El esmog quedó atrás. Esa niebla mezclada con humo y partículas en suspensión, de aroma nauseabundo; esa fragancia de ciudad desordenada se pierde en el perfume que emana de varios inciensos dispuestos en los salones llenos de ídolos coloridos. En el Templo Budista Chino de Panamá, ubicado sobre la avenida Simón Bolívar, se respira paz.
El templo llama la atención de cualquiera que circule a su alrededor. Es un edificio imponente de tres pisos, con sus techos rojos que se curvan en los bordes, barandas amarillas y pilares gruesos resguardados por dragones.
Lo más curioso para quien lo ve, es quizás que siempre está vacío. Sus enormes portones, al frente y al costado, permanecen cerrados. Una chica que prefiere no revelar su nombre, seguramente por timidez al no manejar bien el castellano, asegura que los domingos en la tarde es que viene la gente. Entre semana sirve solamente como lugar de reflexión aislada, pero los cultos importantes son los domingos.
Se trata, en efecto, de la reunión semanal de la Asociación Budista de Panamá, en la que ocurre una ceremonia religiosa. Para ello fue inaugurado el templo en 2006 bajo el nombre de Chang Hung, que viene a significar algo así como “Expansión infinita del dharma” o una expansión infinita de la religión. Antes de eso se reunían en un local alquilado.
Otro centro budista
La planta baja del edificio parece más bien un depósito, en cuya entrada hay un buda con flores rojas y amarillas, protegido por dos guerreros dorados.
Detrás de esa ofrenda, hay un espacio que hace las veces de cocina y cuartos en los que abundan las cajas grandes y paquetes de plástico. El ambiente en el lugar es oscuro y hay una mesa con varias sillas.
La cuestión cambia en el primer piso, donde una mesa roja con un plástico transparente como mantel sirve para colocar las ofrendas a dos hileras de figuras de todos los colores y tamaños; muchas de ellas con formas humanas. A un lado, hay un mural resguardado por Kuan Yin - la salvadora compasiva del Oriente o Madre de la Misericordia-, colocado en el medio de varias hileras de pequeñas figuras humanas.
El tercer piso, en el que ocurren los cultos dominicales, es otra cosa. Apenas uno entra siente el olor a incienso y escucha una melodía tenue que da la impresión de ser un himno de batalla. El sonido proviene de pequeñas bocinas dispuestas detrás de los ídolos.
Y son muchos ídolos. Hombres, mujeres, con espada, meditando, con rostros de furia. Frente a ellos, dos cueros que sirven como tambores, y un caldero gigantesco negro. El techo tiene cientos de lámparas chinas y sobre las paredes descansan varias colchonetas de colores. Es el lugar más importante del templo.
Dice un hombre latino que trabaja con la Asociación Budista de Panamá desde hace casi 20 años, que el lugar está abierto para quien quiera ir a conocerlo, siempre y cuando guarde el respeto debido. Lo dice serio, mientras respira profundo, como rescatando ese perfume de incienso que se diluye en la entrada del templo con el aroma de la ciudad de Panamá.