Esta semana, un juez federal validó un acuerdo de culpabilidad que presentaron el fiscal del caso Odebrecht en Estados Unidos y la defensa de Luis Enrique Martinelli Linares. En ese acuerdo —cuyo contenido no fue divulgado en su totalidad— el confeso reconoce que él y su hermano fueron intermediarios para recibir $28 millones en sobornos entre Odebrecht y un antiguo “oficial de alto rango del gobierno de Panamá”, pariente cercano de los acusados.
Esa misteriosa persona sabemos quién es. Sabemos cómo canta y baila, sabemos cómo y de qué habla, sabemos a dónde no irá nunca jamás, sabemos a quién odia con todo su ser, sabemos quiénes son sus amigos –hasta los que él cree que están ocultos–; sabemos de qué se burla, para qué usa la plata y de dónde proviene mucha de ella. Sabemos que espiaba a todo el mundo y que nunca dejará de ser lo que es. A la descripción solo le falta el nombre, pero no tengo duda de quién es, como tampoco la debe tener todo el que tenga, al menos, un dedo de frente.
En un país donde imperan los principios, todo esto bastaría para acabar con una carrera política, cualquiera que esta sea, pero en Panamá, ni confesando el delito se llega a la cárcel... o se pierde en una elección. Y, ¿por qué ocurre algo así? La respuesta es sencilla. Solo hay que ver cómo se desmantela el Ministerio Público para despojarlo de la autoridad para representar al pueblo panameño y, en su lugar, dársela a gente para que controle el destino de investigaciones de alto perfil.
¿Qué será de estos casos? Si alguien tiene alguna duda, lo remito al pasado. Ahí encontrará respuestas que se parecen a estas: impunidad, no pasa nada, etc. Hay teorías que están ganando terreno entre entendidos políticos del por qué está pasando todo esto. Una recoge varios aspectos: pactos de recámara; candidatos con posibilidades de ganar en 2024 que se bajan a cambio de favores que reciben ahora; que los engranajes de las alianzas empezaron a moverse, etc. Si es así, una vez más, los votantes serán usados como tontos útiles, botín que se ofrece como moneda de cambio y escalón para llegar al poder. El tiempo nos lo confirmará o desmentirá.
Quizá haya frustrados porque esperan más para sí: algún contrato directo, trabajo, un ministerio, viajes, plata y demás despreciables privilegios que vienen con el abuso del cargo. Pero deben recordar que en la vida de su líder hay prioridades y ciertamente sus manzanillos no es una de ellas. Quizá alguna vez lleguemos a saber más sobre su estancia en Estados Unidos y lo que estuvo dispuesto a hacer a cambio de ser liberado, pero, para su desgracia, no funcionó. Sin embargo, lo que estuvo dispuesto a hacer dice mucho sobre lo que no le importa.
Los que ha pactado con él corren el riesgo de una traición. Y no sería la primera vez. Pero ellos, ebrios de poder, ignoran deliberadamente la historia. Luis Enrique Martinelli Linares fue instrumental en el juego de los sobornos; sin embargo, no es el pez gordo. Pero, como dije, hay prioridades y prioridades, y él y su hermano no están entre las primeras. Quizás sean la No. 100 y 101, porque hasta la No. 99, están ya todas copadas.


