Exclusivo Suscriptores

Sábado picante

Una de las cosas más perniciosas que tiene el país es que aquí casi todo el mundo tiene un precio. Algunos son inalcanzables, pero otros son baratijas de feria que responden muy bien al sonido de las monedas de la bolsa que llevó el vicepresidente al bautizo en el que nadie le cogió un real, pese a su insistencia con el “patacón”. Uno de esos funcionarios llevó a una institución por los peores caminos, solo para que él pudiera embolsarse unos cuantos miles de dólares al mes por hacer lo que le pedían, no para cumplir con las funciones del cargo.

Este sujeto, que tiene un apellido que le viene al dedillo, pues suena a lo que hizo: huyó, sí, huyó sin decir una palabra del por qué. Y la verdad es que no tenía mucho que decir, pues no fue su decisión irse, sino la del grupo que manejaba su cargo, es decir, el grupo que le decía qué hacer o, más bien, qué casos había que cerrar, pues los de la lista que le entregaban no aguantaban una sencilla investigación.

No sé si fue porque incumplió con lo que se comprometió o porque las críticas le caían a él por cerrar los casos o porque era un absoluto incompetente, incapaz de llevar a cabo las tareas que su colegiado le exigía a cambio del salariazo que se empujaba, pero un buen día, tras faltar a varias de sus reuniones de los martes, en la que informaba sobre cómo caminaban los casos para cerrarlos, le llegó una carta.

Esa carta no era una queja de sus invisibles jefes por su ineptitud. El colegiado que vigilaba sus pasos –entre los que había un impresentable amigo de la Vicepresidencia– nombró a una mensajera para hacer entrega de la carta, pero con otra tarea más ingrata: hacer que el sujeto la firmara. Sí pues, era su carta de renuncia, porque lo estaban “renunciado”.

El sujeto respondió que de ninguna manera firmaría esa carta, a menos que hablara personalmente con el tipo que lo puso en el cargo. Esa misma tarde se concretó la cita en la encumbrada oficina del que lo nombró. No fue muy larga la reunión, pues el renunciado solo quería poner condiciones a su abrupta “dimisión”, todas aceptadas sin mucho trámite. La primera era que él debía seguir cobrando su salario, al menos, por un año. O sea, de ser un agente de la ley, se convirtió en un violador de la ley, solo para seguir cobrando. Si las cosas van bien, cobraría –fuera de la institución– hasta principios del próximo año.

La segunda condición era que su esposa –que también trabaja en el Gobierno– seguiría cobrando su salario, es decir, que no fuera despedida, al igual que él, en represalia por su incompetencia. Y hoy, el sujeto es una “botella” del gobierno, gracias al hipócrita que lo nombró. Si la sensible institución se maneja como está descrito aquí, las teorías de lo que está pasando allí cobran sentido, porque su reemplazo, que es un caradura, sencillamente hace exactamente lo que le piden por el mismo bajo precio que lo hacía el otro. Solo que este, cumpliendo órdenes, es más eficiente que el otro.


LAS MÁS LEÍDAS

  • Los combustibles bajarán de precio a partir de este viernes 12 de diciembre. Leer más
  • Gobierno anuncia acuerdo sobre salario mínimo: así quedarán algunas tasas por regiones. Leer más
  • Naviferias 2025: el IMA anuncia horarios y lugares del 15 al 19 de diciembre. Leer más
  • Jubilados y pensionados: así será el pago del bono navideño y permanente. Leer más
  • Embajador de Estados Unidos toma el desayuno chino con la diputada Patsy Lee. Leer más
  • Contraloría inicia auditoría a fondos que transfirió el MEF a gobiernos locales en el gobierno de Mulino. Leer más
  • Estados Unidos incluye a Ramón Carretero Napolitano en la Lista Clinton. Leer más