ANÁLISIS

¿Por qué Haití es tan pobre?

¿Por qué Haití es tan pobre?
Un coche de policía lleno de civiles y agentes recorre el Municipio de Jalousie, en Haití, el 7 de julio, día que el presidente Jovenel Moise fue asesinado. AFP


El magnicidio del presidente haitiano Jovenel Moise, el pasado miércoles 7 de julio, ha puesto al país caribeño en el centro de los titulares internacionales.

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Mientras los acontecimientos vinculados a este hecho se desarrollan, se evidencia una vez más la extrema fragilidad de las instituciones haitianas, la precariedad de su economía y lo enrarecido de su política.

Un gran número de analistas internacionales denominan a Haití como un Estado fallido.

El nacimiento de una república

Haití fue el primer país libre de América Latina, ya que inspirados en los principios de la Revolución Francesa de 1789, unos 800 mil esclavos haitianos hicieron su propio levantamiento, en 1791, contra las tropas francesas, y luego de 13 años de guerra, el 1 de enero de 1804, Haití declaró su independencia. Francia jamás le perdonó semejante ofensa.

Durante el siglo XVIII, Haití producía, en plantaciones de esclavos, el 60% del café y el 40% del azúcar que se consumía en Europa. Con la independencia, el país sufrió un durísimo embargo comercial y un bloqueo diplomático. Francia le impuso el pago de una deuda de 90 millones de francos de oro, equivalente a 21 mil millones de dólares de principios de este siglo. El gobierno haitiano tuvo que dedicar por décadas hasta el 80% de su presupuesto para pagar la deuda con Francia, la que se saldó en 1947, a un gran costo en desarrollo humano.

Haití le facilitó a Simón Bolívar siete barcos con soldados y armas para las luchas de independencia de la Gran Colombia, a cambio de que aboliera la esclavitud de los pueblos afrodescendientes. Los socios de Bolívar en la empresa independentista se negaron a cumplir con la promesa e incluso impidieron que la Gran Colombia reconociera a Haití como un país independiente, cuando ya Francia y España lo habían hecho.

Por presión de Estados Unidos en el Congreso Anfictiónico, celebrado en Panamá en junio de 1826, tampoco se pudo reconocer diplomáticamente la existencia de la primera república independiente de América Latina.

En 1864, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, firmó la declaración de emancipación de los esclavos, procedió a reconocer oficialmente la existencia de Haití.

La maldición del siglo XX

Los gobiernos haitianos no siempre podían generar los recursos para pagar la deuda con Francia, así que tenían que recurrir a préstamos, algunos con verdaderos intereses de usura.

Hasta este mes de julio, el único magnicidio en la historia de Haití había sido cometido el 28 de julio de 1915, cuando fue asesinado el entonces presidente haitiano Jean Vilbrun Guillaume Sam. Frente a esto, el entonces presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, ordenó que 300 marines invadieran Haití, entre otras cosas para garantizar el cobro de los préstamos que el Citibank le había hecho a ese gobierno caribeño. La invasión duró hasta 1934.

En 1956, a la galería de la infamia de los dictadores de la guerra fría, Estados Unidos agregó dos funestos nombres. François Duvalier, conocido como Papa Doc, quien gobernó con férrea mano al país promoviendo la ignorancia y la superstición.

A su muerte, su estrambótico hijo Jean Claude Duvalier, mejor conocido como Baby Doc, se encargó del gobierno, hasta que fue derrocado en 1986. Para su exilio dorado en Francia, Baby Doc se llevó, según estimados internacionales, una fortuna de 900 millones de dólares de la época.

Ningún banco internacional le condonó a Haití un solo centavo de la astronómica deuda externa, que Papa Doc y Baby Doc le legaron al país.

La esclavitud disfrazada del siglo XXI

La caída de los Duvalier debió abrir una época de democracia y desarrollo humano para Haití; sin embargo, el país ha sufrido de un fuerte estancamiento.

En septiembre de 1994, Estados Unidos intervino militarmente Haití, para obligar a la junta castrense a abandonar el poder, luego de haberle dado un golpe de Estado al presidente electo Jean-Bertrand Aristide.

Una década más tarde, unos 10 mil cascos azules de la ONU invadieron Haití para supuestamente estabilizarla. Los escándalos relacionados con la presencia de los cascos azules incluyen la violación y prostitución forzosa de más de 2 mil mujeres haitianas, y el contagio de cólera por parte de los cascos azules a la población del país caribeño, que tuvo como saldo más de 10 mil muertos.

El 12 de enero de 2010 tuvo lugar en Haití un brutal terremoto que causó más de 300 mil decesos. La solidaridad internacional logró recaudar más de 9 mil millones de dólares para la reconstrucción del país. Sin embargo, muy poco de este dinero llegó efectivamente a manos del pueblo haitiano. Según estimados de la cadena radial estadounidense NPR, sólo 0.9% de los fondos llegaron al gobierno haitiano y otro 0.6% fue a dar a las organizaciones sociales de ese país. La gran mayoría de los fondos fue despilfarrada, malversada o entrampada en múltiples procesos burocráticos, tanto de los países donantes como de las agencias ejecutoras y de la propia corrupción del gobierno haitiano. Algunos donantes preferían su propio sistema de licitación, y mantener sus operaciones de campo en Haití separadas de las de los demás donantes.

Otro escándalo mayúsculo que ha sacudido a Haití es el de Petrocaribe. En 2005, el dictador venezolano Hugo Chávez ofreció petróleo barato a los países caribeños, a cambio de que los ahorros recibidos por la compra del producto fueran usados en proyectos sociales. En Haití, esto significó que más de 2 mil millones de dólares fueran objeto de malversación, ineptitud y corrupción.

Precisamente, las protestas contra el gobierno del presidente Moise, que estaban amenazando la estabilidad de su mandato, fueron causadas por la reacción popular al escándalo de Petrocaribe.

Lecciones para una teoría del desarrollo

Los dos siglos de vida independiente de Haití están marcados por el racismo internacional, el colonialismo de Francia y de Estados Unidos, y la alta corrupción de élites locales que le sirvieron muy bien a las potencias coloniales. Ningún país del mundo se ha desarrollado sin sus propias instituciones. Aunque es muy cierto que la población haitiana necesita alimentación, agua potable, saneamiento, educación y, sobre todo, una economía viable, Haití necesita con urgencia un sistema político sano, estable y transparente, con una justicia funcional y un control de las finanzas públicas efectivo.

La nueva coyuntura de la actual crisis política haitiana nos obliga a todos a hacer un mea culpa y a apoyar al pueblo haitiano para que tome sus propias decisiones, y para que sus gobiernos sean capaces de rendir cuentas. La pobreza extrema no es una causa del mal gobierno; es su resultado.

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