El rechinar de las carretillas flota entre las luces amarillas y opacas dentro de una de las galeras del Mercado de Abastos. Es el sonido del lugar entero, en realidad. Van desquiciadas, vacías o con mercancía, sorteando alimentos, automóviles o personas. Son el último eslabón para cerrar una venta.
“¿Necesita carretilla”, preguntan a todo el que ven; la mayoría lleva tomates, cebollas, lechugas, pimentones a uno de los tantos clientes. Es miércoles de mañana en el mercado. Llovió fuerte al comienzo de la mañana, pero igual el lugar rebosa en clientela.
Afuera de las galeras, entre el asfalto a pedazos, las piñas y los plátanos -miles de plátanos-, el mercado huele a fritanga. En los puestos la gente desayuna hojaldras, tortillas, bofe. Los vendedores gritan pregonando sus productos. Los autos se detienen en cualquier lado y paralizan el flujo dentro del mercado mientras pagan y reciben alguna mercancía.
Dentro de los galpones huele a tomate. También a pimentón, a granos, a cebolla, a porotos, a apio. Pero principalmente a tomate. El vegetal aparece en la mayoría de los puestos. “A diez dólares la caja”, dice una mujer que no mira a los ojos de los clientes y a la cual, pareciera, la frase le sale como un reflejo cuando alguien pasa a su lado.
Se escuchan las noticias matutinas, Ulpiano Vergara, Armando Manzanero. Cada puesto se vale de cualquier recurso para aumentar su atractivo y captar a cualquiera. La otra galera, conocida como “el M”, por la letra que lo identifica, tiene casi los mismos productos. La única diferencia perceptible con rapidez es que el techo de esta sí permite que entre luz solar, por lo que todo está mejor iluminado.
El mercado son puestos improvisados de cemento, madera y zinc que dan la impresión de ser un barrio de precaristas. El panorama contrasta con el Partenón, o la sede principal del Tribunal Electoral, que es lo mismo. Del otro lado, el nuevo Curundú, con sus edificios idénticos el uno al otro. El Mercado de Abastos, o Mercado Agrícola Central, es el principal y casi único mercado de la ciudad.
Mientras que en otras ciudades los mercados son el punto más importante para la compra de alimentos al detal, en Panamá esa función la cumplen los supermercados y el de abastos solo tiene una función al por mayor. Una función que se podría reforzar aún más después de la mudanza.
En teoría, el mercado dejará de estar en el centro de la ciudad antes de que acabe el año y todos sus vendedores, productores y distribuidores deberán mudarse para el nuevo mercado cerca de cerro Patacón, un lugar en el que no hay ruta de buses y es complicado salir y entrar por el tráfico pesado que siempre hay allí por ser una de las dos rutas hacia el interior del país.
Los vendedores no quieren.
“No están las condiciones dadas para que nos vayamos”, dijo Sebastián Peña, que maneja un puesto de semillas dentro del mercado y es el vocero de un grupo que se organizó para oponerse a la mudanza. Asegura que no se han resuelto varias situaciones y que un mercado a medio andar es lo mismo que nada. Dice que todo esto terminará en comida más cara para el pueblo. Y que eso, añade, hay que evitarlo.