A lo largo de toda la calle 66 de San Francisco, conocida también como calle Belén, aparecen unos postes oxidados y corroídos. Abandonados, obviamente. Entre los nuevos edificios, los centros comerciales y los comercios, casi no se notan.
Hasta hace unos años, sin embargo, aquellos postes servían para colocar las luces que iluminaban toda la calle. En las entradas desde vía Porras y calle 50, incluso, había letreros luminosos con el nombre de la calle. Fue, por mucho tiempo, una de las principales atracciones navideñas de la ciudad. Hoy es una calle cualquiera.
Durante muchos años, era usual en las familias un anuncio nocturno: “vamos a calle Belén”. Aquel paseo era la promesa de luces navideñas, portales con nacimientos gigantes y coloridos, un espectáculo visual como ningún otro en la ciudad. Todas las casas ponían su cuota de entretenimiento para que los niños, y adultos también, aprovecharan aquella vuelta.
Desde hace algún tiempo para acá, la situación es diferente. Por estas noches, a unos cuantos días de Navidad, no hay casi luces. Uno que otro foquito intenta seguir la tradición de esa calle. Los que más iluminaciones tienen son los dos centros comerciales que ocupan el espacio de lo que fue una o hasta dos casas. Calle Belén es el ejemplo de los cambios que suceden en un barrio residencial que se transforma, de repente, en un barrio comercial.
La señora Ana prefiere no revelar su apellido. Más que por seguridad, por pena. Prefiere que la llamen así: señora Ana. Su casa tiene una cerca blanca y es una de las más pequeñas de la cuadra. Cuenta que llegó a ese barrio a mediados de la década de 1970 y ya en ese entonces las iluminaciones andaban viento en popa. “Antes de que yo me mudara había hasta competencias internas, con premios y todo”, narra.
La organización era simple. Existía un comité liderado por Berta de Medina, a unos 20 metros de la casa de la señora Ana. A Berta la conocían como la mandamás, pues si veía que una casa tenía sus luces apagadas, llamaba inmediatamente para saber si todo estaba bien y luego, amablemente, recordar que no habían encendido sus luces. La calle entera sabía quién vivía en cada casa. Cada vez que alguien se mudaba, aquel comité iba a darle la bienvenida a los nuevos vecinos. Era una comunidad.
Dice la señora Ana que desarrollaban actividades comunitarias para recoger fondos, además de las cuotas de cada casa. La idea era sencilla: el comité se encargaba de alumbrar la calle, cada vecino era responsable de su propio patio. Y así fue por años, por décadas. Hasta 2003, aproximadamente, cuando comenzó la fiebre de venta. “Todo el mundo comenzó a vender y el barrio cambió”, dice la señora Ana. Cuenta, además, que Berta había muerto y ya no había quien liderara el comité. Entonces dejaron de adornar la calle. Dejaron de ser una comunidad, también. En toda la calle apenas si quedan 10 familias que participaron de aquella tradición. Todas las demás son nuevas y no conocen la atracción que fue calle Belén.
Dice la señora Ana que ya no es lo mismo. Que extraña ese espíritu de la Navidad. Que era, al mismo tiempo, el espíritu de la comunidad. Un lugar en el que ofrecían vistosidad para entretener, para disfrutar. A diferencia de los centros comerciales, donde están ahora las principales luminarias navideñas, y donde ofrecen esa vistosidad para que compren. Para que consuman.