Un hombre echa con vigor decenas de patacones en una bolsa de papel. Entra la espátula en aquel tesoro de oro verde dispuesto en una especie de cartón y trae consigo tres, cuatro, cinco patacones. Alrededor hay dos ollas de aceite que preparan las siguientes rondas de plátano.
Al otro lado del mostrador, un hombre mira impaciente la bolsa que se llena poco a poco. Hasta que por fin se la entregan. Toma uno, lo degusta y paga 50 centésimos.
La escena se da a cualquier hora del día en la plaza de comidas del parque Francisco Arias Paredes, en Calidonia. Un lugar que hasta hace algunos años era un estacionamiento lleno de maleza y que hoy alberga jacarandas en crecimiento y los famosos “cuara y cuara”, una serie de fondas que durante años se han encargado de alimentar a todo el que pasa por aquel sector.
El parque está justo sobre la avenida Cuba, diagonal al edificio El Hatillo, que alberga el Municipio.
En el patio principal hay jacarandas tiernas, apenas creando un tronco robusto. Después viene un círculo inmenso en el centro y un poco más allá la plaza de comidas, donde también está el área de entrega de las placas vehiculares. Arriba de aquella plaza hay una especie de terraza, cuyo acceso está sobre la avenida Perú, y que sirve de balcón para apreciar parcialmente el centro de la ciudad. Abajo de todo, dos pisos de estacionamientos.
El parque, a pesar de sus atractivos, luce usualmente vacío. Las personas del área prefieren ir a sentarse o a jugar con sus hijos y nietos en el parque Porras, en la siguiente cuadra. Dice Rigoberto Velásquez, un santeño que se reconoce como veragüense, que ese es el principal problema de los comercios de la plaza de comidas. Velásquez es el dueño de la fonda cuya especialidad son los patacones y donde, desde la mañana, es usual ver filas inmensas, a la espera de aquel manjar.
Dice que antes le iba mejor. Que por día vendía mil 500 plátanos y ahora si acaso sobrepasa los mil. Reconoce que el lugar es muy bonito y todo el mundo está más cómodo, pero, por un lado, no hay ningún tipo de aviso ni letrero para que quienes pasen por el parque sepan que allí venden comida, y por el otro lado, que la parte de atrás, la que da hacia avenida Perú, está cerrada y eso no permite que quienes esperan allí el bus puedan consumir sus productos.
Además, sostiene Velásquez, habría mucho más tráfico por la plaza de comidas si se pudiera acortar camino por allí rumbo hacia la avenida Cuba y las avenidas de más abajo.
Ameth y Noel Ardines, dueños de uno de los negocios nuevos de la plaza de comidas -que no estaban allí durante la época de oro de los “cuara y cuara”-, dedicado a la venta de raspaos, aseguran que habría que tomar acciones para aumentar el flujo de personas dentro de la plaza de comidas, ya que los que van a buscar placas se van apenas reciben su lata.
Sin embargo, afirman estar satisfechos por cómo les va. Y eso que no venden patacones.