Puerto Obaldía es el último poblado de la comarca Guna Yala, un territorio en pleno mar Caribe, rodeado de aguas cristalinas y arena blanca. En papel, un lugar paradisiaco.
El puerto es un lugar inaccesible: solo se puede llegar en avión o por largos recorridos en lancha. Pese al olvido, Puerto Obaldía permanecía más o menos funcional. Hasta ahora.
En lo que va de este año, más de 22 mil cubanos han pasado rumbo a Estados Unidos por este pequeño pueblo, en el que regularmente viven menos de 500 personas. Y la sobrepoblación ha dejado sus huellas.
Lo que era un lugar lento y amodorrado, hoy es un hervidero. Gente que grita, que corre; gallinas que huyen; música, lamentos, llantos.
Las casi dos mil personas que habitan por estos días en Puerto Obaldía deben intentar sobrevivir con un abastecimiento limitado de alimentos y medicinas, sin señal de teléfono y con contados accesos a internet.
La mayoría de los migrantes cubanos también debe vivir sin baños. La pequeña quebrada se ha transformado en recipiente de todas las necesidades fisiológicas.
En el aire huele a una mezcla de berrinche y leña quemada. El calor húmedo agobia y la gente camina de un lado a otro, sin rumbo fijo. En el puerto, miran las olas y esperan un barco que se ofrezca a llevarlos por tres veces el precio de hace un mes. En la pista de aterrizaje, preguntan con aflicción a todos los pilotos si hay un puesto disponible en la nave. Casi nunca hay.
Siguen esperando en un paraíso que hiede.












