Comienza el sol a iluminar la ciudad y el olor a café tostado impregna varias calles de El Cangrejo. Viene de la inmensa procesadora de Café Durán sobre la vía Simón Bolívar y que por décadas ha sido la responsable de aquel aroma cafetero por las mañanas.
El barrio amanece tranquilo. Son más las personas que salen que las que entran. Si acaso algunas filas de los colegiales y de los padres que llevan a sus hijos a los colegios que circundan la pequeña plaza de la cabeza de Einstein, uno de los espacios públicos más icónicos de la ciudad.
Por muchos años, El Cangrejo ha sido uno de los barrios que mejor relación ha tenido con la naturaleza. En la vía Argentina, por ejemplo, hay una isleta con diferentes tipos de árboles; hay varios parques alrededor, y en muchos de los edificios -en los más antiguos, al menos- hay un árbol que pareciera ser la insignia de aquella obra. Y en el corazón de todo, una cabeza gigante del físico alemán de origen judío Albert Einstein, ganador del Premio Nobel de Física en 1921 por su teoría de la relatividad, en la que propuso que la velocidad de un objeto es relativa al punto de referencia.
Más áreas verdes
En 1968, hebreos panameños decidieron rendirle homenaje a Einstein al financiar la elaboración de un busto. Dice Carlos Arboleda, escultor a cargo de la obra, que como Einstein era conocido por su inteligencia, había que hacerle algo más grande que un busto. Los años pasaron y todo alrededor cambió. De repente hubo una escuela con metodología del francés Célestin Freinet, que luego se convirtió en un colegio canadiense y ahora comparte espacio con una academia de baile; una sedería se transformó en una farmacia; edificios se convirtieron en restaurantes y bares. El barrio se desarrolló.
Los únicos comercios que parecieran inmortales en esa manzana son una dulcería, un supermercado, una lavandería, un restaurante chino y un pequeño local, en medio de las aceras, en el que reparan televisores y equipo tecnológico.
Visita fugaz. La vida de Einstein
Recientemente, sin embargo, los comercios elevaron su preocupación por el cierre de la plaza y las vías alrededor. El municipio había anunciado cambios drásticos que involucrarían pérdidas en los negocios. Más allá de la gestión de la obra, y después de meses de debates, polémicas y discusiones, por fin la cabeza de Einstein ha vuelto a mirar hacia el horizonte de El Cangrejo. Le añadieron una especie de montículo que originó muchas burlas, pero también le añadieron árboles, plantas y varias bancas. Antes era una escultura con bancas, una mancha verde en el barrio, y ahora da la impresión de ser una plaza con todas las de la ley.
El sol aprieta después del mediodía. Un gato se rasca entre las flores recién sembradas cerca de Einstein. Suenan con descontrol y euforia las máquinas pesadas que siguen con el plan municipal. Ya no huele a café sino a cebada, a malta, al proceso rutinario de la Cervecería Nacional, a unos cuantos metros del otro lado de la Simón Bolívar. Dos hombres mayores, acompañados de una mujer de más o menos la misma edad, visten pantalones cortos y ropa colorida. Parecen turistas no solo por como lucen, sino porque llevan una cámara colgada. Parece que no se van a detener, que van rumbo a algo más turístico. De repente se detienen en seco, cruzan la calle y se sacan fotos con la cabeza de Einstein. 50 años después y sigue siendo insignia de la ciudad.