Abandonado por sus antes aliados de la Casa Blanca, un Donald Trump profundamente aislado tiene dos semanas para contemplar el derrumbamiento de su Presidencia. Y tal vez, también, de sus sueños de volver en 2024.
Trump puso a prueba repetidas veces los límites de lo que un presidente estadounidense puede hacer sin consecuencias. Rompió todas las normas, sobrevivió el juicio político y logró esquivar la explosiva investigación del consejero especial Robert Mueller sobre sus contactos con Rusia.
Pero la debacle del miércoles, que ocurrió luego de que Trump alentara a la multitud a irrumpir en el Congreso para evitar la certificación de la victoria del demócrata Joe Biden, fue demasiado, incluso para los republicanos más fieles al populista presidente.
Durante años, líderes del partido, como los senadores Mitch McConnell y Lindsey Graham, habían hecho malabares para no confrontar a Trump.
Pero eso se acabó. “Ya basta”, dijo Graham en el Congreso, luego de que los legisladores retomaran la sesión, que se prolongó hasta la madrugada de ayer, para completar la certificación de Biden.
En torno a ellos, yacían los escombros del día más oscuro de la presidencia de Trump: ventanas rotas, oficinas vandalizadas y hoyos de los disparos de bala, una de las cuales acabó con la vida de una mujer. “Se terminó”, dijo Graham.
El escenario
Desde su cada vez más solitario rincón en la Casa Blanca, a Trump le queda observar cómo Washington se vuelve contra él y preguntarse si su poder político, que llegó a ser casi mítico, todavía puede salvarse.
Mientras los republicanos ahora se atreven a despreciarlo más públicamente, los demócratas van aún más allá y están pidiendo a los funcionarios de gobierno que invoquen la Enmienda 25 de la Constitución, que permite declarar a un presidente incompetente para cumplir su labor.
“Este presidente no debería permanecer en la oficina de gobierno ni un día más”, dijo ayer el senador Chuck Schumer, quien se convertirá en líder del Senado cuando la nueva mayoría demócrata asuma el poder.
Cuando pidió al vicepresidente Mike Pence que invoque la Enmienda 25 para destituir a Trump inmediatamente, Schumer aseguró que la alternativa a esta opción es que “el Congreso se reúna para iniciar un proceso de juicio político contra el presidente”.
Trump, acostumbrado a ser adulado por su cambiante personal, ahora encontrará que cada vez menos funcionarios están dispuestos a quedarse con él.
Su secretaria de Transporte, Elaine Chao, anunció ayer que dejará el cargo. “Esto me ha perturbado de tal forma que no puedo ignorarlo”, dijo Chao, esposa del líder republicano en el Senado, Mitch McConnel.
Horas antes, el exjefe de gabinete Mick Mulvaney renunció y dio indicios de que la serie de renuncias en la Casa Blanca podría ser mayor. “No puedo seguir aquí después de lo de ayer. No se puede mirar lo de ayer y pensar: quiero ser parte de eso de alguna manera”, declaró Mulvaney, quien actuaba como enviado especial en Irlanda del Norte, al canal CNBC.
“Quienes optan por seguir, y yo he hablado con muchos de ellos, lo hacen porque están preocupados de que pongan en su lugar a alguien peor”, añadió.
Ya el miércoles habían renunciado el asesor adjunto de seguridad nacional Matt Pottinger y la portavoz de la primera dama Melania Trump, Stephanie Grisham.
El propio Trump permaneció en silencio la mañana de ayer, amordazado por la inédita decisión de Twitter y de Facebook –dos plataformas que fueron fundamentales para cimentar su popularidad– de bloquearlo.
Hasta el 20 de enero, Trump conservará el control en la Casa Blanca, desde los códigos de los misiles nucleares hasta el botón rojo de la Oficina Oval que convoca a un mayordomo para que le entregue su amada Coca-Cola Diet.
Esto eleva el potencial para más disturbios en las próximas dos semanas, mientras Trump reflexiona sobre cómo asegurar su futuro a largo plazo.
Como ha dejado bien claro desde que perdió la elección en noviembre, Trump realmente no puede creer que él no deba permanecer en la Casa Blanca.
Y, si no puede quedarse, entonces volverá con toda la fuerza en 2024, ha dicho.
La mera perspectiva de un Trump 2.0 había puesto en segundo lugar a otros presidenciables republicanos. Trump, quien dominaba el partido, casi seguro iba a ser el favorito.
Pero su marca –autopromocionada– de político natural “genial” ha sufrido algunos reveses los últimos días.
Aparte del caos del miércoles pasado, está el vergonzoso hecho de que la campaña de Trump fue incapaz de evitar que los dos candidatos republicanos al Senado perdieran en Georgia, lo que les dio a los demócratas el control del Congreso.
Pero, para su mentalidad de todo o nada, esto no necesariamente importa.
“Este ya no es su Partido Republicano. Este es el Partido Republicano de Donald Trump”, dijo su hijo, Don Trump Jr, a la furiosa multitud del miércoles.
Como siempre, es su base –apasionada, bien organizada, enojada y propensa a creer teorías de la conspiración– lo que el Presidente cree que es clave para mantener su barco a flote.
Podría no estar equivocado en eso.
De acuerdo con una encuesta de esta semana, de Axios-SurveyMonkey, el 62% de los republicanos todavía no acepta que el demócrata Joe Biden ganó en noviembre.
“Dejen que se vayan los débiles”, dijo Trump el miércoles, cuando arengaba a la multitud. “Este es un momento para los fuertes”.