de horas para darse cuenta de todas las necesidades del lugar. Aquella vez que nos conocimos en la Defensoría del Pueblo era por que ya no podía más. Llevo años enviando notas a diferentes entidades, pero es como si Jaqué no existiera para el Estado. Nosotros somos el rostro del abandono y la pobreza”, se lamenta el representante de corregimiento de 60 años.

En Jaqué residen unas 4 mil personas de las cuales más del 60% afronta niveles de pobreza y un 25% pobreza extrema. El ingreso per cápita en el corregimiento es de $141 y la realidad es la misma desde hace varias décadas, según sus autoridades locales e indígenas.

A lo largo del corregimiento sobresalen unas 10 comunidades entre las que están Valle Alegre, Llano Bonito y Biroquerá entre los ríos Jaqué y Pavarandó. También está Jaqué cabecera, así como Guayabito y Cocalito, a menos de una hora de la frontera con Colombia.

La Prensa llevó a cabo un recorrido por estas comunidades donde los problemas son similares: escuelas cerradas por que desde que comenzó la pandemia de la Covid-19 en 2020 los educadores no se presentan, la mayoría de sus acueductos rurales no funcionan o están operando a media máquina lo que los obliga a consumir agua de río, mientras que en el centro de salud de Jaqué cabecera, el único del corregimiento, no hay medicamentos y el último odontólogo del área pidió traslado, por lo que no cuentan con esa atención hace años.

La última vez que fueron visitados por un presidente de la República fue en 2006, cuando Martín Torrijos dirigía el país, y la entidades presentes parecen meros elementos decorativos, a excepción del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) que tiene presencia en una buena parte de las comunidades de Jaqué.

Eugenio Garabato, dirigente de la comunidad de Valle Alegre y presidente del congreso general emberá de Jaqué, calificó como un “engaño” lo que ocurre en el tema educativo. “La enseñanza la estamos impartiendo los padres porque los educadores no vienen. Muchos de nosotros no sabemos leer ni escribir y para nosotros la educación está siendo pésima”, planteó Garabato, quien dijo mostrarse sorprendido porque era la primera vez que periodistas llegaban hasta Valle Alegre.

Jaqué: el paraíso donde mandan el olvido y la pobreza
Los niños de Valle Alegre están a la espera de retomar las clases en su comunidad. Alexander Arosemena

El líder indígena envío un mensaje al presidente de la República, Laurentino Cortizo: “le pido que así como ayuda a otras áreas, nosotros los indígenas de Jaqué también somos ciudadanos panameños y tenemos derechos. Mande internet para que nuestros niños puedan estudiar y educarse, y no corran nuestra misma suerte”.

Allí mismo en la ribera del río Pavarandó está la comunidad de Llano Bonito. Una de sus dirigentes es Mayra Birichi, quien sostiene que las mujeres reciben pocas oportunidades, pese a que tienen la misma capacidad que cualquier otra persona.

De hecho, hizo un llamado a entidades como el Instituto Nacional de la Mujer o la Autoridad de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa, ya que en una zona como Jaqué el futuro de las mujeres depende de sus parejas.

“En la población indígena se piensa que ser mujeres es sólo tener hijos y dedicarse al esposo. Nosotros sólo pedimos una oportunidad porque la mujer también tiene a derecho a decidir y superarse”, manifiesta la mujer con cuatro hijos desde el corazón de la selva de Darién.

Los últimos panameños

Las comunidades de Jaqué más cercanas a Colombia son Guayabito y Cocalito. Martin Pacheco, dirigente indígena de Guayabito, recordó que sólo se les mira durante las elecciones, y luego son abandonados por los gobernantes de turno.

El caserío de 20 viviendas de tambo (estructuras sobre pilotes) se encuentra entre el Parque Nacional Darién y las paradisíacas playas del Pacífico, aunque cuenta Pacheco que desde hace años llevan solicitando, en vano, una planta que les permita contar con energía eléctrica.

Además, lamentó que desde que comenzó la pandemia se haya cerrado la frontera con Colombia, lo que les impide cruzar al vecino país a vender su pescado, donde obtienen un mejor precio. “Éramos pobres y nos están haciendo más pobres”, dijo.

Mientras que Antolina Cabrera, residente de Cocalito, fue más directa: “ nosotros sobrevivimos por la voluntad de Dios. Aquí no hay nada. Tenemos que luchar para trabajar y le pedimos al Gobierno que mire hacia este lugar abandonado”.

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La comunidad indígena de Llano Bonito está en la ribera del río Pavarandó y la habitan unas 100 personas. Alexander Arosemena

Caída la tarde y en Jaqué cabecera se encontraba el productor y dirigente, Simón Perea, quien manifestó que hay mucha frustración porque hace meses atrás tenían una gran producción de plátano, pero como no hay quién los compre las personas dejan de producir. “No hay política de atención al sector agropecuario y en materia de ganadería estamos igual. Nos sentimos totalmente castigados”, acotó.

En cuanto a la atención de salud, Perea explicó que cuentan con médicos y auxiliares, pero generalmente hacen falta medicinas y también un odontólogo, lo que complica la atención. “El odontólogo se fue hace cuatro años de aquí”, aportó.

Consultados al respecto el Ministerio de Educación respondió que adoptará las medidas para garantizar que los estudiantes de Jaqué tengan la atención que se requiere, el Ministerio de Salud comunicó que es un compromiso del ministro, Luis Francisco Sucre el nombramiento del nuevo odontólogo, mientras que el director del Instituto de Acueductos y Alcantarillados, Juan Antonio Ducruet, dijo que evaluará el tema del acueducto en este corregimiento. Además el director del Instituto Nacional de Formación Profesional y Capacitación para el Desarrollo Humano, Virgilio Sousa, informó que llevará a cabo esfuerzos con Senafront para llevar cursos y capacitaciones a este corregimiento.

El sacerdote Jackson Caicedo, quien tiene tres años de estar en Jaqué, plantea que al estar tan cerca de Colombia, Jaqué no es ajena a la violencia y al narcotráfico. “A esto hay que agregar el olvido del Estado”, manifestó.

En resumen se trata de un cóctel de eventualidades que el religioso define como “agua estancada”, es decir que en lugar de progresar y desarrollarse su gente se conforme con lo que hay.

En su mensaje final apeló a la educación: “necesitamos transformar y limpiar esta agua estancada y si el Estado quiere manifestar una luz en esta comunidad es a través de la educación. Sólo así sus pobladores podrán transformar su realidad”.


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